Jaque al neoliberalismo
O cómo, apoyados en el legado de Mark Fisher, es posible combatir su mantra: “no hay alternativa”. ¡Claro que sí!, siempre la hubo y siempre la habrá.
No trataré de esbozar un régimen poscapitalista o decir qué debe venir después, más bien al contrario, pretendo sacar a flote las mentiras, los fallos y la crisis que actualmente afronta el neoliberalismo. Antes de implantar un nuevo ideal −una forma distinta de hacer las cosas−, primero tiene que caer la idea de que lo actual es conveniente y funciona. Decía Gramsci, que todo grupo social que quiera alcanzar el poder, y con ello instaurar un nuevo orden en favor de sus intereses, deberá primero llevar a cabo una dirección intelectual y moral, y de eso va este artículo, de estructurar una nueva narrativa que ayude a desmontar lo que hasta ahora nos vendían como perfecto.
La sociedad no puede más: el precio de la luz no deja de subir, el estado del bienestar y los servicios públicos en continuo desmantelamiento, alquileres desorbitados, un 40% de desempleo juvenil, la imposibilidad de emanciparse, miedo al futuro, diez suicidios diarios...
Estos son, entre otros, los grandes males que actualmente nos azotan sin descanso, conceptos que a nadie le resultan ajenos, por lo que la solución debería estar cerca, pero nada más lejos de la realidad. La respuesta recurrente siempre es la misma: “lo sentimos, no hay alternativa. Así funciona el mundo”. Históricamente, los grandes poderes siempre han usado una estrategia para dar salida a la crispación social y salir ilesos de todas las crisis sistémicas: agrupar por arriba y dispersar por abajo, integrando alguna de las demandas sociales –las de mayor consenso y las más fáciles de cumplir− y descartando el resto, una revolución pasiva: que todo cambie para que nada cambie, una revolución sin revolución.
¿Qué es el realismo capitalista?
Es el concepto acuñado por Mark Fisher, que trata de explicar la idea hegemónica de que el capitalismo es el único sistema viable, y por lo tanto, sin alternativa posible. Algo así como: después del capitalismo vendrá más capitalismo.
Alain Badiou mostró las incoherencias intrínsecas del realismo capitalista:
“Se nos presenta como si fuera algo perfecto. Pero, para justificar su conservadurismo, los partidarios del orden establecido no pueden en realidad describirlo como perfecto o maravilloso. Prefieren venir a decirnos que todo lo demás fue, es o sería horrible. Nos dicen, no vivimos en un estado de Bien ideal, pero tenemos la suerte de no vivir en un estado de Mal mortal. Nuestra democracia puede no ser perfecta, pero es mejor que una dictadura sangrienta.”
Y efectivamente, ¡claro que no es perfecto!, tiene fallos sistémicos que tratan de esconderse bajo la falsa teoría de que el mercado se regula por sí solo, no hace falta que las instituciones o el Estado actúen, de hecho, sobran. Es un limbo moral donde no importa nada que se salga de los márgenes del lucro y el individuo, de la mercantilización y el yo por encima de cualquier cosa. Una comparativa constante donde su justificación pasa por no ser tan fatal como una posible alternativa o un cambio de paradigma.
En un intento por cambiar las cosas y demostrar que siempre hubo, hay y habrá alternativa, es necesario que abordemos el imaginario colectivo, reformular el sentido común a través de nuevos marcos teóricos, creando narrativas con tintes de memoria histórica que pongan de manifiesto todas y cada una de las veces que el sistema vigente ha fallado, y todos y cada uno de los problemas estructurales y desigualdades que el mismo genera de manera constante. Los defensores del libre mercado recurren a eventos y momentos históricos donde otros modelos fallaron para justificar su existencia. Hagamos lo mismo.
Desmontar el argumentario neoliberal: Lo Real frente a la realidad:
En filosofía, a menudo, se hace una distinción entre LO REAL y LA REALIDAD para explicar diferentes fenómenos, parecen sinónimos pero no lo son.
La realidad es lo que las personas percibimos y entendemos de Lo Real; es una interpretación, es el ”sentido común″ de cada época, pero el sentido común puede ser cierto o no: durante años el sentido común indicaba al ser humano que “el Sol giraba alrededor de la Tierra”. En el realismo capitalista sucede lo mismo: tratan de seducir nuestro sentido común a través de una realidad en la que todo es perfecto, pero no es cierto. Lo Real, es que el sistema no es eficiente, genera desigualdades materiales y sociales, aflora problemas estructurales e impacta de manera negativa en el medio ambiente originando el cambio climático. Todo esto y mucho más es Lo Real, y una forma de debilitar el modelo actual es confrontar con aquello que han tratado de vendernos. Frente a su realidad, su película bien montada sin fallos en el montaje; nuestros hechos, las tomas falsas y todos los fracasos que subyacen del rodaje.
Uno de sus grandes éxitos, ha sido el de asentar la idea en el imaginario colectivo −en lo que pensamos las personas de manera casi instintiva−, de que todo en esta sociedad debe administrarse como si fuese una empresa; sustituyendo valor por precio, personas por mercancía, derechos por privilegios, y la idea de que el mercado se regula por sí solo.
Por poner algún ejemplo, se presupone correcto mercantilizar la sanidad y dejarla al amparo de la mano invisible del mercado, su realidad sería “que mejore y sane quien pueda pagar, que enferme y muera el que no. La sanidad es un bien de mercado y no se debe intervenir” Pero no es así −o al menos no debería serlo−, la vida y la posibilidad de pagar un tratamiento o una revisión médica es un derecho, no un privilegio, y lo mismo con otros reconocidos en la mismísima constitución: educación, vivienda y políticas sociales por una vida más digna. Lo Real en todo esto es una mentira muy bien escondida: el mercado se interviene siempre, el hecho de no actuar y dejar que los derechos salgan a subasta de quien pueda pagarlos, es decir, la decisión de no llevar a cabo ninguna decisión, es ya una intervención en sí. Lo que deberíamos plantearnos de ahora en adelante es de parte de quién estamos y a quién queremos beneficiar. Y así cientos y cientos de situaciones, cosas tan cotidianas como la recogida de basuras, las carreteras, el alumbrado de las calles o el sistema de vacunación, sería algo que tampoco estaría disponible para todos. Como veréis, el argumento de dejárselo todo al mercado y suprimir el crucial papel del Estado y sus políticas públicas, solo beneficiaría a unos pocos y no al conjunto de la sociedad, el realismo capitalista no es más que una cortina de humo tras la que se esconde su fracaso.
No están en contra de los rescates; solo de los rescates a los más vulnerables, cuando el sistema financiero y empresarial entró en quiebra no dudaron en llorar y solicitar al Estado al que tanto desprecian una intervención con dinero público, y les fue concedida. No están en contra de los impuestos; solo de algunos impuestos: tramos altos del IRPF o el impuesto sobre el patrimonio. No están en contra de las subvenciones; solo de algunas de ellas: las destinadas a cubrir el estado del bienestar, sin embargo, no les tiembla el pulso para aceptar las ayudas europeas, los fondos COVID, las bonificaciones o las exenciones por llevar a cabo determinadas actividades empresariales, ahí miran para otro lado y ponen la mano.
Con todo esto y por concluir, debería ser fácil desmontar las ideas de cualquier fanático del mercado, y demostrar que sí, sí hay alternativa. Y de este modo, en colectivo, en sociedad, pensar en un horizonte distinto, lleno de certezas frente a la incertidumbre que impregna nuestras vidas. Pensar en un horizonte donde un nosotros haya sido capaz de superar al yo por encima de todo. Un futuro en el que seamos más justos, más felices, sin enfrentamientos, sin precariedad. Un futuro más digno.