'Informe lejía' y 'Leyendo Lorca', dos estrellas en teatro confinado
Han aceptado el reto del Teatro Abadía y desde su confinamiento salen con un fuerte aplauso del público.
Las dos estrellas a las que hace referencia el título son Irene Escolar y Luis Bermejo. La primera un fenómeno mediático a pesar de que su carrera la está desarrollando fundamentalmente en teatro, en un estilo alejado de lo puramente comercial. El segundo, tal vez menos conocido para el público masivo, es un nombre que todo teatro quiere tener en su cartelera porque los aficionados van tras él. La primera protagoniza Leyendo Lorca y el segundo Informe lejía dentro del programa #TeatroConfinado del Teatro de la Abadía.
Irene Escolar protagoniza una lectura de textos de Lorca, como indica el título del espectáculo. Un espectáculo producido por el Pavón Teatro Kamikaze que ya ha pasado por varios teatros. Grandes. Con muchas butacas. A lleno completo. Lo mismo que pasa con las 20 butacas, ¿o sería mejor decir ventanas? disponibles para ver esta lectura acompañada de breves introducciones a los textos y alguna que otra fecha o referencia al poeta que permite situarlos en el tiempo y en el espacio, esto también es importante para situarlos y situarse.
Esta vez, la escenografía que permite la casa en la que está confinada la actriz, es una sala de techos altos. Una sala de aspecto antiguo, como de otro tiempo, donde una guitarra en el sofá estilo Ikea recuerda sutilmente el amor del poeta por la música y el flamenco. Irene sale a escena atravesando una puerta blanca de doble hoja y cristales, también vintage, que hace pensar en cierto aire de patio andaluz.
Sale, por esa puerta, como si fuera pequeña. Con una camiseta blanca y un pantalón negro, no es momento de llevar el traje largo de noche o de entrega de premios que vestía en el montaje original, pero a medida que se acerca a la cámara se va haciendo grande. Crece con cada palabra que dice. Con cada texto. Con cada lágrima. Sus mejillas se van haciendo más rojas, más de pueblo, como seguramente eran las que pensaba el poeta para Yerma o para la protagonista de Bodas de sangre.
Unas mujeres y una poesía que Irene ha hecho suyas, en el sentido de que marca un estilo, como el que han podido marcar las muchas actrices que se han acercado a decir y cantar sus versos. Lo que, añadido a la perplejidad de poder tener en tu casa a Irene Escolar leyendo(te) a Lorca, permite disfrutar de este autor, de otra lectura más, donde sus palabras y versos, aferradas al original, adquieren una sonoridad nueva, y con ella un sabor y un olor diferentes. Ni mejor, ni peor. Un espectáculo que tiene el valor añadido de estar amenizado por la versión cantada que Nao Albet hizo del Solo del pastor bobo para El Público que Àlex Rigola montó en la Abadía.
Lo de Luis Bermejo y el Informe lejía que ha pergeñado con Pablo Rosal, es otra cosa. Para empezar, es una comedia, y, la verdad, se agradece. Porque se agradece que te hagan reír, aunque sea para contarte estos tiempos de aislamiento y alejamiento social. También se agradece que sea un estreno. Algo nunca visto antes.
Propuesta que se caracteriza por la generosidad. Tanta que en este caso la escenografía no es una habitación de una casa, sino el apartamento del actor al completo. Lugar en el que se da el particular encuentro confinado con Mari Carmen. Ese amor con el que sueña y se excita entre sábanas, superávit de rollos de papel higiénico y la comida gourmet comprada en el supermercado El Corte Inglés, lo único que este conocido gran almacén español tiene ahora abierto.
Una obra que empieza ya a asumir los retos que un teatro en directo y confinado como este ponen a la puesta en escena. Como el hecho de tener que mantenerse delante de una cámara y a la vez recorrer toda la casa, moverse por ella para las distintas escenas. Como la del cuarto de baño, la de la preparación de la cena o la cena misma. Situación que da lugar a varios accidentes escénicos, y alguno técnico, que el actor sabe aprovechar e integrar, como el clown que es.
Y, también, el reto de hacer todo lo anterior y, a la vez, interpretar un papel ante, de nuevo, tan solo 20 espectadores que ni ve, ni siente, ni padece (sí, el #TeatroConfinado ha acabado con las interrupciones de los móviles, las toses, el sonido del papel de los caramelitos). Tratando de imaginar una sala llena, pues 20 es el aforo máximo que se agota casi en el mismo instante que se pone a la venta.
Un actor que pone en marcha todo su histrionismo para un espectador que está tan encerrado como su personaje. Una interpretación que parte, tal vez, del Gurruchaga de los primeros conciertos de la Orquesta Mondragón al que perfuma con toques del mejor humor de Martes y Trece y Faemino y Cansado. Sin recurrir ni a la empanadilla ni a la Encarna de los primeros, ni al yo leo a Kierkegaard de los segundos. A los que añade la vulnerabilidad y extrañeza de los cómicos del cine clásico en blanco y negro. Lo que le hará, tal vez, más popular, por cercano, y, en su exageración, permitirá que el público se reconozca en sus urgencias, en sus salidas de tono, en la situación que está viviendo y, al menos, durante un rato, relajarlas.
Estas dos estrellas han aceptado el reto del Teatro Abadía y desde su confinamiento salen con un fuerte aplauso del público. Un aplauso que se oye raro, algo metálico, a través de los auriculares que recomiendan usar, aunque no es obligatorio porque se puede oír directamente desde el ordenador. Ambos ofrecen dos obras por las que merece la pena pagar los 5 euros que vale la entrada y que, por cierto, van directas a #YoMeCorono, el proyecto de investigación sobre el virus de la pandemia que amenaza la salud física, mental y financiera de tantos millones de personas.