How are you feeling?
La vicepresidenta del gobierno es de las últimas en dejar el Congreso. La ministra de Empleo y un grupo de trabajadores de prensa del PP le acompañan. Intentan ayudarle a a superar el mal trago, a rebasar la descomunal barrera de periodistas y cámaras que se amontonan en el patio. Lo peor viene después. Podemos ha movilizado a los suyos. Hay mucha gente al otro lado de la calle esperando para abuchear a los miembros del Gobierno popular. Lo acaban de hacer con Rajoy. Un corresponsal de la BBC persigue a la vicepresidenta hasta la verja: "How are you feeling?" (¿Cómo se siente?) Silencio.
Hay un crónica de este día histórico que se escribe con gestos, sentimientos y algún que otro argumento político. Un relato emocional de derrotas amargas y victorias inesperadas. Empecemos por la mejor parte, los tres últimos minutos del debate. Sánchez y Rajoy se hablan con respeto, que ya es mucho, reconocen el nuevo lugar que cada uno ocupa y se cruzan buenos deseos con sinceridad convincente. El debate termina a la altura del momento.
Era el final de 48 horas de vértigo y el principio de la incertidumbre. Todo se refleja en las caras. Ayer, las de los diputados del PP anunciaron la derrota mucho antes de que conociéramos el determinante apoyo del PNV a la moción. Hoy ese fracaso había cambiado de lugar. Los rostros de los diputados de Ciudadanos ponían en evidencia el desconcierto de un final inesperado, radicalmente opuesto a su cálculo político. Hacia ellos se dirige buena parte de la ira del grupo popular. Si hay algo que se repite en las conversaciones de pasillo con destacados miembros del PP es que estos "lodos" proceden de aquellos "polvos". A saber, la estrategia de Ciudadanos, el comportamiento de algunos medios de comunicación y el de empresas del IBEX que apostaron por Rivera.
El poder tiene su liturgia, también en el Parlamento. La distribución de los escaños refleja la capacidad de influencia de quienes los ocupan. Los diputados más relevantes se sientan en los puestos más visibles, rodeando la tribuna y al alcance de cualquier barrido de las cámaras de televisión. Pedro Sánchez lo sabe bien.
La primera vez llegó al Congreso, sustituyendo a Pedro Solbes cuando el ex ministro de economía dejó el Gobierno de Zapatero, en el 2009. No consiguió escaño en las siguientes elecciones pero en el 2013, corrió la lista con la salida de Cristina Narbona y de nuevo tuvo asiento. Siempre en la última fila. La butaca de Sánchez estaba en esa zona que los más veteranos conocían como "la de los chinos", porque la falta de luz provocaba que en las imágenes de televisión saliesen todos con la piel amarillenta. De la última escaló a la primera al convertirse en líder del PSOE. Renunció a su acta de diputado para recuperar -en las bases socialistas- el poder que le había arrebatado el aparato.
En las horas previas al comienzo de este debate, Pedro Sánchez no tenía donde sentarse. La presidenta del Congreso le colocó en su antiguo puesto, a la cabeza del grupo socialista. Podía haberle asignado una silla en cualquier en otro lugar del hemiciclo. En 48 horas Pedro Sánchez ha conseguido el asiento más codiciado, el primero del banco azul, el del Gobierno. El resto del hemiciclo no sale de su asombro, ni los suyos consiguen digerir lo que ha pasado.
Sólo al repasar imágenes y discursos nos podemos hacer una idea de hasta qué punto puede cambiar este país en las próximas semanas. Hace falta todo un ejercicio de imaginación porque lo previsible en política, ya no funciona. How are we feeling? No hay respuesta.