He viajado a Marte y es una experiencia jodida pero única
El día que viajé a Marte, me levanté a las 5 de la mañana. “A quien madruga, Dios le ayuda”, dice el refrán, y ningún aliado está de más ante tamaña empresa. Con la naturalidad con la que Brad Pitt coge un taxi hacia la Luna para después transbordar a Neptuno en Ad Astra, me desplacé al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas mientras Jiménez Losantos cargaba en la radio contra… bueno, contra todo. Mecido por el vaivén del coche y acunado por los nervios, tuve un sueño en el que la humanidad se había instalado definitivamente en Marte y era gobernada por el locutor de EsRadio, quien había puesto un mote hiriente a cada uno de sus súbditos. Desperté con un escalofrío justo cuando Losantos iba a dirigirse a mí por mi nuevo nombre.
El proceso para pasar el control de seguridad en el aeropuerto se me hizo más penoso que de costumbre. Al descalzarme, al quitarme el cinturón, al dejar mis efectos personales a la vista de otros viajeros… no podía evitar pensar que un verdadero viajero espacial no debería verse sometido a estas pruebas que minan la moral y destruyen cualquier épica. Imaginaos lo que pensé cuando al buscar mi puerta de embarque descubrí que en la pantalla no ponía “Marte” o “Mars” o “Estación Marte” o “Planeta Rojo”. Ponía “Santander”. Las cosas no estaban empezando bien, pero la ilusión lo puede todo.
Fue precisamente la ilusión la que me mantuvo despierto, junto a mis compañeros de travesía, hasta llegar a la base de operaciones de Astroland, en la capital de Cantabria. Allí las cosas empezaron por fin a parecerse a lo que me había imaginado:
En el Space Center nos recibió David Ceballos. El CEO de Astroland nos explicó que todo lo que estábamos viendo y todo lo que íbamos a ver era fruto de “un sueño de niñez que me ha acompañado durante toda la vida”. El objetivo, establecer la primera colonia humana en Marte, parecía imposible en principio para una empresa española; 3 millones de euros de inversión y varios proyectos científicos después, sin embargo, la idea no parece tan disparatada.
Ceballos es el máximo responsable de esta agencia privada que ha establecido acuerdos de colaboración con universidades y que también participa en algunos proyectos de la Agencia Espacial Europea (ESA). Esas colaboraciones acercan a Astroland a su objetivo y además generan algo de dinero. Pero para mejorar los balances se han lanzado también al “turismo espacial” a través de TripAdvisor: ofrecen a todo aquel que pueda pagarla una experiencia integral que dura 30 días y abarca lo físico, lo psicológico y lo experimental en un entorno similar al que encontrarán los primeros exploradores de Marte.
“Esto es algo completamente único, para mentes curiosas y exploradores privilegiados”, dijo Ceballos. Ese hombre me cayó bien instantáneamente: acababa de describirme. ¿Cuándo me van a poner el traje espacial?, no hacía más que preguntarme a mí mismo.
Spoiler: no me pondré ese traje, porque soy periodista y el modelito está reservado para los “astrolanders” de verdad. Admito que eso me dolió. Pero sí conocí la mayor joya de Astroland, el lugar donde tiene lugar la investigación, el sitio que se parece a Marte en todos sus valores ambientales, el espacio sorprendente, plagado de descubrimientos, donde la misión se lleva a cabo. Voy a conocer LA CUEVA.
Quizás lo de vivir en una gruta oscura, sin cobertura, sin pajarillos ni aire fresco y llena de ruiditos sospechosos durante la noche os haga la misma gracia que me hizo a mí. Después me contaron que es la única manera de estar en Marte sin verse expuesto a una radiación que podría deshacerte los huesos en unos minutos y ese lugar oscuro y desconocido empezó a parecerme tan acogedor como la mesa camilla de mi abuela, con su braserito y todo.
La cueva de Astroland tiene 1,5 kilómetros de longitud y hasta 60 metros de alto, lo que multiplica las opciones de encomendar a los exploradores misiones complejas que conlleven escalada. En la gruta hay además recodos, callejones sin salida, cámaras secretas y hasta un lago. Es, pues, un escenario ideal para acoger la fase más intensa de toda la experiencia: la misión sobre el terreno.
El módulo de adaptación es el último contacto de los exploradores con la civilización conocida. Tras embutirse en los trajes y recibir las últimas instrucciones desde el Space Center (desde donde les monitorizarán en todo momento 3 personas por cada miembro de la expedición), acceden al suelo de la cueva tras un rapel de varios metros. Están solos, sin guía y obligados a encontrar el camino que les lleve al módulo en el que harán su vida cotidiana. Ver el módulo a lo lejos, incluso después de haber entrado y recorrido la cueva con guías, produce una sensación de alivio indescriptible.
La cúpula está mejor equipada que muchos pisos de alquiler en Madrid. No anda sobrada de espacio, pero tampoco lo están los semisótanos con ventana por 800 euros en el centro de la capital. Hay áreas diferenciadas para que los miembros de la expedición cumplan con su plan de tareas, igual al que siguen los astronautas en el espacio: habitación, baño, cocina, gimnasio, laboratorio, zona de comunicaciones y zona común. Además de las tareas en la cúpula, los “premarcianos” tendrán que enfrentarse a misiones exteriores. Nada de acomodarse, señores, que estamos creando una nueva civilización.
No es coña. Buena parte de la actividad que se lleva a cabo en Astroland tiene que ver con los aspectos psicológicos derivados de la supervivencia en un entorno hostil, de la convivencia en condiciones peculiares de confinamiento y de la construcción de una sociedad en un espacio nuevo. ¿Suena complicado, verdad? Por eso la experiencia de los “astrolanders” descansa en el trabajo de la mente, guiados por Gabriel de la Torre, “el único psicólogo espacial de Europa”, según Ceballos.
Las instalaciones de Astroland han sido escenario ya de diez misiones preparatorias y de una misión real. En esta última han participado José Luis Cordeiro, un piloto español de vuelos estratosféricos, una mujer a la que están preparando para ser la primer alemana en el espacio, otra mujer que no quiso que se revelase su perfil y Mikolaj, una de las 100 personas seleccionadas por la NASA para ir a Marte y no volver.
Es precisamente la participación de Mikolaj la que pone el foco sobre una de las cuestiones más interesantes de la experiencia: lo primero que tiene que aprender a manejar un explorador de Marte es que no va a regresar a la Tierra. No hay posibilidad de rescate y si algo va mal, estará solo junto a sus compañeros frente a la solución o frente a la muerte. Esa espada de Damocles penderá siempre sobre sus cabezas y la certeza del no-regreso ordenará todo lo demás: qué valores adoptará la sociedad marciana, cómo será su ocio, qué será la privacidad, cómo será el sexo, qué se comerá y a qué sabrá. Un ejemplo:
La experiencia en Astroland analiza las reacciones de cada uno de los miembros de la expedición a cada uno de los eventos ordinarios y extraordinarios que se producen durante la misión. Toda esa información servirá para informar lo que sea que la humanidad vaya a intentar en Marte y por eso todo tiene que ser lo más parecido posible a la experiencia real. Es decir, que te dejas un dineral para, al menos durante un mes, poner a prueba tus límites y exigirte mucho a ti mismo. Para pasarlas moradas, vamos.
Pero al salir de la cueva, tenía tres cosas muy claras:
1) Nunca me he alegrado tanto de ver a una vaca
2) Estos de Astroland parecen ir en serio
3) Acabo de vivir una experiencia única