Hay que parar a Trump: ‘Los 300’ tenemos que ser todos
Todos los padres fundadores de los Estados Unidos de América tuvieron amargas experiencias con la prensa de la época. El propio George Washington, que era considerado por la población como una especie de santo laico, no sólo por sus éxitos en los campos de batalla sino por sus cualidades personales, tuvo que soportar crueles, e injustas, acusaciones. No obstante, él y todos los que iniciaron la larga andadura de la República, tuvieron muy clara una idea: sin la libertad de prensa no se garantizaba la libertad plena del pueblo. La solución que encontraron algunos de los políticos que lograron, y administraron después, a la nueva nación, fue fundar sus propios medios.
El segundo presidente, John Adams, dejó planteada la idea base: "La libertad de prensa es esencial para asegurar la libertad". Éste principio ya lo había esbozado, antes de la independencia, en tiempos aún de la colonia, el venerable abogado Hamilton cuando tomó la decisión de defender a un editor de Nueva York al que el gobernador real había acusado de libelo por una serie de sarcásticos y muy críticos artículos sobre el representante de la Corona inglesa. "En aquellos días –agosto de 1735, según John Tebbel, en su Breve historia del periódico norteamericano, Montaner y Simón 1967- a mayor verdad, más grave el libelo".
El viejo letrado ganó la partida gracias al jurado, y a su famoso alegato: "Viejo y enfermo como estoy, iría a cualquier parte del país donde mis servicios pudiesen ser útiles para apagar la llama de la persecución contra las informaciones, pisoteadas por el Gobierno, con objeto de privar al pueblo del derecho a protestar (y de lamentarse) de los intentos arbitrarios realizados por los hombres encumbrados en el poder. Los hombres que lastiman y oprimen al pueblo desde la Administración, le provocan al grito y al lamento, y de ellos obtienen el fundamento para llevar a cabo nuevas opresiones y persecuciones".
No adelantemos acontecimientos, pero esta es la técnica empleada por el cuadragésimo quinto presidente de EE UU, el republicano Donald Trump, que le ha dado la vuelta a la tortilla: "La prensa -proclama- es el enemigo del pueblo".
Quien ha pasado a la historia como uno de los mayores defensores de la libertad de prensa ha sido Thomas Jefferson, el tercer presidente.
En la misma Breve historia de Tebbel, se cita un episodio que hoy día tiene un especial significado por la personalidad del actual inquilino de la Casa Blanca. Un día visita a Jefferson el embajador de Prusia, y en la antesala ojea –y hojea- una serie de periódicos, cuyos ofensivos titulares le aturden. "Señor Presidente -le dice al anfitrión- ¿por qué permite usted estos libelos?".
Y Jefferson le contesta: "Métase el periódico en el bolsillo, barón, para que, cuando oiga usted que alguien duda de la realidad de nuestra libertad, de la libertad de nuestra prensa, pueda mostrarle este periódico y decirle de dónde lo tomó".
Su frase más célebre sobre esta cuestión es sin embargo aquella que dice: "Siendo la base de nuestro Gobierno la opinión popular, el primer objetivo debe ser el de sostener este derecho; y si a mí me cupiera resolver si debiéramos tener Gobierno sin periódicos o periódicos sin Gobierno, no dudaría un solo momento en optar por lo segundo. Pero (y este 'pero' es el quid) quisiera que cada hombre recibiera esos periódicos y fuera capaz de leerlos".
Entonces las opiniones y las noticias circulaban a viva voz o en papel. Hoy llegan a todos los hogares en cualquiera de sus formas: impresas, vía radio y televisión, o los medios – y también los necios- digitales. Otra cosa es la condición que ponía Jefferson: que el pueblo fuera capaz de leerlos... y entenderlos.
La radical libertad de expresión, que consagra la Primera Enmienda, nunca ha sido sometida a un asedio tan desvergonzado e insensato, nunca ha sido atacada como lo está siendo desde que Donald Trump fue nominado por el Partido Republicano para aspirar a la Presidencia, que ganó contra todo pronóstico.
Muchos analistas - la mayoría- y politólogos, sociólogos, taxistas, tertulianos y tertuliantes, no lo creían. Pero nunca hay que minusvalorar la importancia de la idiotez, la propia y la ajena, para hacer carrera política. Mucha gente no sabe distinguir entre un idiota y un genio, lo mismo que las personas atribuladas y que creen que su vida está en un callejón sin salida, no saben distinguir al psicólogo del charlatán, al médico del curandero, a la medicina de la homeopatía y a la ciencia del tarot.
Albert Einstein sostenía que "hay dos cosas infinitas: la estupidez humana y el Universo, y no estoy seguro de lo segundo". Facundo Cabral lo sintetizó: "Le tengo mucho miedo a los idiotas porque son muchos y pueden elegir a un presidente". Que ha sido el caso USA.
Confirmada la premonición, pues, el editorial conjunto – pero no uniforme- de más de 300 periódicos norteamericanos hay que entenderlo como un ejercicio de legítima defensa ante un presidente 'millonetis' e ignorante, en apariencia fuera de sus cabales, que no respeta las reglas del juego; un presidente que defiende ciegamente el derecho constitucional a portar armas –aprobado entre guerras cuando funcionaba la autodefensa individual o comunitaria- y no acepta otro derecho más constitucional aún, por su fondo, que es el de la libertad de prensa.
Fake News es su mantra. Llamar "noticias falsas" a las que no le gustan. Un primer paso que ha sido un clásico de los autócratas. De los de antes, y de los de ahora: Putin, Xi, Erdogan, Al Sisi, el húngaro Orbán, los carcas polacos de los Kazinsky y compañía, los Castro, Chávez y Maduro, el ex sandinista Ortega...
Pero todos los escándalos made in USA no han logrado empañar, gracias al ejercicio de un periodismo libre y de trinchera ética, la altura moral de la democracia estadounidense. Por ejemplo, el Watergate que dio paso a la dimisión forzada de Richard Nixon para evitar el impeachment por la presión de los medios de comunicación, y en especial del The Washington Post.
El poder en la sombra de los monopolios (tabaqueros, petroleros, financieros, sanitarios) y la venalidad de muchos políticos han sido denunciados y con frecuencia neutralizados, por un periodismo que, a pesar de sus inclinaciones partidistas, y hasta de intereses espurios– hay ruines hasta en el Vaticano- ha hecho un grandioso trabajo para proteger la 'democracia de opinión pública', un término muy actual heredero de aquella frase de Jefferson: "siendo la base de nuestro Gobierno la opinión popular...".
Hoy, las democracias para serlo plenamente tienen que incluir ciertos requerimientos ya normalizados: tienen que ser democracias de opinión pública- en España hay abundante jurisprudencia del TS y del TC sobre ello- encarnada por los medios de comunicación como legítimos intermediarios; democracias de medio ambiente y democracias igualitarias y feministas. Estos conceptos son clave para la mera supervivencia: la supervivencia de la libertad, y la supervivencia del mundo tal como lo conocemos.
Donald Trump no ha respetado las 'tablas de la Ley' establecidas por los padres fundadores. Tampoco ha entendido lo que es la lealtad constitucional, ni el papel del presidente de EE UU y el complejo engranaje de contrapesos diseñado desde los albores del sistema para evitar la tentación autoritaria del ejecutivo.
Gobernar con destemplados tuits mañaneros, hacer declaraciones furiosas sobre temas sensibles de seguridad nacional sin consultas previas, denigrar a sus antecesores por resentimiento y maldad, tener tratos fuera de control con el 'enemigo' tradicional, Rusia, en cualquier caso un régimen hostil a los valores occidentales...; ofender, difamar, amenazar, mantener una estrategia económica errática y caprichosa, insultar y chantajear a los aliados, bajar impuestos a los muy ricos, como él, para quitarles servicios sociales básicos a los más pobres.... Todo esto, y mucho más, se ha visto contrarrestado por unos medios de comunicación comprometidos que investigan, contrastan y confirman, y que se esfuerzan en defender los verdaderos intereses de los ciudadanos, la limpieza de las instituciones y en mantener el prestigio de la nación que está en el legado recibido desde la Declaración de Independencia. La mejor autocrítica está en el cine, en las series de TV, en la literatura y en los Pullitzer.
Pero no se puede olvidar la responsabilidad del Partido Republicano. Su apoyo oportunista a una declaración del legislativo, apadrinada por los demócratas, de que la libertad de prensa es sagrada, no borra su gran pecado: mantener a un presidente irresponsable, malévolo a pesar de la apariencia de mero tontaina, y utilizarlo para llevar a término las políticas más reaccionarias e insolidarias que hacen más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, que resucitan el racismo y dan más alas al machismo.
La cuestión está en ver quién puede más, si el legado de los Padres Fundadores o el desequilibrio de un gran 'Desfondador' de la democracia americana.
Todo el mundo tiene serias razones para estar expectante. Por eso hay que sumarse a los 300.