Hay que enterrar a la extrema derecha europea bajo millones de votos. ¡Ahora!
La Unión Europea siempre ha tenido detractores, a los que se ha solido llamar ‘euroescépticos’ o en caso más agudo de intoxicación mental ‘eurofóbicos’. Pero bajo este nombre en realidad se agazapan en la actualidad las compañías de demolición de un ejército verdaderamente enemigo. Enemigo de la democracia, hay que puntualizar, y enemigo de lo que, paso a paso, se ha convertido en el ‘estilo de vida’ europeo.
Claro que también es verdad que está el ‘caso inglés’, que en parte es como los demás, pero en parte en típico y condescendiente british. En realidad, Reino Unido nunca quiso, en el fondo de su alma, una Europa Unida, siempre ha desconfiado del continente. Pero llegó un momento en que fue imprescindible para sus negocios ingresar en aquél club. Sin embargo, al principio no pudo ser por el veto del presidente de Francia, el general De Gaulle, que no acababa de fiarse. Después sí, muerto el padre de la grandeur gala entró Gran Bretaña… y empezaron los problemas. Hasta que los problemas que más o menos los demás europeos sobrellevaban estoicamente, “ellos son así…”, se convirtieron en conflicto: fue cuando una pandilla de radicales populistas liderados, entre otros auténticos esnobs caraduras, por Neil Farage y Boris Johnson, convencieron a un timorato premier, David Cameron, hoy tragado por la Nada, para que convocara un referéndum para el Brexit.
El discurso simplón y a estas alturas estúpido sin paliativos, ese de ser libres y poderosos, como en los tiempos imperiales, sin ataduras de Bruselas, sin compartir soberanía, sin mantener a ‘esa panda de burócratas y gandules’ con las libras esterlinas, caló en algo más de la mitad, pero muy poco más, de los votantes. Y el Reino Unido vio en realidad que estaba al borde de un precipicio. Y que nada era como los euroescépticos habían dicho. Todo fue un engaño.
Casi en sus últimos días, el canciller alemán acertó a decir unas crípticas palabras sobre el asunto: “Menos es más”.
El líder democristiano de la RFA tenía las ideas claras. Fue uno de los grandes estadistas europeos de la segunda generación, la que tomó el relevo espiritual de los ‘padres fundadores’ y llevó a cabo las ampliaciones y el proceso que conduciría desde el Mercado Común a la Unión Europea. Y convencido defensor de la Nueva Europa. Como lo fueron otros grandes cancilleres como los socialdemócratas Willy Brandt y Helmut Schmidt.
En 1992, en un discurso en la Universidad de Oxford, Kohl pronunció unas palabras premonitorias. “Dudo que los malvados espíritus del pasado, bajo los cuales en Europa ya hemos sufrido más que suficiente en este siglo, hayan sido desterrados para siempre (….) Solo si Europa habla con una sola voz y pone en común sus fuerzas podrá hacerse valer como actor internacional”.
En el mismo discurso señaló un claro enemigo interno, esos “malvados espíritus del pasado” –el nacionalismo y el populismo-, y otro externo con la alusión a que el camino de la unión era el único que permitiría a Europa ser una potencia mundial.
Importantes portavoces norteamericanos de la política y la economía nunca han ocultado su malquerencia hacia la UE. Tampoco la Rusia de Putin.
Gran Bretaña, pues, no fue de los fundadores, lo fueron Alemania y Francia, los feroces enemigos hasta entonces (una lección de pragmatismo y reconciliación para los estúpidos que en España tratan de mantener los dos bandos de la guerra civil) con Italia, Luxemburgo, Bélgica, los Países Bajos… Ese proceso que comenzó con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero fue caminando, quemando etapas, con la vista puesta en una unión no solo económica sino política. Hasta el Tratado de Roma en donde nace la Comunidad Económica Europea. Ahí empezó a hacerse grande Europa.
Gracias a la Unión Europea (y a la OTAN) Europa ha vivido el periodo de paz y prosperidad más grande de su atormentada historia llena de carnicerías humanas. Ha tenido que soportar, como consecuencia de estas circunstancias, fuertes embates. Por ejemplo, en la crisis de los euromisiles desatada por la URSS entre finales de los 70 y principios de los 80. La ruptura del statu quo por la sustitución de los SS20 por los SS21 fue respondida por Europa con una respuesta proporcionada: primero la negociación, fracasada, luego, decidieron instalar nuevos misiles norteamericanos equivalentes a los soviéticos. Y de repente Europa se vio zarandeada por manifestaciones en todos los países que movieron a cientos de miles de personas en una partitura escrita por el Kremlin. El mundo al revés, pero era lógico, a pesar de todo: hay manifestaciones donde hay libertades.
Pero nunca como en los últimos años ha peligrado la arquitectura política, parlamentaria, de justicia y derechos humanos y de seguridad europea como en los últimos años. Aparte de la mezcla de esnobismo y mala baba de los euroescépticos ingleses, el problema grave es que aquellas ‘fuerzas malvadas’ de que hablaba Helmut Kohl, los jinetes de la muerte y la desolación que recorrieron Europa, están resurgiendo con ímpetu y deseos de ‘venganza’… En una parte azuzados desde Moscú con una depurada técnica robotizada de intoxicación a través de las redes sociales.
Es la ‘quinta columna’ del odio y la nostalgia de los regímenes dictatoriales. Añoranza de los tiempos de la porra y las palabras balas. Hungría y Polonia, y últimamente Italia, parecen ser los casos más claros de infectación en el poder; pero también la extrema derecha está en el gobierno austriaco, y tiene importantes representaciones en otros muchos estados, como el lepenismo en la vecina Francia.
En España el surgimiento de Vox, una escisión del PP, ha traído una arenga orgullosamente franquista.
Todas estas fuerzas oscuras, salidas del túnel de la historia, de una época sombría, reaparecen con los mismos mensajes y fantasmas con los que sembraron el huevo de la serpiente del mal.
Las de democracias tienen una debilidad que emana de su mayor virtud: la creencia –que es verdad– de que la democracia es el gobierno de orden superior, en todos los aspectos, hace olvidar que por ello mismo tiene potentes enemigos. Hay quienes no consienten el gobierno del pueblo. Temen las urnas.
Suele olvidarse con suicida frecuencia que la causa de las más atroces guerras europeas son sobre todo dos: la religión y la ampliación de los mercados nacionales.
El Mercado Común solucionó ese problema. Todos los estados de la Unión comparten en paz y armonía un gran mercado de 508 millones de habitantes, 66 millones menos cuando se aclare Londres y se vaya (o no) UK.
Hace unos años, se presentía que los jinetes del apocalipsis europeo preparaban sus monturas par volver a cabalgar. Oíamos tambores de guerra, en sentido figurado: sarpullidos nacionalistas aquí o allá, xenofobias y para fascismos como el de Le Pen, palabras de odio… que iban moteando el mapa; la inmigración, quizás mal gestionada, era aprovechada, con verdades a medias o con las mentiras clásicas, para profetizar el fin del mundo democrático europeo tal como lo conocemos.
Pero ahora ya no son análisis, ni percepciones, ni el sonido lejano de los cascos de las monturas, ni los episodios de estrés post traumático de los países del este sometidos a una condición colonial de soberanía limitada por Moscú que aun sueñan con la bota soviética y buscan su seguridad psicológica en su identidad, sus leyendas del pasado, su unidad interior…
No. Diversos ejércitos de ‘fuerzas malvadas’ están formando una alianza para destruir ‘esta’ Europa, otra vez, desde dentro. Es una ‘quinta columna’ del rencor y la xenofobia que aglutina a los nacionalismos y populismos de toda la escala de Richter, a los resentimientos y los odios, a la ambición y a la tiranía, de muchos países. Con la ayuda descarada, por cierto, de uno de los estrategas del Trumpismo de la primera hora, Steve Bannon.
Por eso es la hora de la verdad. El próximo día 26 hay que derrotarlos; hay que machacarlos y enterrarlos bajo millones de votos; hay, al menos, que recuperar la ilusión en que Europa sigue siendo posible, aunque haya que reformar muchos aspectos y muchas políticas para hacerla más ciudadana.
Tenemos que resolver un dilema shakesperiano: To be or no to be, that is the question, ciudadanos de Europa. O sea, vayamos a las urnas a dar la batalla.