Hay cosas peores que el coronavirus
Llega ya la hora de que los gobernantes europeos dejen de estar a la defensiva frente a la extrema derecha y ejerzan el liderazgo que les corresponde.
Esta semana el Parlamento Europeo ha decidido suspender toda visita de “externos” durante al menos tres semanas, para evitar crear posibilidades de contagio del coronavirus. La medida parte de la premisa, supongo, de que la inmunidad atribuida a los/as diputados/as se aplica también al terreno de la salud pública y somos por lo tanto incapaces de infectarnos entre nosotros/as; por lo visto, esta asombrosa característica la comparten nuestros/as asistentes y el personal del Parlamento, así como las visitas más mediáticas (para las que no parece haber esa limitación). Por otro lado, la resolución está siendo muy aplaudida por los hoteles y cafeterías de los alrededores, porque las visitas y encuentros que estaban previstos para estos días (la mayoría de las cuales están planificados desde hace meses), se están realizando en todo tipo de espacios a pocos metros del Parlamento; las ventajas que esto tenga respecto a la salud pública simplemente se me escapan, pero seguro que alguna habrá. Quede claro que con estos comentarios no quiero minimizar la importancia de tomarnos en serio esta pandemia, ni la importancia de tomar medidas, solamente subrayo lo difícil que me resulta entender la utilidad de algunas -quizá hubiera comprendido mejor que se paralizara toda la actividad, y comprendo muy bien que la semana que viene no viajemos a Estrasburgo-.
Pero aún con eso, creo que estos días están sucediendo en Europa cosas peores que el coronavirus y sus consecuencias. No quiero dejar pasar la ocasión de manifestar mi absoluto y radical desagrado no solo con lo que está sucediendo en la frontera griega, sino con la gestión política de ésta. En cuanto a esta segunda vertiente, más vergüenza que desagrado.
Hace unos años, cuando Europa tomo la decisión de externalizar a Turquía la gestión de su solidaridad, sabía (o debió saber) que una situación como esta podría ocurrir. Establecer una masa de millones de personas en territorio turco, era una bomba de relojería que podía estallar en cuanto Erdogan sintiera la necesidad de presionar a la Unión Europea. Y así ha sido. Después de no encontrar la empatía que esperaba tras el incidente bélico con Rusia en terreno sirio, ha decidido hacérnoslo saber de la peor manera posible y abstrayéndose de cualquier consideración humanitaria. Ha decidido empujar así a miles de refugiados contra nuestras fronteras, como si se tratase de una especie de ganado radiactivo. Y así es como nos lo hemos tomado nosotros también.
La gestión de enormes cantidades de personas que se plantan repentinamente ante una frontera, es extraordinariamente complicada y se pueden cometer excesos. Pero reconocer esta circunstancia no impide señalarlos y exigir que se corrijan inmediatamente. Es difícil, eso sí, dar lecciones a los países que comparten frontera con el Mediterráneo, cuando los países del Norte (Alemania aparte, con Merkel como ejemplo de dignidad) se han desentendido de esta materia como si no fuera con ellos. Por cierto, ahora a estos países se les empieza a llamar “hanseáticos” o “frugales”, cuando “insolidarios” o “ciegos” serían adjetivos más ajustados. Quizá lo más injustificable y deleznable, es la libertad con la que el Gobierno griego está permitiendo a bandas de nazis locales campar por sus respetos por la zona, amedrentando inmigrantes y ONGs.
Pero con todo, lo que más me avergüenza como diputado europeo, es la desdichada visita de nuestra “triada capitolina” a la frontera griega. Hace pocos días, Ursula von der Leyen, Charles Michel y David Sassoli se presentaron allí y realizaron una serie de manifestaciones incompatibles con el espíritu que anima el proyecto de la Unión Europea. Quizá este último introdujo tímidamente algunas consideraciones de carácter humanitario en su comparecencia, y es cierto que posteriormente ha corregido el rumbo su discurso, pero no basta para no calificar la visita en su conjunto de bastante lamentable.
No, señora von der Leyen, Grecia no está siendo ejemplo de nada, ni está actuando como “escudo de Europa”. De lo que está actuando Grecia y su Gobierno es de escudo de nuestras vergüenzas. En ese sentido, insisto, es injusto pretender hacerles únicos responsables de lo que está pasando. Pero la Europa en la que creo no es la que se desentiende de los menores agotados en mitad del mar, no es la que suspende los visados y las garantías fijadas en tratados internacionales, o la que permite que unos gorilas incontrolados les digan a unas madres en apuros que la culpa es suya “porque paren como conejas”. Si esa es la Europa en la que usted estaba pensando cuando planeaba esa comisaría del European Way of Life, váyase olvidando, porque muchos europeos no compartimos esa forma de ver la vida y el mundo. Ya sé que este es un problema complejísimo que no se va a solucionar solo con buena voluntad, pero lo que sí sé es que con mala voluntad es como no lo solucionaremos nunca.
Quizá el mejor resumen de lo que está pasando es escuchar a Viktor Orban, el ultra que dirige el Gobierno de Hungría, felicitándose porque Europa haya adoptado por fin su idea de cómo se ha de gestionar la inmigración. Es en la gestión de situaciones como la de los refugiados en las que Europa se juega su ser. Llega ya la hora de que los gobernantes europeos no solo asuman las prácticas correctas, sino que se apliquen en hacer pedagogía ante sus opiniones públicas: que dejen de estar a la defensiva frente a la extrema derecha y ejerzan el liderazgo que les corresponde.
Yo estoy seguro de que podemos ser mejores que esto. Somos mejores que esto.