Ucrania lleva casi ocho años en guerra, lo que pasa es que no le hacemos caso
La autoproclamación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y la anexión de Crimea son agresiones a la soberanía ucraniana que siguen hoy vigentes.
¿Habrá guerra en Ucrania? La pregunta se repite en estos días, aludiendo a una posible invasión por parte de Rusia, a la que apuntan las Inteligencias occidentales. Y, sin embargo, Ucrania ya está en guerra, lo está desde hace ocho años, sumida en una crisis que es defensiva, territorial y hasta de alma, de lo que es, lo que quiere ser y lo que la dejan ser. La autoproclamación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y la anexión de Crimea son agresiones a su soberanía que siguen hoy vigentes y sobre las que la agresión de su vecino sería un grave añadido.
La batalla es vieja. En el pasado está todo. Kiev es considerado el lugar donde nació la república rusa y, por eso, el presidente ruso Vladimir Putin insiste públicamente en su discurso de que rusos y ucranianos representan “un sólo pueblo”. Ese sentimiento que se mantiene en el Kremlin, ese empeño en que el vecino sea carne propia, lleva a querer controlarlo y, en paralelo, a impedir que actúe por libre y se asocie con otros, léase la OTAN o la Unión Europea.
Durante varias décadas, es verdad, Ucrania y Rusia fueron la misma cosa. El origen de ambos se sitúa hace más de 1.200 años en la llamada Rus de Kiev, una enorme federación de tribus eslavas que dominó el noreste de Europa durante la Edad Media y que tenía su epicentro en la capital ucraniana.
Rusia conquistó Crimea en 1783, en 1918 se independizó por un breve periodo y luego vinieron décadas de vida común. Los eslavos orientales tuvieron una cultura común, en la que prevaleció el cristianismo ortodoxo y el idioma ruso. Sus bases se fortalecieron con el nacimiento de la Unión Soviética (URSS), en 1922, pero hace 30 años ya, esa unidad se desintegró. Los países se fueron cayendo del bloque, uno a uno, buscando su camino. En 1989 se formó el Movimiento Popular Ucraniano para la Reestructuración (RUKH) y el Acta de Proclamación de la Independencia de Ucrania fue aprobada finalmente por el parlamento el 24 de agosto de 1991. Ya dejó de ser la misma tierra. Un satélite en lo político y lo económico, quizá, pero técnicamente soberano.
Con el paso de los años, aquella desconexión que Putin califica como “la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX”, llevó al debate interno: había que consolidar la nueva nación pero ya no a la sombra de Moscú. Imposible, decía Rusia, cuando miles de personas “rusas” -esto es, de habla y cultura rusas- habían quedado atrapadas en estos nuevos estados.
Las tensiones llevan desde entonces, en una evolución en la que la demografía ha resultado ser un factor clave para el conflicto: alrededor del 17% de la población ucraniana se identifica hoy con la etnia rusa y para un tercio ese es su idioma nativo. La mayoría de los inclinados a Moscú se encuentran en Crimea, en la zona oriental.
Los pro y los anti
A finales de 2004, el prorruso Viktor Yanukovych ganó las elecciones presidenciales, pero después de diversas manifestaciones que denunciaban un supuesto fraude electoral y que cuajaron en la llamada Revolución Naranja, se repitieron los comicios y fue el candidato Viktor Yushchenko se convirtió en el presidente de Ucrania y ejerció su mandato desde el 2005 al 2010.
En 2010, volvió a asumir el poder Yanukovych, regresaba por sus fueros. Entre 2013 y 2014, el presidente rechazó un tratado de asociación con la UE, impulsado en la etapa anterior, en la que se comenzó a fraguar un mayor acercamiento a Bruselas. En todas estas idas y venidas se veían dos manos, la rusa, que pilotaba desde la distancia a candidatos aún de su influencia, y la norteamericana, con Barack Obama buscando un mayor alejamiento de Kiev respecto de Moscú.
Los ucranianos, descontentos con el cambio de política, salieron a las calles nuevamente a manifestar su descontento, pedían revivir el político Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio que estaba próximo a acercar oficialmente a Ucrania con la UE y que naufragó justamente por las presiones de Rusia. Había estallado el Euromaidán. La presión popular fue tal que, en febrero de 2014, fue destituido Yanukovych y, tras nuevas elecciones, Petro Poroshenko tomó las riendas del país.
La caída de Yanukovych y el tumulto posterior fue aprovechado por Moscú, que desplegó sus tropas en Crimea bajo la justificación de que Ucrania era un estado fallido, gobernado por dirigentes “antirrusos”.
Crimea y Donbás
La anexión de Crimea fue vista por los prorrusos como la recuperación de un territorio que les pertenecía, alegando para ello, por ejemplo, el mismo idioma común, decían que era una medida humanitaria para proteger a los civiles con los que tanta conexión tenían. Obviaban desde 1954 se había convertido en una región ucraniana, tras ser reclamada ampliamente por Kiev y entregada por el dirigente soviético Nikita Jruschov. Ponían la vista más atrás, en Catalina la Grande, que se la había arrebatado a los turcos. Habían pasado muchos años, pero no los suficientes para acabar con ese sentimiento de pertenencia, señalaba Rusia. La composición de la zona es compleja: un 60% de la población es de origen ruso, otro 25% es ucraniano y el resto, tártaro.
Tras la anexión ilegal vino la vinculación a Rusia mediante un referéndum considerado ilegal por Kiev, que generó una fuerte oposición de la mayor parte de la comunidad internacional. Fue el momento en el que se emitieron las primeras sanciones contra Moscú por este conflicto, pero que no lo han hecho desistir de sus objetivos.
En paralelo, estalló la guerra del Donbás. La escalada de protestas y movimientos rusos desembocó en un conflicto armado abierto entre las fuerzas independentistas de las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk (llamada RPD) y Lugansk (RPL) y el Gobierno central de Ucrania. Los señores de la guerra se han hecho fuertes en la zona, ocupando grandes extensiones en la zona prorrusa, una región minera e industrial, tras la consolidación de años y años de combates, de esos que ya no salen en los medios.
Estas dos repúblicas autoproclamadas se consideran “territorio temporalmente ocupado” por parte de las autoridades de Ucrania. A los grupos afines a Rusia que mandan en las zonas se les cataloga como organizaciones terroristas y a sus dirigentes, como separatistas y terroristas. A la inversa, el Ejecutivo del presidente Volodímir Zelenski es un “régimen criminal” para los sublevados, que comete “crímenes militares, que aportan víctimas entre la población no militar, y una catástrofe humanitaria” en el territorio de la república, como rezan sus comunicados. Justifican el paso dado hacia la independencia por la supuesta “persecución” de la lengua rusa por las autoridades de Kiev tras el derrocamiento de Yanukovych.
La anexión de Crimea es reivindicada a las claras por Moscú, pero Putin niega cualquier relación con los rebeldes de Donbás. No hay apoyo militar por su parte, dicen.
Cómo están las cosas
A pesar de la campaña de presión internacional que encabezó EEUU y fue seguida con energía por la UE, las cosas no han cambiado en Crimea: la península se mantiene dominada por Rusia y el presidente Putin ha visitado en numerosas ocasiones esta zona para dejar claro que ahora es él quien la controla.
Putin ha frenado reiteradamente resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU reclamando la devolución de Crimea, siendo como es uno de los miembros permanentes del organismo, con derecho a impedir mayorías. La Asamblea General sí que se ha pronunciado, reconociendo Crimea como parte integral de Ucrania. Fue sólo una mera declaración de principios, sin efecto legal o vinculante alguno.
Moscú no va a soltar Crimea, por su posición estratégica, con la mejor reserva de gas al norte del Mar Negro y con Sebastopol, donde tiene una base militar esencial, alquilada a las autoridades de Ucrania hasta 2047 ahora bajo su pleno dominio. Esta infraestructura es esencial para un despliegue en el Mediterráneo, si lo necesitara, y el único punto de la costa no controlado por países aliados de la OTAN.
La presencia de tropas en las fronteras ha aumentado de una forma exponencial desde entonces. La Alianza Atlántica ha respondió reforzando sus misiones y operaciones en la zona y realizando simulacros en los territorios de sus miembros en Europa del Este, como las tres repúblicas bálticas y Polonia, operativos en los que participa España desde el principio. EEUU, directamente, rompió sus relaciones militares con Rusia.
En estos años se han suscrito, no obstante, los Acuerdos de Minsk, firmados inicialmente en septiembre de 2014, que estaban llamados a poner fin al conflicto en el este de Ucrania. Fueron ampliados en febrero de 2015, ya con un aval internacional importante, el de Francia y Alemania, además de Rusia y Ucrania, el grupo de Normandía.
Se han reducido ostensiblemente los enfrentamientos armados, pero los términos del acuerdo han sido violados en reiteradas ocasiones por todas las partes en conflicto, según ha denunciado Naciones Unidas. Más de 14.000 personas han muerto víctimas de esta guerra, hay al menos 25.000 heridos y 1,6 millones de desplazados internos.
La violencia que estalló hace años entre las tropas locales y los separatistas prorrusos fue particularmente grave en la etapa inicial de la guerra, pero se mantiene hasta la actualidad, dicen los sucesivos informes de la ONU, que denuncian las violaciones del alto el fuego, el uso de armamento ligero y pesado contra civiles, la penuria económica que sufren sus ciudadanos, la imposibilidad de acceder a bienes básicos o al sistema de pensiones, la separación de familias por la complejidad de lograr permisos o de cruzar territorios, los abusos sexuales y las torturas a prisioneros de las dos partes y, al fin, la incapacidad de las partes de lograr una reconciliación.
Así que guerra... guerra hay en Ucrania, terrible y dura, irresuelta. Eso está ya sobre el tablero. Y sigue supurando.