Genalguacil y la España vaciada
El mundo actual ha fijado inercias que van frecuentemente contra las reglas que han regido la vida en comunidad durante milenios y que abarcan todos los modos de alimentación, comercio o relaciones. Los núcleos urbanos grandes van generando dinámicas ultracapitalistas que ofrecen oportunidades de futuro -precarias demasiadas veces- que convierten los miles de pueblos que constituyen el país en un erial, un decorado de cine para la continuación de Crónicas Marcianas de Ray Bradbury. Pueblos vacíos sobre paisajes
yermos en los que una sombra recorre calles mayores desiertas, un
cierto runrún de los huidizos personajes de Juan Rulfo en páramos fantasmales.
Más allá de lo apocalíptico de esta profecía, la edad media de los pobladores crece. En los pueblos pequeños la población mengua y las oportunidades desaparecen. El proceso es doloroso: empresarios que se jubilan sin que
nadie continúe su quehacer, ayuntamientos que, al descender la
población, reducen la oferta pública de empleo y, finalmente, a menos consumidores menos interés por abrir nuevos comercios en el mundo de Amazon y las grandes superficies. La tormenta perfecta.
Estos días las reglas electorales vuelven interesantes estos pueblos dejados a su suerte y los políticos prometen hasta puertos donde no hay mar pero es necesaria una estructura global para que el país siga siendo el que hemos conocido y no una red de grandes ciudades unidas por polígonos industriales en parameras infinitas castellanas y andaluzas. Exenciones fiscales para las empresas que se instalen allí, ayudas al desarrollo, estrategias europeas con fondos FEDER... todo suma pero si no lo hacemos ya en unos años administraremos cementerios.
Al sur de Ronda, tras recorrer uno de esos bosque que deberían llamarse selvas, está Genalguacil mirando desde una plataforma que vigila el río Genal cómo los alcornoques pierden su piel y se vuelven rojos como los tejados de la Iglesia. Es blanco, bellísimo, como salido de un cuento y sufre los efectos de la despoblación como todos los núcleos de la zona pero ha planteado una solución propia. Su alcalde, Miguel Ángel Herrera (PSOE) optó desde el principio del mandato que ahora expira por retomar un antiguo vínculo con el arte público que llenó las calles de esculturas contemporáneas. Se comenzó
con unos encuentros de arte joven que hoy son una referencia para el
arte español, proponiendo un escenario a los artistas jóvenes en el que su trabajo se beneficia frecuentemente del conocimiento de esta joya malagueña y de su entorno, desde el pinsapo a las sinuosas carreteras que le dan acceso.
Este proyecto creció con “Pintar imaginarios” comisariada por Juan
Francisco Rueda con los artistas Arancha Goyeneche y Fernando Renes.
Fue una iniciativa que cambió la fisonomía del pueblo gracias sobre todo a los lebrillos pintados por Renes que cubrieron fachadas y llenaron ventanas. Normalmente la gente ve con recelo el arte público pero en Genalguacil las señoras mayores paraban al alcalde para decirle que en su casa no se había instalado ningún lebrillo. Yo lo he visto. Luego llegaron las persianas de José Medina Galeote que marcaron zonas en verde y azul. Artistas de vanguardia mejorando la vida de un pueblo y colocando un foco mediático encima gracias a la pregunta ¿qué pasa en Genalguacil? En esta mañana lluviosa decenas de
turistas británicos recorren sorprendidos callejuelas y adarves bajo el arco de sillas de Isidro López Aparicio.
Hoy se abre un proyecto que comisarío junto a Carolina Parra basado en
la luz con José Maldonado, Alícia Martín, Sonia Navarro y Santiago Ydáñez. Su título es LUMEN y pretende implementar otras producciones sin alterar los flujos circulatorios ni los ritmos de vida de Genalguacil, un entorno demasiado precioso como para alterarlo. La luz llenará en sus distintas formas los espacios de tránsito de gente que crece con el arte de hoy.
Hoy en el arte español todo el mundo sabe qué es aquello y la curiosidad cada vez es mayor por la presencia de este pueblecito de cerca de 400 habitantes en la lista de las principales iniciativas culturales de Andalucía para el Observatorio de la Cultura (2018) Hoy no es raro escuchar a Carlos del Amor, al cierre de un
Telediario, glosar la última maravilla que se prepara en esta belleza perdida entre bosques y montañas. Hay una posibilidad a través de la cultura para esta España vaciada y no precisa solo de millones: necesita el empuje de buenos políticos con la complicidad de habitantes que entiendan que hay que innovar, ser abiertos y, tal vez, preparar pueblos para que los artistas los reinventen y habiten en espacios creados para ellos.
Mientras eso ocurre yo iré pasando mi tiempo en el que más me gusta de
todos: Genalguacil.