Gaza, lo que queda cuando las bombas callan: un bloqueo de 15 años que asfixia a los palestinos

Gaza, lo que queda cuando las bombas callan: un bloqueo de 15 años que asfixia a los palestinos

Israel y la Yihad han pactado un alto el fuego, tras la última crisis que deja 44 muertos en la franja. Pero no hay vuelta a la normalidad, sino a la mayor cárcel al aire libre.

Dice Israel que si se cumple el frágil alto el fuego pactado la pasada medianoche con la Yihad Islámica en Gaza, se van evaluando las amenazas y hay garantías de seguridad, la franja tendrá un “regreso gradual a la rutina”. Esa rutina es la de la mayor cárcel al aire libre del mundo, como la catalogan el Gobierno palestino, las milicias gazatíes y, también, organizaciones internacionales independientes y hasta Naciones Unidas. Cesan los bombardeos, se rebaja apenas el bloqueo, pero lo que queda es un cerco férreo, viejo de 15 años, también llevado a cabo por Egipto y que es un castigo a Hamás por haber tomado el poder en 2007. Una mano de hierro que asfixia a la población y con la que es muy complicado reconstruir, sanar, vivir.

Llueve sobre mojado. Los palestinos no alcanzan a recuperarse de un ataque cuando ya están enfrentando el siguiente. Ha habido cuatro guerras e incontables incursiones en los últimos tres lustros, que se suman a ese cerco. La ofensiva que ahora ha acabado, bautizada como Despertar del amanecer, deja 44 muertos, todos palestinos, de los que al menos 15 son menores, además de más de 360 heridos, muchos de ellos con severas mutilaciones incapacitantes de por vida. En el lado israelí ha habido 40 heridos, en su mayoría personas que corrían a los refugios, de las que 13 han tenido que ser atendidas en hospitales por heridas leves o crisis de ansiedad.

El ejército de Israel denuncia que la Yihad ha lanzado 1.200 cohetes, de los que unos mil han alcanzado su territorio, la mayoría interceptados por su Cúpula de Hierro o caídos en zonas abiertas, inhabitadas. Dice que el resto han sido lanzamientos fallidos de la milicia y que ésta es culpable de al menos 15 de los muertos palestinos. Las IDF asumen que ellos han matado a 11 civiles, al menos, en sus 160 ataques sobre objetivos supuestamente “militares” -la prensa internacional presente en la zona constata que se han visto afectados edificios residenciales, torres empresariales y otras infraestructuras civiles- y que “investigarán” lo ocurrido. Ha sido la peor crisis en la zona en un año.

  Un niño mira desde su balcón los daños de los bombardeos de Israel en Rafah, al sur de la Franja de Gaza. picture alliance via Getty Images

El cerco perpetuo

En las últimas horas se ha procedido, de forma gradual, a la reapertura de los cruces fronterizos, controlados por Israel y por los que pueden pasar personas, mercancías y material humanitario. No será a manos llenas -que Israel hasta llegó a ajustar en tiempos las calorías necesarias para que sus ciudadanos no cayeran en la desnutrición-, pero es que no es así desde hace ya demasiado tiempo. Un castigo colectivo por el que no hay sanciones, pese a que viola la IV Convención de Ginebra.

Israel insiste en que no ocupa Gaza, de donde salieron las últimas tropas y los últimos colonos, unos 7.000, en el año 2005. Sin embargo, el derecho internacional tiene una definición más amplia de lo que es “ocupación”, más allá de que haya presencia militar en el interior de un territorio. Eso es lo que pasa en Gaza: no hay soldados dentro pero es Tel Aviv quien delimita y controla la frontera terrestre, quien vigila la llamada zona de seguridad y sus aledaños -un espacio creado como un área de amortiguación que roba tierra de labor y de vivienda a los habitantes de la franja-, quien vigila la costa -impone unas millas mínimas para que faenen los pescadores- y el aire -que nada vuele-, quien decide cuándo, para qué y para quién se abren los pasos, salvo uno que controla Egipto, en el sur, tan cerrado que tampoco ayuda. Israel es quien da permiso para que entren materiales, quien tiene capacidad para controlar las comunicaciones. Y el grifo suele estar más bien cerrado.

  Mapa del bloqueo de Gaza, con los pasos fronterizos.UNRWA

Esta presión es paralizante en un territorio absolutamente desconectado de las demás comunidades palestinas, la del este de Jerusalén y Cisjordania, con el daño familiar y cultural que eso conlleva. Hablamos de un pedazo de tierra tan grande como La Gomera pero estirado a las orillas del mar, con 40 kilómetros de largo por 15 de ancho, que soporta una población de 2,2 millones. Es uno de los lugares con mayor densidad de población del mundo, de hasta 9.000 personas por kilómetro cuadrado. 1,3 millones son, además refugiados, palestinos que escaparon de sus casas por las guerras con Israel de 1948 y 1967 y encontraron seguridad en la zona.

Los datos aportados por la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, dan cuenta del daño que acumula el cerco: el 80% de la población depende hoy de la ayuda internacional, el 90% del agua no es apta para consumo humano, la inseguridad alimentaria afecta casi al 60% de los hogares y ya decía la ONU que, en 2020, la franja sería “inhabitable”. Ese plazo pasó hace dos.

“El bloqueo sigue teniendo un efecto devastador, ya que el movimiento de personas hacia y desde la Franja de Gaza, así como el acceso a los mercados, siguen siendo severamente restringido”, constata.

La tasa de desempleo en 2021 se situó en casi el 50%, el 81,5% de las personas en Gaza viven por debajo del umbral nacional de pobreza, y los refugiados aún acentúan estos datos -muchos viven con 1,74 dólares por persona al día-, añade la UNRWA, datos que obviamente han empeorado en los últimos tiempos por el impacto económico acumulativo del bloqueo y la pandemia de coronavirus en los hogares palestinos. Si en 2000 esta organización atendía a 80.000 personas, hoy son más de un millón las que necesitan de la agencia para tirar hacia adelante. “La economía y su capacidad para crear empleos han sido devastadas”.

En 2014, antes de la última gran ofensiva israelí (Margen Protector, que dejó más de 2.300 muertos), la ONU ya afirmaba que había un déficit de 400 escuelas, 800 camas de hospital y más de 3.000 doctores y sanitarios. Tras ese verano, cuando las tropas de Israel destrozaron 17 hospitales, 56 ambulatorios y 45 ambulancias, además de decenas de colegios, las necesidades se multiplicaron. Diversas ONG internacionales han denunciado que, de los fondos prometidos por las naciones para reconstruir Gaza tras aquella operación, no ha llegado ni el 60%. Aquella reconstrucción no se ha llevado a cabo y sobre ella ya llovieron nuevas ofensivas, como la de mayo del pasado año o como la que acabó anoche mismo.

  Un grupo de palestinos hace cola ante el paso de Erez de Gaza con Israel, tratando de salir para trabajar, el pasado marzo.NurPhoto via Getty Images

La prohibición de la importación de materiales de construcción por el Gobierno de Israel es una de las principales rémoras que impone el bloqueo. UNRWA denuncia en su último informe de situación que “está ralentizando el proceso de reconstrucción, ya que la importación sólo es posible tras un largo proceso de aprobación, para aquellos proyectos dirigidos por la ONU, pero no para el programa de asistencia en efectivo para que los refugiados puedan reconstruir sus propios refugios”. Y hablamos de refugiados que, dentro de lo que cabe, tienen un apoyo por parte de Naciones Unidas.

Los gazatíes no pueden exportar sus mercancías ni hacer negocio con ellas, con las naranjas o las fresas míticas. Tampoco pueden vender el pescado de sus aguas. Eso también es parte del drama: mientras se oyen zumbar los drones israelíes cada día, en cada rincón del cielo, en el mar también hay vigilancia de la Armada de Israel y hay un límite fijado, más allá del cual los pescadores no pueden faenar. Esto deja fuera el 85% de las aguas que les corresponderían según los Acuerdos de Paz de Oslo. Se ha estirado el permiso a las 12 millas, pero bajan constantemente a seis o cuatro en función del momento de tensión, de lo que Israel decida. Las barcas trabajan cerca de la playa, donde hay menos volumen de pescado y menos variedad de especies.

Si no entra material pero sí se destruyen infraestructuras, en un bucle permanente que pone de manifiesto la tremenda resiliencia de los gazatíes, acaban erosionándose los servicios esenciales. El acceso a agua limpia y electricidad permanece en un nivel de crisis “total”, lo impacta en casi todos los aspectos de la vida. El agua potable no está disponible para el 95% de la población y la disponibilidad de electricidad mejoró recientemente, aumentando de 4 a 5 horas por día en los últimos meses hasta un promedio de 14 horas por día a partir de abril de 2021.

Sin embargo, con el ataque iniciado el viernes había bajado de nuevo a cuatro horas y el llamamiento desesperado de los médicos de los hospitales de la franja, que avisaron de que sólo les quedaba combustible para alimentar dos días los generadores con los que trabajan ha sido clave en las negociaciones del alto el fuego, sostiene la BBC.

Sólo existe una única central eléctrica funcionando a medio gas, atacada en las cuatro últimas ofensivas. Así es casi imposible atender así las luces de un quirófano o una respiración asistida o una incubadora. Salud, agua y saneamiento son los servicios más afectados por estos cortes constantes, que impiden que la frágil economía de Gaza despegue, en particular en los sectores manufacturero y agrícola, que siempre han sido sus locomotoras.

La situación de desgaste lleva a que un número alarmante de gazatíes, casi 600.000, entre los que se encuentran niños y jóvenes, muestren síntomas de angustia severa y desarrollen problemas de salud mental. El problema es tratarlo ante la falta de profesionales y el coste del tratamiento. En realidad, todos los tratamientos cuestan o directamente no llegan: la franja tiene un déficit del 30% en medicamentos y material sanitario, que sube al 60% cuando hay ofensivas israelíes; es cifra es el agujero diario en los tratamientos contra el cáncer, lo que unido a la complejidad para lograr permisos de Israel para recibir tratamiento en Jerusalén Este o Cisjordania socava la posibilidad de una recuperación.

Los sucesivos gobiernos de Israel siempre se defienden afirmando que en Gaza no hay desabastecimiento, y eso es cierto. Los supermercados están llenos de productos de todo tipo. El problema es que son inalcanzables para el bolsillo de los gazatíes, empobrecidos hasta el límite. Muchas de las mercancías se encarecen porque, como no se pueden producir dentro por falta de industria o investigación (todas las piezas de maquinaria son sospechosas de doble uso, que pueda hacer daño a Israel, y por tanto no se pueden introducir), hay que comprarlas al vecino, o sea, a los israelíes.

El movimiento civil BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), que promueve el incremento de la presión económica y política sobre Israel, maneja informes que sostienen que al menos el 45% de la ayuda internacional acaba en manos de Israel, en empresas del otro lado de la frontera que terminan siendo las contratadas: cementeras, fábricas de ladrillo o cableado, telecomunicaciones, depuración de aguas o saneamiento que, además, trabajan en las colonias ilegales de Cisjordania y el este de Jerusalén.

Las oleadas de operaciones militares de Israel son la puntilla. En esta ocasión, se ha tratado de un ataque “preventivo”, un precrimen, porque Tel Aviv insistía en que había una “amenaza inminente”, tras el arresto de líderes de la Yihad. No había caído ni un cohete. Naciones Unidas ha estudiado su actuación, por ejemplo, en la Marcha del Retorno en 2018, se produjeron crímenes de lesa humanidad y de guerra. No hubo consecuencias. En febrero de 2021, la Corte Penal Internacional se declaró competente para juzgar estos posibles crímenes, un gesto inaudito pero que tampoco ha tenido consecuencias aún, tan largos son estos procesos.

Los 15 años de bloqueo se han completado con la crisis perenne de la Administración palestina. La Yihad Islámica, con la que ahora ha batallado Israel, no manda en la franja, sino que es una milicia de la resistencia a la ocupación muy cercana a Irán que va por libre, a veces, incluso contra Hamás, quien lleva las riendas desde 2006. El Movimiento de Resistencia Islámica chocó desde entonces con la Autoridad Nacional Palestina y su partido dominante, Fatah, lo que ha impedido una continuidad en los tres territorios palestinos. En 2014 se anunció un Gobierno de unidad, una reconciliación, que cuajó en serio en 2017, con el primer ministro, Rami Hamdala, hombre de máxima confianza del presidente, Mahmud Abbas.

Hamás publicó en mayo de 2017 un nuevo documento oficial que enmendaba su carta fundacional de 1988 y, sin citar el Estado de Israel, asumía la creación de un Estado palestino basado en las fronteras de 1967, demarcaciones territoriales previas a la guerra de los Seis Días. Un mensaje más suavizado pero que tampoco lleva a conclusiones, no se aclara cuándo Hamás debe dejar de administrar la franja de Gaza, desarmarse y ceder la seguridad a la policía palestina y celebrar nuevos comicios.

  Concentración de seguidores de Hamás en enero de 2006, justo antes de su victoria. PEDRO UGARTE via Getty Images

Todos quieren esta franja estratégica. Gaza ha sido gobernada, destruida y repoblada por diversas dinastías, imperios y pueblos, desde el Antiguo Egipto hasta caer en manos del Imperio otomano, en el siglo XVI. Fue conquistada por Alejandro Magno, el Imperio romano o el general musulmán Amr ibn al-As, cambiando de fe religiosa y alternando periodos de prosperidad y declive.

Gaza fue parte del Imperio otomano hasta 1917, año en que quedó bajo mandato de los británicos, que se comprometieron a facilitar la formación de un reino árabe unificado. Durante la Primera Guerra Mundial, británicos y turcos llegaron a un acuerdo para el futuro de la franja de Gaza y la mayoría de los territorios árabes asiáticos que pertenecían al Imperio, pero durante la Conferencia de Paz de París de 1919 las potencias europeas vencedoras impidieron la creación del prometido reino árabe unificado, estableciendo, por contra, una serie de mandatos que les permitieron repartirse y tutelar toda la región. Así, la Franja de Gaza entró a formar parte del Mandato británico de Palestina, autorizado por la Sociedad de Naciones, que se extendió entre 1920 y 1948.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los británicos decidieron trasladar la decisión sobre Palestina a la recién creada Organización de Naciones Unidas (ONU). El organismo aprobó en 1947 la resolución 181 por la que Palestina se dividía así: el 55% del territorio para los judíos, Jerusalén bajo control internacional y el resto para los árabes (incluida la Franja de Gaza).

Esta resolución, que entró en vigor en mayo de 1948, ponía fin al Mandato británico de Palestina y daba lugar al nacimiento del estado de Israel. Casi de inmediato comenzaron los enfrentamientos, que desembocaron en la guerra árabe-israelí de 1948. El conflicto ocasionó cientos de miles de refugiados palestinos que terminaron asentándose en la Franja de Gaza. Se calcula que el 80% de los llamados gazatíes son en realidad de otras partes de Palestina.

Con la firma del armisticio, Gaza quedó ocupada y administrada por Egipto hasta 1967, año en que estalló la Guerra de los Seis Días que enfrentó a Israel con una coalición árabe formada por la República Árabe Unida -antigua denominación oficial de Egipto y Siria-, Jordania e Irak. Tras la victoria en este conflicto, Israel ocupó la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este, desencadenando una serie de violentos enfrentamientos que llegan hasta nuestros días.

La primera Intifada (levantamiento) de los palestinos contra los israelíes surgió precisamente en Gaza en 1987, el mismo año en que se fundó Hamás, y posteriormente se extendió a los otros territorios ocupados. Los Acuerdos de Oslo de 1993 entre israelíes y palestinos dieron lugar a la Autoridad Nacional Palestina y le concedieron una autonomía limitada a Gaza y partes de la Cisjordania ocupada.

Así hasta hoy, bloqueada y bombardeada nuevamente. Esperando la siguiente crisis.

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.