¿Fuego purificador para la RAE?
Las mujeres feministas estamos centradas en la contienda por lograr un lenguaje inclusivo. También llamado lenguaje no sexista. Nuestros dardos van contra la RAE. Una institución caduca, dogmática y dirigida por y para varones, ya que las pocas mujeres que hay son a título referencial. Y no será por abundancia de escritoras consagradas. Simplemente es porque “ellos” no las introducen en sus ternas. Ellos ensalzan a sus pares dentro de su ordenamiento patriarcal y siempre mutante.
Cuando públicamente postulo quemar a la Real Academia de la Lengua, es una metáfora del fuego purificador. Desde las épocas clásicas hasta la actualidad una buena combustión ha servido para la mitología, la ciencia, la Inquisición o el ocio. Quienes defienden la verdadera igualdad entre mujeres y hombres tienen iguales motivos para la indignación y tan pocos para la celebración cuando analizamos cómo hemos sido silenciadas a lo largo de toda la historia.
Grecia empieza a dar los primeros síntomas escritos de lo que siempre ha ocurrido. La Odisea de Homero, tantas veces estudiada y releída, muestra ya de forma cruel como Telémaco, el hijo de Ulises, manda callar a su madre y le ordena que se retire a sus aposentos privados, en los que se dedicaba a tejer y deshacer su trabajo en la rueca a la espera del amado esposo que peleaba en la guerra de Troya. Penélope es relegada por su propio vástago a la esfera de lo privado. Allí donde tenían que estar las mujeres y no en lo público. Su gran pecado consistió en salir de la celda para mandar callar el barullo de sus pretendientes. Y eso no lo podía hacer, era terreno de su retoño.
En cuanto a la cultura romana tenemos a Ovidio y su Metamorfosis, el insigne y leído autor, casi tanto como la Biblia, es un misógino que abomina a las mujeres que osan hablar ante oyentes varones. En sus mitos nos transforma en animales para silenciarnos. Júpiter convirtió en vaca y obligada a solo mugir a Ïo, mientras que a la charlatana Eco la destina a que su voz no sea nunca la suya, a ser un instrumento que repite las palabras del resto de los múltiples personajes de su excelsa “tribu pseudo sagrada”. A la princesa Filomela le corta su violador la lengua para que no pueda denunciarlo. Y a otra noble que tejió un tapiz con la escena de su abuso sexual le cortan las manos. Y así sucesivamente se va escarmentando a todas aquellas que saltan a un corredor que no es el otorgado por los varones de su época.
La virilidad era concedida y convertida en don por los dioses a los hombres que eran oradores notables. Una historia repelente contra todas las mujeres que no está solo presente en la literatura clásica. Su herencia pervive hasta hoy como un leal patrón de pensamiento y acción en todos los ámbitos de nuestra sociedad. El discurso del género de quien tiene o no derecho a que le escuchen con reverencia: el masculino. De ahí que haya tantas batallas ahora con el dichoso género. Y que nos sancionen, nos denigren o se rían de nosotras por pretender cambiar lo que nos oculta.
Los espacios del poder del género nos meten en la trastienda del lenguaje. Cuando nosotras reivindicamos que no queremos ser percibidas como elementos extraños a las estructuras del poder, también llamado techo de cristal, dejamos claro que este poder y sus andamiajes debemos cambiarlos. El poder del lenguaje nos oprime y por eso mi necesidad de destruirlo para crear otro que una e iguale a todas las personas en equidad y justicia. Las fogatas y sus efluvios sean divinas o no, purifican siempre. Y a esa RAE que se empecina en ponernos los mismos velos de opresión que las culturas ancestrales, que le den. No la necesitamos.
Aunque el orden patriarcal, disfrazado o no de mito, tiemble ante nuestras posiciones innovadoras. Las Lisístratas de hoy no queremos estar en la RAE, por lo menos cientos de mis amigas y hermanas. Sean bienvenidas las bomberas, juezas, portavozas, testigas, fiscalas, gurusas, morenas, rubias, blancas o negras. Todas juntas cambiaremos el sistema al tirarlo por un barranco.