Filósofas, abogadas y feas
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El 14 de mayo tuvo lugar la accidentada —más bien fue un boicot por parte del presidente del tribunal, Manuel Marchena— declaración de la filósofa Marina Garcés.
(Dicho sea de paso, era raro oír a la nieta del poeta Tomàs Garcés responder en castellano a Benet Salellas, abogado de Jordi Cuixart, pero es sabido que, según el tribunal, la única lengua que no puede traducirse es la catalana, puesto que ha traducido sin ningún problema a gente que ha declarado en otras lenguas.)
La prepotencia y abuso de poder de Marchena afloró enseguida. Rebasó el rutinario «Intente responder a las preguntas que le formule yo o que le formulen las partes» y la conminó con algún «Por favor, guarde silencio», o extemporáneos «Vamos mal»; «Perdemos el tiempo».
Cuando Garcés inicia una respuesta diciendo que la noche del 1-O tenía fiebre, el magistrado, cual séptimo de caballería, arremete: «Y no me replique, por favor, no me replique», cuando de hecho Garcés no replicaba.
La cosa empieza a subir de tono cuando la filósofa dijo que «Yo el 1 de octubre aluciné». El séptimo de caballería ataca de nuevo y el desprecio de Marchena no puede ser ya más evidente. Llega al insulto, según Marchena era «incomprensible» que la autora de Ciudad Princesa no entendiera nada; cito literalmente: «si usted es jurista, si es profesora de filosofía tiene que saberlo perfectamente»; «todas sus apreciaciones personales no tienen ningún interés»; «aunque le encantaría esplayarse y hacer todas las matizaciones que quisiera hacer»...
En un momento concreto, Garcés amaga con consultar unos papeles. La reacción de Marchena no puede ser más furibunda, «no puede seguir un guión». Ella le dice que no lo es, que son unas notas, y la ira y los malos modos se acrecientan; se ensaña: «Lo primero que tiene que hacer es pedir permiso al tribunal», Garcés, alucinada, dice que lo ha consultado pero es cortada con brutalidad. (Por otra parte, Marchena ha dejado consultar papeles a varios testigos de la acusación sin ningún problema; ¡ay, la doble vara de medir!)
Cuando Salellas pregunta a Garcés si pasó miedo el 1 de octubre, el magistrado manda al garete su presunta presunción de imparcialidad y no permite la pregunta aunque dejó explayarse sobre su miedo con todo detalle a Montserrat del Toro, la secretaria judicial que, despreciando la puerta, prefirió salir de la Consejería de Economía por la azotea (que no el tejado).
La defensa se desespera y protesta y el «no me replique» acude a la boca de Marchena. Finalmente le dice «¿Tiene otra pregunta?» y Salellas responde que «Si la sala no me permite la pregunta, no voy a formular más preguntas» y Marchena, totalmente perdidos los papeles, salta: «Correcto, mucho mejor», que quizá le pasará factura en los tribunales europeos.
Es posible que todo en Garcés «ofendiera» a Marchena: ideología, pinta, actitud, mirada, manera de hablar, enorme expresividad... Lo seguro es que no pudo soportar la respuesta de Garcés cuando sólo empezar le preguntó de oficio si conocía o tenía relación con las personas acusadas: «...muy lejano y, en el caso del señor Jordi Cuixart, tenemos un café pendiente desde hace año y medio pero será un poco difícil...», ironía que saca de quicio a Marchena.
Marchena, de quien se ha elogiado, especialmente los primeros días de juicio y por parte del antiindependentismo, su mano izquierda, imparcialidad, tolerancia, incluso galantería y capacidad de seducción, no lo pudo digerir. La misoginia lo devoró: las ironías las hace él y, en todo caso, que las mujeres le rían las gracias.
Muestras de machismo ha dado durante todo el juicio. Ha acallado más defensas, pero es a una abogada, a la de Carme Forcadell, Olga Arderiu, a quien espetó un satisfecho «Cuando yo hablo, usted deja de hablar».
El acoso al que somete a otra de las abogadas, Marina Roig, es constante: «si no lo entiende, tiene usted un problema»; «yerra usted en su estrategia defensiva». (Roig, por cierto, sin ningún aspaviento ni ego, ha sido capaz de poner contra las cuerdas a todo un mando de la Guardia Civil.) Marchena no se limita al caso y extrae conclusiones generales que, como con Garcés, son desautorizaciones profesionales, enmiendas a la totalidad. Un auténtico abuso.
Por otra parte, después de decir dicharachero a Roig que vería con «sumo gusto» un vídeo cuando esta abogada insistió e insistió en pasarlo, al apercibirse de que ver los vídeos simultáneamente dejaba con el culo al aire a testigos de la acusación, abandonó toda condescendencia y no permitió que se viera ninguno más. Con ello, envió el juicio al siglo xix. (En la misma línea, acaba de rechazar el careo solicitado por la defensa entre el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos y el ex máximo responsable de los Mossos Ferran López.)
Sobre galantería y «caballerosidad» estos días hemos oído hablar demasiado. Rocío de Meer, diputada de Vox, reivindicó una, según ella, «figura genuinamente española: la de los caballeros. La de los caballeros que te sujetan la puerta al pasar». Ojo, porque a estos presuntos caballeros que te abren la puerta no se les ve ninguna ansia por dejar pasar el nombre y el apellido de las mujeres delante de los suyos en las tarjetas de los buzones, o cuando se ha de decidir el orden de los apellidos de hijas e hijos. No parece tampoco que les mueva a combatir, por ejemplo, la ignominiosa brecha salarial; que en eso, te dan con la puerta en las narices. Por otra parte, dejar pasar delante al entrar es una concesión graciosa que indica que tienes el poder de brindar tal benevolencia; sólo hay que ver como los políticos se empeñan en hacer pasar primero al colega invitado. Si los invitados son dos, a veces son cómicas las estrategias para no entrar el primero.
También afirmó de Meer que dichos caballeros han mamado que «tienen que proteger y cuidar a la mujer porque es portadora de vida». La verdad es que en general son las mujeres quienes cuidan y protegen a los hombres.
Ay de ti si prefieres cobrar igual por el mismo trabajo que entrar primera o segunda. Seguro que te elevas a la categoría de fea feminista en opinión de un correligionario de de Meer, del eurodiputado de Vox Jorge Buxadé, «todas esas feministas feas que les dicen a las mujeres españolas lo que tienen que hacer».
Cuando en el congreso de Madrid ves que desde el 28 de mayo un 46,85% de los escaños están ocupados por diputadas, una se pregunta si las políticas de Vox (o las del PP) han caído en la cuenta en algún momento que si han podido acceder a él es porque feísimas feministas (valga la redundancia) se empeñaron tozudamente en ello (también han podido abortar sin tener que ir a Londres, divorciarse, trabajar en casi cualquier oficio, una aparente futilidad como llevar pantalones o, sin ir más lejos, votar).
Pienso con inmensa gratitud en algunas de las más feas de las feas, en ilustrísimas feas como Concepción Arenal (1820-1893), Emilia Pardo Bazán (1851-1921), Carme Karr (1865-1943) o Clara Campoamor (1888-1972).