Fernando Simón, a la parrilla
Con todo lo que ha transcurrido, y lo que hemos sufrido todos, asombra la tremenda frivolidad con la que se ‘desmenuzan’ unas opiniones de ‘situación’.
Apunté la cita a bordo de un Airbús de Iberia, recogida de una de las revistas que dejan al pasaje. Es de Napoleón I y creo que sigue siendo de la mayor actualidad: “Usualmente me encuentro con la siguiente situación: con sabios que aún buscan la sabiduría y el saber y con estúpidos que creen haberla encontrado”. Me acordé de ella hace tiempo, justo cuando nada más empezar la pandemia ya en marzo del año pasado comenzaron a asomarse en tropel los sabios a los que aún les faltaban un par de hervores.
Ya entonces se analizaban los puntos y las comas en la oratoria del epidemiólogo Fernando Simón, y se podía escuchar el rasgado de las vestiduras. Este médico tenía algo muy serio en su contra: la envidia de muchos políticos que no aguantaban de buen grado sus apariciones diarias en todas las cadenas de televisión y, poco a poco, según iba creciendo su fama, la de muchos médicos que, como el doctor Cavadas, pueden ser genios en su área de conocimiento pero no estar al tanto de los ‘algoritmos’ epidemiológicos.
Por su parte el Consejo General de Colegios de Médicos pidió el cese del director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias “por su incapacidad manifiesta y prolongada a lo largo de la evolución de la pandemia”. Es el problema de mirarse el ombligo: llega poco riego a la cabeza.
El detonante fueron unas declaraciones de la mayor normalidad: “Los profesionales sanitarios tienen un aprendizaje con respecto a la primera ola. Los gestores hacen mejores los circuitos de asistencia en los hospitales. Y obviamente los sanitarios tienen un mejor comportamiento evitando contagiarse fuera de su espacio de trabajo”. ¿Alguien puede encontrar algo raro en tan prudentes como atinadas palabras? La experiencia es la madre de la ciencia. Y poner en duda que la experiencia en la primera ola ha mejorado los resultados en las posteriores es una soberana estupidez. Si hubiese dicho lo contrario, que los médicos no aprendieron nada de la primera ola, que los gestores no tomaron nota de los problemas para mejorar los circuitos hospitalarios yo entendería que, en parte, pudieran tener razones para un enfado corporativo. ‘En parte’, porque como indican ciertas reacciones, algunos se empeñan en desaprender lo aprendido con tal de marcar la diferencia.
Y por eso van tan campantes hacía el ridículo. Desde el primer momento se vinieron ignorando algunas circunstancias relevantes para el análisis. Las opiniones eran zigzagueantes porque el coronavirus era zigzagueante; y poco a poco fueron apareciendo las primeras mutaciones. Y menos mal que la ‘nueva’ cepa inglesa, que no será la última en aparecer, no nació en España.
Con todo lo que ha transcurrido y lo que hemos sufrido asombra la tremenda frivolidad con la que se ‘desmenuzan’ unas opiniones de ‘situación’, el análisis concreto de una realidad concreta en un momento concreto. Y de ahí unos consejos necesariamente subordinados a las imprevistas evoluciones del ‘enemigo’ invisible.
En las primeras semanas ya eran multitud los sabios, que sin embargo no han logrado sobresalir. Había una crítica generalizada acerca de si el Gobierno andaba con improvisaciones y estaba primando una progresiva apertura económica. Eso era organizar una matanza. Un genocidio. El reino de las fake caca. No hace falta que busquen este tipo de declaraciones en San Google Bendito. Pero si quieren entretenerse un rato, y hasta echarse unos sarcasmos, o experimentar el rubor de la vergüenza ajena, ya se los digo. Eran y son los aguerridos salvapatrias de siempre; que como siempre no tienen empacho en decir una cosa y su exacta contraria. ¿Qué me dicen de Isabel Díaz Ayuso?, ¿no es acaso una supremacista económica? ¿Y Martínez Almeida, que pasó de ser el mudito modoso a meterse en todos los charcos?
¿No intentan las autonomías populares combinar la lucha contra la pandemia con el mantenimiento de las actividades económicas? ¿No es lo que sostienen Alberto Núñez Feijóo en Galicia o Moreno Bonilla en Andalucía?
Sobre este debate tengo un ‘hilo’ en WhatsApp con un viejo amigo epidemiólogo andaluz, Andrés Rabadán: “La improvisación inteligente es lo mejor que se puede hacer. Decir que el gobierno improvisa, como si eso fuera malo, es no enterarse. El que critica la progresiva apertura económica es que no sabe que el hambre, y digo el hambre física puede llegar a continuación…”. “Los datos que dan todos los países están sesgados o directamente mienten. Como en las guerras, la primera víctima es la verdad”. “Cuando me piden opinión experta sobre qué va a pasar respondo que no lo sé, porque para toda buena ecuación matemática se necesita conocer y ponderar muchos factores, y aquí hay muchos que no se saben, y los que sí se conocen son muy difíciles de ponderar”.
Y un consejo que los videntes políticos que compiten con Esperanza Gracia no han tenido en cuenta en jamás de los jamases: “Que el Gobierno se vuelque en medidas sociales y proponga un pacto de Estado para el futuro próximo son las decisiones más prudentes e inteligentes a adoptar… pues si no, se acabaría asaltando los supermercados...”
Claro que es más fácil el insulto facilón.
Poco a poco los distintos gobiernos europeos se han ido igualando. España parecía que lo estaba haciendo mal en los embates de la primera ola. Los ingleses tan superiores, miren a su premier Johnson, nos miraban con condescendiente simpleza. El gurú sueco fue estrella por unas semanas mientras buscaba la inmunidad de rebaño y multiplicó los contagios de sus vecinos noruegos, daneses y finlandeses juntos. Terminó estrellado.
La tercera ola no ha tenido en cuenta los sistemas de salud más eficientes de Europa, como el alemán, que salió campeona en la primera jugada del partido. No es mal de muchos consuelo de tontos. Pero al menos cuando el mal es de muchos conviene reflexionar aunque sea un poquito. Y lo peor para una reflexión es saltar al circo armado con los puñales del insulto. El virus siempre gana.
Los servicios de inteligencia europeos estudian –creo que esto es ya de dominio público– el impacto que pueden tener las campañas orquestadas de desinformación en las redes sociales que quiebran el principio de confianza en la gestión de los distintos gobiernos, que promueven el ‘mascarillas fuera’ que es lo mismo que la libertad para contagiar y contagiarse. Rusia y China parecen estar detrás de la invasión de memes y memeces. La expulsión –ha sido más que una mera derrota– del presidente Donald Trump, seguramente aportará nuevos datos.
La información que ha ido facilitando Simón refleja la coyuntura de cada momento. Los datos de Wuhan, que se tomaron como referencia, resultaron que estaban trucados. Las dudas sobre el uso de las mascarillas respondían a que no había reservas disponibles. Fueron haciéndose necesarias según el Gobierno decomisaba cargamentos de proveedores privados, como supermercados, para distribuirlas gratuitamente a los grupos esenciales o de riesgo. Cuando la ‘desescalada’ ya se advirtió que la ‘competición autonómica’ por resucitar la actividad económica, sobre todo la turística, o sea, hoteles, bares, terrazas, reuniones, podría interferir en el plano epidemiológico.
Busquen en Google, y si encuentran algo mejor para entender el haz y el envés de la trama… pues ¡hala! a comprarlo.
En fin… la campaña contra Fernando Simón se ha basado hasta ahora en el salto de mata. Es verdad que el más famoso epidemiólogo español ha tenido sus deslices. Quien mucho habla se equivoca más que quien mucho calla pero insulta mucho. La admiración por el insulto es un factor para evaluar la extensión de la estupidez.
El coro de los resentidos hace un ruido fenomenal. Además, es obvio que en razón de su cargo – director desde 2012 del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias- sea un primer parapeto para los gobiernos con los que ha trabajado, el de Rajoy y el de Sánchez. Él ha asumido que este coste va en la función. Se le critica por tomarse un fin de semana de vacaciones en Portugal y por no descansar. Por subirse a un globo o a una tabla de surf. Por ir en moto al trabajo o por utilizar el metro. Por cortarse el pelo o por dejárselo a lo hippy. Por el modelo de mascarilla o por los vaqueros.
Según toda Europa se vuelve del revés, España deja de ser el malo de la película.
También es cierto que la gripe de 1914 se llama ‘gripe española’ cuando la verdad es que surgió en una Granja de Kansas y fue llevada a Europa por los soldados americanos en la I Guerra Mundial.