Fábula del avión guerrero y la bella bandera
"No me nieguen que sería una pasada vivir en un país que se reconoce en un libro".
Como mucho, uno podía esperar que un marinero perdiera el paso o que la cabra dejara su rastro de cagarrutas a los pies del comandante de la compañía. Sin aquellos mínimos alicientes era, reconozcámoslo, ruido de fondo en la mañana de un día festivo, consecuencia de esa manía que nadie se explica de mantener la televisión encendida a todas horas.
Manía que convierte buenos bares en sumideros de ruido.
Pero, ¿quién nos iba a decir que el desfile de tropas que se celebra con motivo de la Fiesta Nacional se iba a convertir en la película de suspense más esperada del año?
Si ya asistimos en ediciones pasadas al frenazo en seco de un paracaidista contra una farola (militar del que se hizo público el nombre, como si no le hubiera dolido bastante el encontronazo) y al dibujo en el cielo de una bandera extrañamente parecida a la que enarbolan los colectivos trans en sus momentos de reivindicación, este año se ha rizado el rizo de la sorpresa cuando la espectacular enseña que la estela de los aviones tejió sobre el recorrido incluyó un ribete morado inequívocamente republicano.
La excelente realización televisiva también nos permitió contemplar el gesto de sorpresa de Felipe VI al darse cuenta del cambiazo.
Me imagino a Su Majestad girándose con discreción y susurrando al oído de su egregia señora:
-Letizia, eso que firmé ayer no sería mi abdicación, ¿verdad?
Mientras, en la cantina de la base aérea, un cabo mecánico sonreía con disimulo pensando en el bromazo que acababa de gastar.
Y un cachondo en la tribuna silbaba, muy quedo, El humo ciega tus ojos.
Desventajas de los avances tecnológicos. En mi juventud, una sola cámara filmaba el desfile (que celebraba una victoria maldita), por lo que no costaba escamotear los planos que mostrarían a los soldaditos de reemplazo empujando a puro riñón los tanques averiados mientras lamentaban la ausencia de majorettes.
Ahora no perdemos detalle, y supongo que eso tensará bastante a los organizadores del evento.
O, por el contrario, ya andan dando vueltas en la cabeza al gazapo con que animarán el cotarro el año que viene.
Lo mismo se les hunde la zodiac, humilde representante de la flota, en un charco.
Lo que ya no sorprende es el recital de abucheos e insultos que recibe el presidente del gobierno a su llegada a la zona de autoridades.
Aunque sí que avergüenza (y más aún que parte de la oposición lo justifique y lo legitime aludiendo a “la voz de la calle”).
Indudablemente, no entienden que el 12 de octubre sea fiesta de todos los españoles aquellos que tachan de “okupa” a la máxima autoridad electa y lo quieren fuera de un acto en el que, por lo visto, no se celebra un país sino la visión estrecha, cuartelera y casposa que algunos tienen de él; aquellos, en suma, que consideran que un buen español ha de odiar a la mitad, poco más o menos, de sus paisanos.
Y que no sienten ningún remordimiento al atacar a una alta institución del estado tan solo porque no comparte sus colores.
Para que nadie falte, en este año de (ninguna) gracia de 2021, muchos se han enzarzado en la eterna discusión sobre si conmemoramos descubrimiento o conquista, civilización o expolio, mestizaje o genocidio. Las exigencias de perdón del presidente de México, atendidas por el Papa y despreciadas por otros muchos, han reavivado un debate en el que no me siento aludido. Si pienso en aquella América del siglo XVI, solo veo a miles de pobres que pensaron en alejarse del hambre y la miseria de las dehesas imaginando selvas ricas en oro y una despensa inagotable.
Y por supuesto que hubo codicia y crueldad. La misma que ejercen hoy los poderosos de cualquier índole contra los humildes. En eso no hemos cambiado.
Como aquellos, no paso de ser un cabrero que añadió pencas de nopal al pisto y cubrió al lomo de ciervo con lujurioso mole poblano. Y siento el mismo aliento de un mundo distinto y rico que debieron sentir aquellos parias.
Quizás nos hubiera ido mejor eligiendo, en su momento, otra fecha como fiesta nacional. Humildemente, propongo la del 16 de enero, en que se conmemora la publicación de la primera parte del Quijote. Poca discusión habría despertado el regocijarnos por ese libro inacabable e íntimo.
Si acaso, solo Nabokov se hubiera revuelto en su tumba.
También los “patriotas” se hubieran cabreado ante la perspectiva de verse obligados a leer, a riesgo de ser considerados traidores si no lo hicieran.
Y eso que no me gusta que la novela del manco sea tenida por exclusivo espejo de España. Siento que nadie, tampoco nosotros, tiene derecho a apropiársela, porque pocas como ella son de todos.
Pero no me nieguen que sería una pasada vivir en un país que se reconoce en un libro.
El problema sería para los aviones del desfile.
Seguro que el molino que deberían dibujar se les transformaría en gigante.