Europa, tierra de libertad
Hablar de libertad siempre fue un acto de valentía, más aún cuando se habla contracorriente y desde posiciones estratégicas de debilidad política.
Ya hemos sabido que parte del equipo de Donald Trump se encuentra en Europa articulando un frente común de partidos políticos al puro estilo Tea Party, con la intención de desestabilizar las instituciones europeas y sus políticas de progreso social, retrotrayendo en último término a las democracias occidentales a sus líneas de hace cuarenta o cincuenta años, momentos en los cuales comenzaban a dar frutos las primeras movilizaciones de los colectivos que defendían las minorías.
Hemos de recordar, no podemos perder memoria. Porque la memoria nos salvará de estos peligrosos movimientos. No en todos los países de Europa se ha enfrentado este problema de la misma manera. Pudimos ver como Alemania ha sentado en su Bundestag (parlamento federal) a 90 nazis de Alternativa por Alemania y a sus vecinos de Hungría o Austria aupar al Gobierno a partidos de corte abiertamente xenófobo, Unión Cívica Húngara y Partido de la Libertad de Austria, respectivamente, caso que se repitió en Polonia con el partido Ley y Justicia. No son los únicos, hay más, como el último y preocupante caso de Italia, cuya sociedad se avergüenza del Gobierno Salvini, cuando rompe con su tradición de país acogedor, moderno y central en las políticas mediterráneas.
La memoria nos llevará también al ejemplo francés, donde todas las fuerzas políticas democráticas se unieron en el llamado Frente Republicano para frenar a Le Pen, tanto en las presidenciales (por dos veces) como en las legislativas, donde en la segunda vuelta de la Asamblea Nacional francesa la izquierda y la derecha apoyaron recíprocamente a sus candidatos para que los fascistas no ganaran más que una representación testimonial. Fue un cordón sanitario estudiado con antelación y aplicado con exactitud y responsabilidad. Y este es el camino que creo debemos seguir.
La deslegitimación del fascismo, en cualquiera de sus formas, ha de venir no sólo del grito y el dedo acusador de la sociedad civil y de quiénes estamos en una responsabilidad pública. También ha de venir respaldada por datos, aplicando la memoria que revela la trayectoria de estos señores y el rigor del análisis a las propuestas que formulen. Al mismo tiempo, la socialdemocracia y la democracia cristiana hemos de establecer el mismo cordón sanitario que se aplicó en Francia.
En el actual debate político sobre cómo tratar este debate afirmo que las instituciones públicas que salvaguardan la libertad y el progreso social deben estar por encima de cualquier otra consideración. Que el fascismo pueda participar de la vida política y que fracase en el intento de formar parte de la vida institucional, porque los votos no les respalden, será no sólo la mayor de sus humillaciones porque lo que buscan es la megalomanía de sus líderes enfermos de odio. También significará la mayor de las victorias de la democracia y de las sociedades modernas, porque habremos salvado la libertad y defendido el orgullo de ser europeos.
Comenzaba diciendo que hablar de libertad es siempre un acto de valentía, más cuando se hace desde posiciones de debilidad. El primer objetivo de los fascistas siempre ha sido el mismo: migrantes, mujeres y personas LGTBI.
Tengamos memoria y no soportemos una vez más que el fascismo recorra Europa. La receta la conocemos y la podemos aplicar: inversión en educación y en inclusión y siempre aplicar el ejemplo francés, reformulando las legislaciones electorales allá donde sea necesario y si no fuera posible, ser generosos y dar respaldo público a la candidatura que tuviera más posibilidades de vencer en las urnas frente a la intolerancia y el odio.
Estoy convencida de que en España, que tiene un amplio bagaje en derrotar al terror y al odio, podrá sentirse orgullosa una vez más de ser un país generoso, serio y vanguardista, sabedor de su riqueza cultural y su historia de mestizaje. En ese camino me encuentro junto al Gobierno de Pedro Sánchez y espero, de toda la sociedad, el ejercicio de sentirnos como una plena democracia occidental que preserva los derechos y las libertades de todos, sin excepción.
Seguimos.