Europa tiene un plan
Les voy a contar una anécdota. Hace unos días tenía una cita con una radio americana para comentar la reacción europea al discurso de Donald Trump ante el Congreso. A media tarde, me dediqué a recorrer las webs de medios de varios países europeos por si se había producido alguna novedad y me encontré con la grata sorpresa de que, ¡por una vez!, no era el presidente americano el que copaba las portadas... sino el de la Comisión Europea.
Ahí estaba Jean-Claude Juncker, ocupando ese efímero espacio informativo tras haber presentado su Libro blanco para el futuro de la Unión ante el Parlamento Europeo. El luxemburgués, que no es un dechado de carisma y que, desde luego, no se ha ganado a la calle europea, sí está últimamente algo más presente entre la opinión pública. Él, y lo que él representa, por supuesto.
Ya lo hizo cuando su discurso sobre el estado de la Unión, del pasado septiembre, tuvo más impacto de lo que venía siendo habitual; y cada vez que, tras la victoria de Trump, ha mostrado abiertamente sus recelos sobre las declaraciones del nuevo presidente estadounidense.
El motivo ahora para volver a ocupar la atención mediática era la presentación del citado Libro blanco. Bajo el subtítulo "Reflexiones y escenarios para la Europa de los Veintisiete en 2025", es el documento que debe servir de marco para el debate sobre hacia dónde quiere ir la UE, cuando está a punto de celebrarse el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma.
Juncker ya había anunciado en su discurso de septiembre que pretendía presentar una agenda positiva de iniciativas para los siguientes doce meses que permitiera a la UE afrontar los múltiples desafíos que acechan al proyecto europeo, desde la seguridad y la lucha contra el terrorismo, hasta la recuperación económica, pasando por la gestión de la inmigración y la crisis de los refugiados.
El documento plantea cinco escenarios posibles para el futuro de Europa: seguir igual; volver a centrarse gradualmente solo en el mercado único; que aquellos Estados miembros que deseen hacer más, hagan más, en ámbitos específicos; que, por el contrario, la Unión se centre en determinados campos, pero interviniendo menos en los demás; y, por último, que decidan hacer más conjuntamente, es decir, profundizar en la integración.
Aunque el presidente de la Comisión pudo dejar entrever sus preferencias, no tomó partido definido por ninguna. Se trata de sentar las bases de un debate abierto, en el que se espera participen tanto el Parlamento Europeo y los parlamentos nacionales, como las autoridades locales y regionales, y la sociedad civil en su conjunto. Algunos analistas y expertos han criticado esta indefinición, y el hecho de que la Comisión no asuma un liderazgo decidido sobre cuál es su apuesta. Pero desde Bruselas defienden la necesidad de involucrar de diferentes modos al conjunto de los europeos en esta discusión sobre su futuro.
El documento incluye además un calendario detallado para la presentación de otra serie de documentos que deberán ir, a su vez, sentando las bases de debates más específicos, como son la dimensión social de Europa, el aprovechamiento de la globalización, la Unión Económica y Monetaria, el futuro de la defensa europea y el futuro de las finanzas de la UE.
El objetivo temporal es poder extraer unas primeras conclusiones para el Consejo Europeo de diciembre de 2017 y determinar una línea de actuación que pueda ser desarrollada de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2019. De momento, Juncker ya ha logrado mostrar iniciativa y reclamar el liderazgo del debate sobre el futuro. Ahora, además, podrá seguir contando con el apoyo de Donald Tusk, el presidente del Consejo, que ha visto renovado su cargo por dos años y medio más con la única oposición de su propio país, un hecho sin precedentes.
En medio de la incertidumbre global que nos rodea, es importante que las instituciones europeas recuerden continuamente a los ciudadanos la necesidad de seguir defendiendo los logros alcanzados y de seguir luchando por un proyecto común. Pero no solo ellas. Juncker apelaba también a la necesidad de que los políticos de cada país dejen de utilizar a la Unión como el origen de, si no todos, muchos de sus males.
Los mandatarios europeos, con el presidente de la Comisión a la cabeza, deben además seguir buscando ocasiones para mantener un diálogo continuo con la opinión pública europea; esa opinión pública difusa, diluida aún en las nacionales. Y, deben, como en estas últimas ocasiones, reconocer los problemas que acechan a la UE -reconocimiento que, hasta hace poco, y frente al peso de la obviedad, no formaba parte del discurso- pero también destacar todo lo que se pueda los avances, que a menudo quedan enterrados en el cúmulo de malas noticias. Solo un ejemplo. Hace algo más de año y medio la Comisión presentó su plan de inversiones, el conocido como Plan Juncker, para incentivar la actividad económica y el empleo. En septiembre de 2016, en el marco de dicho plan, se habían concedido préstamos a más de 200.000 pymes y empresas emergentes en toda Europa y más de 100.000 personas habían conseguido empleo. De eso nos enteramos porque lo mencionó Juncker en su discurso sobre el Estado de la Unión, pero no porque se hiciera una comunicación eficaz al conjunto de la UE.
Y la comunicación, junto con los resultados, será fundamental para seguir recuperando la confianza y el apoyo de los ciudadanos a un proyecto común. Los últimos Eurobarómetros muestran cierta recuperación tanto de la confianza como de la imagen de la Unión, pero todavía están muy lejos de los niveles alcanzados antes de la crisis.
Así que Europa sí tiene un plan, o al menos, un plan para debatir el plan sobre hacia dónde debe ir el futuro. Un futuro que inicialmente se presenta como una carrera de obstáculos, sobre todo por las citas electorales en Holanda y Francia, cuyos resultados pueden traer consecuencias críticas. Ojalá esos escollos se superen en los próximos meses y las energías puedan concentrarse en hacer avanzar y mejorar el proyecto europeo.