Hablemos de estrellas
En la primera obra teatral de la lengua castellana se refiere a los Reyes Magos con el adjetivo de 'steleros', observadores de estrellas o estrelleros.
Las estrellas son el símbolo más abundante en las banderas nacionales, hasta el punto de que están presentes en sesenta y uno de los ciento noventa y ocho países reconocidos por la Organización de Naciones Unidas. Aparecen, entre otras, en las banderas de Turquía, Israel, Cuba, China o Marruecos.
De todas formas, posiblemente, la bandera de “las estrellas” por excelencia es la de Estados Unidos: cincuenta estrellas blancas –una por cada estado miembro- sobre un fondo azul.
Dos mil estrellas de cinco puntas
La bandera de la Unión Europea también tiene estrellas, en este caso son doce y están dispuestas en círculo sobre un fondo azul. Su número nada tiene que ver con los países miembros, sino que representan los ideales de armonía, solidaridad y unidad de los diferentes pueblos del Viejo Continente.
Y es que doce, a lo largo de la Historia de la Humanidad, ha sido símbolo de perfección y unidad. Simplemente hay que recordar los trabajos de Hércules, los dioses del Olimpo, las teclas de función de los teclados de nuestros ordenadores…
Si circunscribimos el objetivo de nuestro peculiar microscopio a una fracción más pequeña, por ejemplo, a la Comunidad de Madrid, también encontramos estrellas en su bandera: siete estrellas de cinco puntas. El número de puntas está en relación con el número de provincias limítrofes de la comunidad autónoma y las estrellas representan la constelación de la Osa Mayor.
Si hay estrellas memorables en el mundo no son las de las banderas sino las que decoran el Paseo de la Fama de Hollywood. Una acera a lo largo de Hollywood Boulevard y Vine Street en la que hay colocadas más de dos mil estrellas de cinco puntas con los nombres de celebridades de la industria del cine, teatro, música o radio.
La estrella de Belén
Todo esto en plural. Pero si hablamos de estrella en singular, la más famosa es, sin duda, la de Belén. El esferoide luminoso que condujo a los magos de Oriente –quizás sacerdotes zoroastrianos procedentes de Mesopotamia- hasta Belén para adorar a Jesús, tal y como nos cuenta el Evangelio de Mateo.
Ahora bien, todo parece indicar que no fue una supernova sino una conjunción planetaria lo que sucedió por aquellas fechas. Hace algunos años un profesor de Astrofísica Teórica y Cosmología de la universidad estadounidense de Notre Dame -Grant Mathews- planteó la hipótesis de que en realidad fue un insólito alineamiento planetario. La estrella de Belén era el resultado de una gran conjunción formada por el Sol, Venus, la Luna, Saturno y Júpiter en Piscis.
El 21 de diciembre del año 2020 pudimos disfrutar de un espectáculo a pequeña escala, se produjo una conjunción de Saturno y Júpiter, que se vieron como una única y enorme estrella brillante, un fenómeno que se conoce como “estrella de Navidad”.
Sin abandonar la adoración del niño Dios, un término que, a mi juicio, es verdaderamente delicioso es el que aparece recogido en la primera obra teatral castellana y española: el Auto de los Reyes Magos –también conocido como Adoración de los reyes magos-. Allí se utiliza el adjetivo “steleros”, esto es, “estrelleros” u observadores de estrellas, para referirse a los sabios de Oriente. Ciertamente, aquellos hombres sabían leer e interpretar las estrellas como nadie, un conocimiento que, con el paso del tiempo, sería premiado por la tradición con el título de Reyes.
En el Evangelio de Mateo, el único que hace referencia a este suceso, no se nos dicen sus nombres. La primera vez que apareció ese dato fue en un mosaico del siglo sexto que hay en la iglesia de San Apollinar Nuovo, en Rávena (Italia). Allí se nos muestran tres personajes, con ropas persas y gorro frigio que tienen sus manos en actitud de ofrecimiento y que van cargadas con cofres. Encima de sus cabezas se puede leer: Gaspar, Melchior y Balthassar.