“Estoy muy feliz porque mis hijos se despertarán con la voz de su madre y no con el ruido de las bombas”
El testimonio de Denis, niño de Chernóbil, tras despedirse de su familia, que huye de la guerra en Ucrania.
Chernovtsi, Ucrania.- “Todo me da mucho miedo porque no sé cómo podrán sobrevivir, pero también estoy muy feliz porque mis hijos se van a despertar con el sonido de la voz de su madre y no por el de las bombas o de las ráfagas automáticas. Sueño con el día de poder volver a abrazarnos como cuando nos despedimos”. El que habla es Denis Davidov. Lo hace desde Chernovtsi, al suroeste de Ucrania, el mismo día en el que acaba de despedirse de su mujer e hijos: han cruzado la frontera para emprender un largo viaje, con destino España. Huyen, como muchos compatriotas, de la barbarie que está perpetrando Rusia en Ucrania. En su caso procedían de la zona de guerra de Irpin, desde donde han tardado tres días en llegar a Siret, última parada antes de su despedida.
Denis se ha quedado en Chernovtsi, donde la iglesia Adventista del Séptimo día Adra, con una comunidad muy grande en Rumanía y Ucrania, le ha acogido. Él no puede salir de Ucrania porque es hombre y, aunque tiene una minusvalía, cabe la posibilidad de que le llamen para sumarse a su Ejército. Solo le llamarían a filas “en caso de extrema necesidad”, explica, “cuando ya no quede gente para luchar, pero si tengo que ir a la guerra, pues iré”.
Su historia es la de muchos padres de familia que se tienen que quedar en Ucrania y la cuenta mientras paseamos por las calles semivacías de Chernovtsi, donde habitan unas 300.000 personas y que ahora es otra de las ciudades de paso de miles y miles de refugiados en su camino a la frontera hacia Rumanía. Siempre atento y con un castellano más que decente de temporadas que ha pasado con una familia de acogida en Valencia, explica que ahora mismo en Ucrania “todo el mundo es visto como un espía y por eso la gente al principio recela del que no conoce”. De ahí que lance un aviso en el transcurso de este reportaje: pide que no se haga fotos a militares ni a civiles armados sin permiso “para no meternos en líos”, todo ello lo hace sin dejar de mirar el móvil cada dos por tres para ver si tiene algún mensaje de su mujer y sus hijos, que ya pasaron la frontera y subidos a un autobús tienen como destino final y soñado, Madrid.
“Estoy en una ciudad que no conozco muy bien, y aunque me han acogido y estoy con gente, me encuentro muy solo pensando en mi familia, en cómo estarán, y cuándo podrán llegar a España. Cuando lleguen allí, aunque sé que los van a tratar muy bien, mi esposa e hijos no hablan nada de castellano ni de inglés y eso me preocupa mucho porque no sé cómo podrá encontrar trabajo allí para poder vivir”, explica.
Denis vivía hasta unos días en Irpin y ha sido testigo de algo que jamás pensó que verían sus ojos: cómo caían las bombas en los edificios colindantes a su casa. Pese a la gravedad de la situación, no tenía previsto que ni él ni su familia lo dejaran todo, hasta que sintió un riesgo real de morir ya que seguían pasando los días y las bombas no paraban: “Ya te acostumbras y sabes qué misiles son los que se lanzan hacia los rusos y cuáles son los que lanzan los rusos hacia nosotros, porque el sonido es diferente”
En Irpin ya no tenían ni agua ni luz ni gas, por lo que decidió finalmente salir con su familia. Hace siete días que lo dejaron todo atrás. Pasaron tres días dando rodeos y rodeos para evitar las más zonas peligrosas y poder recorrer los aproximadamente 550 kilómetros que hay en el trayecto de Irpin a Siret, donde finalmente dejó a su mujer y tres hijos -dos niños y una niña que tienen diez, siete y año y medio-, en el paso fronterizo donde un autobús los ha recogido con destino final Madrid.
La elección del país de destino de sus familiares -España- no es, de alguna manera, casual. Denis pertenece a los llamados niños de Chernóbil, pequeños procedentes de Bielorrusia, una de las zonas más afectadas por el desastre nuclear, que viajaban a territorio español los veranos para aumentar su esperanza de vida entre 18 y 24 meses.
Desde los 10 a los 17 años, Denis pasó los veranos en Torrente, Valencia, con la familia de Amparo y Joana, que tenía parálisis cerebral. Ellas eran las hijas de la que fue su familia de acogida y con las que creó, casi de inmediato, un vínculo muy estrecho: “Quedé desolado cuando me dijeron que Joana había muerto con 22 años”, explica.
“Los primeros días en España los pasé muy mal, porque no hablaba nada de castellano y no conseguía hacerme entender. Quería volver a Irpin, pero con el paso de los días, las malas sensaciones fueron desapareciendo y uno de los recuerdos más bonitos que tengo es el de cuando me llevaron a Port Aventura”, rememora Denis, que asegura que, pese al paso del tiempo, se sigue considerando “uno más” de la familia de Amparo.
“Recuerdo como si fuera ayer una anécdota de aquel primer año. Fui a dar una vuelta y les dije a todos que volvía en media hora, pero me encontré con una fiesta llamada Moros y Cristianos y me dediqué a ayudar a colocar los tambores de la gente que tocaba y se me pasó por completo el tiempo. Cuando me encontraron eran más de las 11 de la noche y Amparo y su madre estaban asustadísimas buscándome por el pueblo”.
Denis cuenta estas historias con mezcla de sentimientos y, echando la vista atrás, se pregunta si todo hubiera podido ser de otra manera: “Cuando cumplí los 18 años me ofrecieron quedarme en España y estudiar una carrera. Es cierto que yo prefería volverme a mi ciudad y eso hice. Pero ahora que la veo destruida pienso que a lo mejor podría haber tomado otra decisión, pero quién me iba a decir a mí que iba a vivir una guerra en mis propias carnes”.
Ahora su destino está en la iglesia en la que se refugia y donde ha coincidido con varios vecinos de su ciudad, que también huyeron de las bombas y fueron acogidos allí. Su deseo es el de el mundo entero, “que se acabe la guerra y se acabe de la mejor forma para todos”