Estados Unidos: heridas abiertas y falta de liderazgo
Gane quien gane, EEUU seguirá perdiendo, y con ellos Europa, si no se revierte la creciente brecha alimentada por la polarización política y la guerra cultural.
Incluso sin las polémicas y escándalos, propios de los tramos finales de toda campaña, y sin el trasfondo de una epidemia global, la última recta de las elecciones presidenciales en Estados Unidos estaba llamada a ser una de las más reñidas y apasionantes que se recuerden.
Como parte de mi compromiso por hacer accesible la política, estoy siguiendo muy de cerca la campaña electoral y compartiendo en mis redes lo más destacado de la misma. De aquí hasta la noche decisiva del martes 3 de noviembre son varios los ángulos de estas elecciones que estoy analizando, desde a qué candidato le beneficia más el sistema electoral hasta qué consecuencias podría tener una victoria ajustada, o incluso el escenario endiablado en que tanto Trump como Biden se declararan vencedores.
Hay sin embargo una conclusión que podemos extraer antes siquiera de que se emita el primer voto: gane quien gane, Estados Unidos seguirá perdiendo, y con ellos Europa, si no se revierte la creciente brecha alimentada por la polarización política y la guerra cultural.
Esta división no es exclusiva de la política estadounidense. También en Europa vivimos en un clima de creciente polarización, alimentada en nuestro país por un Podemos que desentierra la Guerra Civil cada vez que necesita ocultar su evidente incapacidad para gobernar.
Pero lo que hace particularmente preocupante la fragmentación estadounidense es tanto la dependencia europea de nuestro tradicional aliado, como el hecho de que esta división se está viendo retroalimentada por un sistema electoral e institucional en el que el vencedor se lo lleva todo -aún por el más pequeño de los márgenes- y el debate político se acaba transformando en una lucha por la supervivencia.
El ejemplo más reciente de esta política del “todo o nada” ha sido el debate sobre la vacante abierta en el Tribunal Supremo por el fallecimiento de la veterana magistrada Ruth Bader Ginsburg.
A diferencia de los sistemas jurídicos de la mayoría de países europeos, donde los parlamentos legislan y los tribunales interpretan, los tribunales anglosajones gozan de una gran capacidad para crear Derecho, y pocos tienen más poder que el Tribunal Supremo estadounidense.
Los nueve magistrados que integran la corte son nombrados por el Senado, a propuesta del presidente en ejercicio. Dado su poder para arbitrar sobre las cuestiones más controvertidas de la política estadounidense y el carácter vitalicio de sus miembros, tanto demócratas como republicanos se han enfrentado ferozmente por designar a magistrados afines, y no es raro que las divisiones ideológicas en su seno se hayan hecho evidentes durante las votaciones.
Tras haber designado ya a dos magistrados durante su mandato, el fallecimiento de Ginsburg les ha dado a Trump la oportunidad de inclinar la balanza del Tribunal Supremo hacia el lado conservador para las próximas décadas y, quizás, lograr uno de los objetivos clave de los conservadores: revertir la despenalización del aborto.
Esta lucha enconada por imponer su agenda ideológica se extiende a otros debates y elementos de la vida política estadounidense, desde la lucha contra el Covid-19 hasta la demarcación de los distritos electorales.
Convertidas en campo de batalla de las luchas culturales, las instituciones estadounidenses corren el riesgo de quedar paralizadas durante años, en un momento de creciente tensión internacional y de retroceso del multilateralismo que los Estados Unidos alumbraron y sostuvieron durante décadas.
Pero esto no fue siempre así. Hubo en un tiempo en que existía un consenso entre demócratas y republicanos en los pilares centrales de su política. Esta visión compartida unió al país en los momentos de mayor urgencia, e imbuyó de un brío renovado a la causa de la libertad en el mundo.
Uno de los momentos de mayor simbolismo político de esta campaña ha sido el apoyo público a la candidatura de Biden por parte de Cindy McCain, viuda del histórico senador republicano y candidato a la presidencia en 2008, John McCain.
Separados por la política, Biden y McCain forjaron una amistad sincera y estrecha, fruto de sus muchos años de servicio público, y un sentimiento del deber y el amor a su país que ambos compartían.
No sabemos quién se impondrá finalmente en la cita histórica del 3 de noviembre. Si gana Trump, la brecha social y política que atenaza a los norteamericanos seguramente continuará agrandándose. Si Biden vuelve a la Casa Blanca como presidente, no le será fácil unir de nuevo al pueblo estadounidense.
Pase lo que pase, cuantos admiramos a ese gran país y apreciamos su innegable contribución al progreso y la paz mundiales, esperamos ansiosos el día en Estados Unidos sane sus heridas, y recobre un liderazgo que necesitamos con acuciante urgencia.