Está bien que no beba alcohol. No está bien que preguntes por qué
No bebo alcohol. Nunca he tenido resaca y, aunque vengo de España, donde socializar implica inevitablemente beber alcohol, soy capaz de divertirme y salir hasta las 7 de la mañana sin sentir la necesidad de beber. Mi decisión de no beber es personal, pero pienso que es una decisión saludable que debería aplaudirse.
Aun así, cuando alguien me ofrece una copa de vino y la rechazo, atraigo miradas de curiosidad y unas cuantas reacciones inquietantes. Desde completos desconocidos que asumen que debo ser una persona muy aburrida hasta agentes de relaciones públicas que me preguntan directamente si soy una exalcohólica en rehabilitación... de algún modo, resulta socialmente aceptable poner a alguien en el punto de mira solo por el hecho de no beber alcohol.
Era adolescente cuando me di cuenta de que beber no me merecía la pena. Cuando tenía 14 años sufrí una gastritis grave debido a una infección por Helicobacter pylori, y mientras estaba en tratamiento tuve que ceñirme a una dieta muy blanda en la que no tenía cabida absolutamente nada de alcohol. Así pues, cuando la mayoría de mis amigos empezaron a salir los fines de semana y a emborracharse para pasárselo bien, yo tuve que buscar un modo de formar parte del grupo sin poner en riesgo mi salud.
Si puedo extraer algo positivo del hecho de haber estado enferma por una comida infectada es que no desarrollé gusto por el alcohol.
Aun así, no quería que me marginaran ni me consideraran una aguafiestas. Si pensáis que vuestros años de adolescencia fueron confusos, sumadle tener que fingir que bebes. Si había vodka en la fiesta, decía que solo el ron me subía. Si mis amigos traían su propio alcohol, yo traía mi propia petaca, que estaba llena de sirope aguado que olía tan fuerte que podía pasar por alcohol.
Llegó un momento en el que me di cuenta de que no tenía sentido fingir ser guay. Encontré un nuevo grupo de amigos que entendieron que, simplemente, no podía beber y que se aseguraban de que hubiera suficientes bebidas sin alcohol a mano cuando salíamos hasta las tantas de la madrugada.
Tardé tres años en recuperarme de la infección por H. pylori y sus secuelas. Con 17 años, nunca me había emborrachado y los pocos licores que había probado me sentaban como si me estuvieran quemando las entrañas, así que me di cuenta de que el alcohol sabe mal. La conclusión lógica a la que llegué fue que estaba mejor sobria. Había logrado superar mis años de adolescencia en completa sobriedad y aun así tenía un grupo de amigos divertidos y un novio mono, así que pensé que el mundo adulto asumiría con mayor madurez mi decisión.
Estaba muy equivocada.
Saltemos hasta la Fashion Week de Nueva York del año pasado. Me invitaron a un evento divertido por la tarde porque estaba cubriendo varios espectáculos. Tras saludarme la presentadora, la agente de relaciones públicas de la marca se nos acercó a mi amiga y a mí y nos ofreció algo para beber. Mi amiga pidió vino y yo una bebida sin alcohol. La agente me dijo que no tenían bebidas sin alcohol, pero que podía escoger entre cuatro variedades de vino o vodka. Dije que un vaso de agua sería suficiente, entonces.
Menuda mirada me lanzó... Empezó a interrogarme de forma exhaustiva sobre por qué no quería probar esas bebidas. Sin perder la calma, le dije que no bebo alcohol.
"¡Ah, eres una exalcohólica en rehabilitación!", prácticamente gritó.
A día de hoy, sigo sin entender qué le hizo pensar que está bien chillar en un evento público algo que para algunas personas es una información muy privada. Tras tres décadas de sobriedad y 10 años en la industria, me pilló completamente desprevenida.
Sin embargo, eso no fue más que la punta del iceberg. Al inicio de mi carrera, mis jefes decidieron que toda la oficina debía participar en una actividad obligatoria para hacer piña. Vale. ¿Y qué eligieron? Una cata de vinos.
Expliqué con calma que me gustaría ir, pero como yo no bebía, realmente no formaría parte de la cata. El jefe murmuró algo sobre lo aguafiestas que era. Durante la actividad, el director de la cata se pasó la mitad del tiempo intentando forzarme a beber el puñetero vino.
¿Pilláis la idea de lo que significa la sobriedad en un contexto social?
La verdad es que la sobriedad, como el hecho de beber alcohol, es otra decisión personal. Muy parecido a hacerse vegano, practicar deporte, reciclar o escoger una carrera profesional. Yo no bebo, pero no me importa si tú, mis amigos, mis familiares o mis compañeros de trabajo beben. Sinceramente, me trae sin cuidado.
Entonces, ¿por qué mi sobriedad hace que la gente de mi alrededor se sienta tan incómoda como para asaltarme a preguntas para intentar entender por qué prefiero una bebida sin alcohol mientras todos los demás están aprovechando la barra libre? Aunque me encantaría responder que no es de su maldita incumbencia, las convenciones sociales exigen que explique amablemente los muchos motivos por los que no me gusta el alcohol. Estoy harta de este sinsentido de avergonzar a quienes no beben. Nunca me he emborrachado, superadlo ya.
Lo cierto es que no puedes saber por lo está pasando una persona en su vida cuando decides preguntarle por qué no bebe. Una persona puede tener muchos motivos para no beber. Puede que a ese chico mono le toque conducir esa noche. Puede que la rubia del vestido rojo esté en las etapas iniciales de un embarazo largamente esperado. Puede que esa persona a la que acabas de conocer esté esperando para un transplante de hígado. Puede que el tío divertido de la oficina esté en medio de una dura lucha contra el alcoholismo y tu pregunta ponga en riesgo toda su batalla. Puede que esa joven de la fiesta esté siguiendo los preceptos de su religión. Y así sucesivamente.
Dejad de ser policías del alcohol. Quienes no bebemos no os debemos ninguna explicación por nuestra decisión perfectamente válida. Si vais a organizar una fiesta o una celebración, poned en práctica una verdadera hospitalidad disponiendo de variedad de bebidas con y sin alcohol y dejando que vuestros invitados decidan por sí solos si quieren beber o no.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.