Esquirlas
Sí, la tristísima columna de este domingo trata sobre el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en Uvalde (Texas).
Como cuando la luna de un parabrisas recibe un impacto y de pronto se fragmenta en un millón de cristalitos. Lo hemos visto todos, ¿verdad? Los fragmentos se mantienen en su sitio, pero en realidad la luna ha dejado de existir. Aunque la forma se mantenga, el parabrisas ha explotado. Ya no tiene ninguna resistencia. No es una unidad, sino un montón de esquirlas puestas una al lado de la otra de un modo ordenado. Podemos seguir conduciendo y fingir que no ha pasado nada, pero habremos perdido casi toda la visibilidad. No encuentro mejor imagen para describir qué le está sucediendo a las sociedades modernas occidentales. Y sí, la tristísima columna de este domingo trata sobre el espantoso asesinato en masa que tuvo lugar hace pocos días en Uvalde (Texas).
A pesar de que las imágenes de la escuela tejana hacen difícil distanciarse de lo sucedido esta semana, es necesario ampliar el objetivo y alcanzar una visión más global del problema. Entre las décadas finales del siglo anterior y la primera de este siglo, el número de este tipo de asesinatos en masa se triplicó en los Estados Unidos. Durante esta última década ha vuelto a triplicarse, alcanzando en este momento una cifra cercana a los diez tiroteos indiscriminados por semana. Es obvio que estamos ante un fenómeno que requiere de la concurrencia simultánea de muchas causas —disponibilidad de armas, problemas psíquicos, desarraigo social—, pero, sin negar la relevancia de las demás, conviene preguntarse cuál de las causas concurrentes está aumentando a la misma velocidad a la que aumenta este horror.
Es complicado hacerse una idea de cómo es una catarata cuando se está cayendo por ella. No es fácil analizar un fenómeno social estando dentro de él. Pero en los últimos años un buen puñado de ensayos acerca de la sociedad actual manejan los mismos términos. Falta de empatía. Irracionalidad. Infantilismo. Violencia. Ensimismamiento. Y, sobre todo, narcisismo y soledad. Cuidado: no estamos ante defectos que socialmente se estén intentando corregir, sino ante estilos de vida que se promueven activamente desde unos medios de comunicación y unas redes sociales con una capacidad de adicción, seducción y fascinación nunca vista. Añadamos unas dudosísimas pautas de crianza. Con las instancias políticas y educativas —que sólo ven clientes en la ciudadanía— apoyando. Desde el nacimiento. Las veinticuatro horas del día. Gracias a esa nueva parte del cuerpo humano que se llama “teléfono móvil”.
Hay sociedades sin países y hay países sin sociedades. Pocos países poseen una sociedad tan deshilvanada, con tantos puntos ciegos, tan poco cohesionada como la ciudadanía de los EEUU. Nunca habían sido una sociedad, lo fueron ligeramente durante unas décadas del siglo pasado, y ahora están dejando de serlo gracias a una tecnología capaz de crear un mundo propio para cada individuo —no, carajo, un mundo propio para cada uno no es el paraíso, es una puta distopía—. ¿A qué influencer le pasamos la factura en soledad, fracaso, resentimiento y conductas antisociales? Han convertido un fino cristal en un montón de esquirlas sólo aparentemente unidas. La promoción de valores y referentes comunes, prosociales y antiindividualistas, con la misma potencia propagandística que anima a la tendencia contraria, es tan urgente como la prohibición de la venta de armas.