Esperando a la izquierda: el significado más profundo de Corbyn y el Brexit
LONDRES – Los periodistas británicos, los sondeos y los estrategas políticos se devanan los sesos para interpretar el increíble ascenso de Jeremy Corbyn en las encuestas pre-electorales. Corbyn, de 68 años, orgulloso líder de la izquierda británica, fue descartado por las élites como un caso perdido.
Corbyn se convirtió en el líder del Partido Laborista solo porque hubo un cambio en las reglas del Partido que, involuntariamente, dieron la decisión a los radicales de base, que pueden pagar unas pocas libras, unirse al Partido y votar para elegir a un líder solo con el consenso de una minoría de los diputados laboristas.
Antes, el Partido Laborista Parlamentario seleccionaba al líder. Hoy en día ese partido está plagado de seguidores centristas del ex primer ministro Tony Blair, la mayoría de los cuales se oponen a Corbyn.
En abril, cuando la primera ministra Theresa May convocó unas elecciones anticipadas en junio con la esperanza de aumentar su mayoría conservadora en la Cámara de los Comunes, los sondeos situaban a los laboristas 24 puntos por debajo de los tories, y destinados a perder decenas de escaños.
Ahora, a solo unas horas de las elecciones, que se celebran este jueves 8 de junio, resulta que Corbyn está a pocos puntos de May. Para un periodista estadounidense que está de visita, las elecciones parecen como un cruce entre Sanders versus Clinton y Clinton versus Trump.
Al igual que Sanders, Corbyn está demostrando que la gente ansía un populismo progresista, que solo está a la espera del líder adecuado. Los británicos de a pie están hartos de la globalización elitista acogida tanto por los tories como por los laboristas en los dos últimos gobiernos de Blair y Gordon Brown (1997-2010).
El programa de Corbyn, For the Many, Not the Few, ridiculizado por las sospechas habituales de ser rematadamente de izquierdas, apela a muchos británicos y también propone unas medidas económicas sensatas: subir los impuestos a los ricos, restablecer los servicios públicos (incluida la educación superior gratuita), recuperar los derechos de negociación sindicales, renacionalizar los resultados de privatizaciones fallidas, poner coto a las ansias del capital privado.
Al igual que Hillary Clinton, la primera ministra Theresa May ha demostrado ser una política espectacularmente inepta. Cuanta más gente la ve, menos les gusta.
Los tories hicieron amago de dar un giro hacia el centro, comprometiéndose a reforzar el Servicio Nacional de Salud (NHS). No obstante, con el fin de tapar una brecha en el presupuesto, propusieron gravar las propiedades de más de 100.000 libras (115.000 euros) para recuperar el dinero desembolsado por el sistema sanitario para los cuidados de larga duración.
Este movimiento enseguida fue llamado "the dementia tax" (el impuesto de la demencia). May cambió el rumbo y luego pareció incluso más estúpida cuando negó haber cambiado de postura.
May también eludió el debate entre candidatos y, en su lugar, envió a la secretaria del Interior del Gobierno, Amber Rudd. La estrategia de May ha consistido en mostrarse por encima de todo. Y ahora se está volviendo en su contra.
Mientras tanto, Corbyn, un político que no es especialmente carismático, ha ido ganando confianza, serenidad y comodidad, además de atractivo. Los votantes ven a Corbyn cada vez más como un hombre de principios y a May como una oportunista. Aunque no estén de acuerdo con todo su programa, ven a Corbyn del lado de las personas normales, como un hombre de integridad.
Recuerda mucho al enfrentamiento Clinton versus Sanders, en la época del Comité Nacional Demócrata de Estados Unidos. El Partido Laborista establecido, muy blairizado, aborrece a Corbyn como retroceso al tipo de radicalismo que Blair trataba de suprimir.
Ni siquiera los dos escalofriantes atentados, uno la semana pasada en Manchester y otro la noche del sábado en el Puente de Londres, han provocado la habitual congregación para apoyar al Gobierno.
En las elecciones será decisiva la participación. Los sondeos indican que Corbyn tiene el apoyo de una apabullante mayoría de los jóvenes. Sin embargo, históricamente los jóvenes siempre han acudido a votar en una proporción mucho menor que los adultos.
Puede que esta vez sea diferente. Con el sistema británico, tienes hasta dos semanas previas a las elecciones para registrarte para votar. El subidón de Corbyn empezó a mediados de mayo. Hay suficientes votantes registrados como para que salga elegido. La cuestión es cuántos de ellos acudirán a las urnas.
Las elecciones podrían dar lugar a lo que los británicos llaman "hung Parliament" (literalmente, 'Parlamento colgado' o 'en suspensión'), en el que ni los laboristas ni los conservadores tienen mayoría absoluta. Esto daría el equilibrio de fuerzas al Partido Nacionalista Escocés (SNP), del que se espera que obtenga unos 50 escaños de los 630 de la Cámara de los Comunes. Es probable que el SNP respalde a un Gobierno laborista en minoría antes que a May y a los tories.
Y esto plantea la cuestión de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, uno de los casos más extraños de una clase dirigente que se dispara en su propio pie.
El ex primer ministro David Cameron decidió jugarse el futuro del Reino Unido en dos irresponsables tiradas de dados. Primero, concedió a Escocia en 2014 el derecho a celebrar un referéndum de independencia del Reino Unido (ganó la opción de la permanencia por un estrecho margen). Más adelante, trató de silenciar a los críticos de la UE —tanto los de su propio partido como los del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), aún más conservador— dándoles la oportunidad de votar sobre la permanencia del Reino Unido en la UE.
Pero ¡anda!, las cosas no le salieron a David Cameron como tenía pensado: en la archiconocida votación del Brexit en junio de 2016, una estrecha mayoría del 52% de los británicos decidieron con sus papeletas abandonar la UE. Seguidamente, llegó su ignominiosa dimisión.
Y después, algo aún más extraño: Theresa May, sucesora de David Cameron, se ha mostrado siempre contraria al Brexit, pero interpretó que su pasaporte al éxito político pasaba por "conseguir que el Brexit funcione". Y llegó a la conclusión de que, para debilitar a los nacionalistas de UKIP, tenía que ser tan inflexible como ellos en este asunto.
Esta jugada fue un éxito táctico —UKIP ha acabado eclipsado, mientras que los tories de Theresa May se han convertido en el partido del Brexit—, pero un fracaso estratégico. Por el simple hecho de que es imposible hacer que el Brexit funcione.
Consideremos estos puntos:
El Reino Unido aún quiere seguir recibiendo su porción del pastel, mantener los privilegios del libre comercio sin aranceles con los demás países de la UE, pero también quiere tener la libertad para restringir la circulación de personas y saltarse otras leyes y normativas de la UE. Pero no hay forma posible de que la dirección de la UE acepte tales condiciones.
Alrededor de 14.000 camiones cruzan el canal de la Mancha por el Paso de Calais a diario. ¿Os podéis imaginar que tengan que pasar todos los días por controles fronterizos?
La extinta industria automovilística británica fue rescatada por fabricantes japoneses y coreanos tras las generosas exenciones tributarias del gobierno de Margaret Thatcher, y el Reino Unido pasó a ser su centro de exportación para el resto del continente. Si desaparece el libre comercio entre el Reino Unido y el resto de Europa, los demás países estarán encantados de acoger estas industrias.
La mitad de las exportaciones británicas van a parar a países de la UE, pero solo el 10% de las exportaciones de la UE van al Reino Unido. ¿Adivináis qué lado tiene más poder de negociación?
Desde Margaret Thatcher, las finanzas internacionales han sido el sector más importante del Reino Unido. Ante la amenaza de que el Reino Unido pierda su acceso a un mercado libre de barreras en el sector de los servicios financieros, los grandes bancos estadounidenses y británicos ya están elaborando planes de emergencia para trasladar su actividad a Dublín, Ámsterdam, Frankfurt...
El estado actual de la situación es que las negociaciones en torno a los detalles se prolongarán hasta 2019 o 2020. En algún momento, la realidad se impondrá y demostrará que el Brexit no puede llevarse a cabo, solo que el precio será un inmenso y doloroso golpe a la economía británica.
Denis MacShane, exministro británico de Asuntos Europeos durante el gobierno de Blair, escribió un libro profético en 2015 sobre cómo la clase dirigente se estaba encaminando hacia la catástrofe de la votación del Brexit en 2016. Denis MacShane publicará un nuevo libro en julio en el que explica por qué salir de la UE es como devolver unos huevos revueltos a su estado inicial: "Hay 750 tratados independientes que tendrían que ser negociados", reveló. Los ciudadanos británicos perderán ventajas que daban por hechas, como el derecho a pasar la jubilación en lugares agradables del continente o a recibir atención sanitaria gratuita cuando viajen por Europa. Cuantas más desventajas se vayan presentando, menos popular será el Brexit.
Todo esto nos lleva de vuelta a Jeremy Corbyn y Theresa May. Corbyn nunca fue un firme defensor de la UE, a la que percibía como una fuente de neoliberalismo de importación. En principio, el Partido Laborista está a favor de que el Brexit funcione, pero si se convierte en el próximo primer ministro británico, Jeremy Corbyn no parece muy decidido a sacar al Reino Unido de la UE con las condiciones que pondrán sobre la mesa ante él. Y si su Gobierno necesita el apoyo del Partido Nacionalista Escocés, el Brexit pasa a ser aún más improbable, dado que los escoceses son firmes defensores de la permanencia en la UE. Y un Reino Unido fuera de la UE bien podría conducir a una Escocia fuera del Reino Unido.
Aunque Theresa May sea reelegida, las élites gobernantes, principal electorado de los conservadores, presionarán cada vez más para que no cometa la locura de salir de la UE. El mejor resultado sería que el flagrante oportunismo de dos primeros ministros conservadores sucesivos desacreditara a su propio partido durante un buen tiempo, pero no al catastrófico precio de abandonar Europa.
Cuando la locura del Brexit quede atrás, la parte más dura de volver a construir un Reino Unido que funcione "para la mayoría, no para unos pocos", no habrá hecho más que empezar.
Robert Kuttner es coeditor de 'The American Prospect' y profesor en la Heller School de la Brandeis University (Massachusetts, EE UU). Su último libro es 'Debtors' Prison: The Politics of Austerity Versus Possibility'.