Empleo, la última puerta del armario LGTBI
Muchas veces, el orgullo se queda a las puertas de la oficina, y el trabajo es el último espacio en el que las personas LGTBI no se muestran tal y como son.
Todo el mundo puede elegir a sus amistades, cuántas veces se ve con su familia, el barrio por el que sale, la música que escucha, o las cuentas en redes sociales a las que sigue. Pero casi nadie puede decidir cómo es la empresa donde buscar trabajo, ni si lo consigues, quiénes serán tus jefes ni los compañeros con los que compartirás la jornada laboral.
Habré llegado demasiado pronto. Quizás me he arreglado demasiado. Les parecerá poco mi nivel de inglés. Cómo me veo dentro de cinco años. Por favor, que no me pregunten otra vez cuál es mi mayor defecto. Además de estas dudas y temores frecuentes antes de una entrevista de trabajo, hay quienes se hacen unas cuantas más. ¿Me valorarán igual que al resto si lo cuento?, ¿tengo que acordarme de no hacer ese gesto?, ¿me darán el puesto aunque diga el nombre por el que quiero me llamen y no el que aparece en el DNI?
A menos que el puesto sea en ciertos sectores, o conozcan previamente a sus nuevos compañeros, la mayoría de las personas LGTBI optan por ocultar su orientación sexual o identidad de género hasta averiguar si serán discriminados por ello en sus lugares de trabajo. Hasta ese momento, responden con evasivas preguntas cotidianas, suelen hablar de “pareja” en vez de “mi novio” o “mi mujer”, ocultan sobre sus planes de ocio y activan una suerte de radar en busca de posibles cómplices antes de dar el paso, salir del armario también en el trabajo.
Desde luego, la situación en España está muy lejos de esos 57 países donde la homosexualidad está prohibida con la amenaza de la cárcel, o de esos 11 donde se puede castigar hasta con la pena de muerte, según la plataforma internacional ILGA. Sí, en los últimos años nos hemos ido acostumbrando a que familiares, presentadores de televisión, ministros, actrices o alcaldesas nos hablen de su orientación sexual. Las personas trans están en el debate político,
protagonizan series, inauguran exposiciones. Los matices en la sexualidad y la identidad de género poco a poco parecen abrirse paso, sobre todo gracias a los más jóvenes, entre el “o blanco o negro” que nos enseñaron.
Desde el Ministerio de Trabajo apuntan que la discriminación a las personas LGTBI está prohibida y de producirse puede ser sancionada como “infracción muy grave” por parte de la Inspección de Trabajo y Seguridad Social. Además, según el Eurobarómetro de 2019, España es uno de los países de la Unión Europea donde más población, un 86%, asegura sentirse “totalmente cómodo” si trabajara con una persona gay, lesbiana o bisexual. Un porcentaje que desciende apenas al 80% si fuera junto a una persona transgénero. Pero estos datos no acaban de cuadrar con lo que dicen las propias personas LGTBI y las organizaciones que trabajan por sus derechos.
En un estudio de 2020, la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) apuntaba que la mitad de las mujeres encuestadas denunciaban haber sufrido acoso laboral, y más de un cuarto de las mismas aseguraron que fueron despedidas, no se les renovó, o no obtuvieron una promoción por ser lesbianas, bisexuales o transexuales. Ese mismo año, una
investigación de una docena de universidades españolas y portuguesas cifraba en siete de cada diez las personas LGTB que ocultaban esta condición en sus trabajos.
“Cada vez más, [los directivos] se plantean que si no son empresas diversas serán empresas muertas”. Niurka Gibaja, es la vocal de la FELGTB de cuestiones laborales y señala avances relevantes como protocolos antidiscriminación, creación de espacios seguros para cualquier diversidad o acercamiento a las asociaciones locales. Al mismo tiempo, apunta que la discriminación en el empleo varía según los sectores y predomina en aquellos en los que la gran mayoría de los trabajadores son hombres.
“Me gustaría verte progresar, qué pena…”
El hecho de que los tres próximos testimonios no aparezcan con su verdadero nombre muestra hasta qué punto el miedo a la discriminación laboral por ser, sentir o sentirse diferente a la mayoría se mantiene en espacios muy variados. Desde Gran Canaria nos hablan de una Marta, una policía lesbiana que tenía que escuchar comentarios homófobos en su día a día. Decidió no hablar de su orientación sexual y aguantar con media sonrisa a regañadientes los piropos de sus compañeros.
También en esa isla Diana, una mujer trans, empleada como reparadora de máquinas de tabaco y similares, señala que cuando inicio su proceso de cambio de sexo recibió el apoyo de su empresa, pero fueron sus compañeros quienes le “hicieron la vida imposible”. Por el contrario, Diana agradece la comprensión y el cariño que ha recibido desde entonces de toda su familia, incluidos sus hijos y su padre, que llegó a bromear con que él siempre había querido tener una niña…
María conoció a su pareja cuando ambas daban cursos de catequesis en una parroquia del sur de Madrid. Ahora, es profesora de un colegio religioso de la capital en el que cuenta que impera algo similar al “no preguntes, no lo cuentes”, la política que el ejército estadounidense estableció hasta el 2011 por la cual se prohibía a los superiores investigar o castigar con el motivo de la orientación sexual, siempre que la persona no diera muestras públicas de “actos
homosexuales”. Es decir, puedes trabajar aquí, siempre que no digas en voz alta lo que ya sabemos.
Pero la discriminación al colectivo LGTBI también se da en espacios quizás menos previsibles. Como en una reconocida consultora internacional, en la que Pedro, un joven gay consiguió rápidos ascensos hasta que vio cómo se quedaba estancado y no le encargaban ninguno de los proyectos importantes. “Vales mucho y me molaría verte progresar, qué pena…”, le soltó un día uno de los jefes, dando por hecho con unos puntos suspensivos el motivo de la interrupción de su meteórica carrera. Un tiempo después, Pedro cambió de trabajo. En su nueva empresa tienen una marcada una política de inclusión y diversidad que, según él, le hizo “sentirse en casa desde el principio”.
Unos obstáculos que de algún modo confirma Eva Porto, especialista en Recursos Humanos que recibe más de 30 preguntas al día en sus perfiles de redes sociales. Entre otros motivos, como la raza o la edad, también le llegan muchas denuncias relacionadas con la discriminación a personas LGTBI, como preguntas en entrevistas de trabajo sobre la orientación sexual o el género, que considera no solo fuera de lugar sino también ilegales.
Porto señala que normalmente no son las empresas las que optan por discriminar, sino que son personas individuales las que tienen ciertos sesgos o prejuicios. Y aunque a las personas que se encuentran barreras de este tipo les recomienda que piensen algo como “pues ellas se lo pierden”, también explica que una experiencia como estas “puede dejar un trauma” de cara a las próximas ocasiones.
Las plumas que no se pueden tapar
Hasta en la discriminación hay clases. “No es lo mismo ser G que L, no es lo mismo L que T”. La portavoz de la FELGTB dibuja con las siglas del colectivo una suerte de escalera de la exclusión. Los hombres un peldaño mejor de las mujeres, las mujeres españolas uno por encima de las que son migrantes, las migrantes uno más arriba que las trans.
“Hay plumas que no se pueden tapar”, cuenta Gibaja hablando de esa doble o triple discriminación que se da cuando, además del género y la orientación sexual, se acumulan otras etiquetas, acompañadas de cerca por sus respectivos prejuicios. Inmigrante, trans, sin papeles, sudaca, discapacitada… “Puedo esconder ser lesbiana, pero no ser negra”, le contaron en una ocasión para ilustrar este tipo de situaciones.
En esa escalera, parece claro que uno de los peldaños más bajos lo ocupan las personas trans. Según un estudio del sindicato UGT, un 80% de ellas se encuentra sin trabajo.
Yoana Mata es una mujer hondureña trans de 42 años. En los cinco que lleva viviendo en España se ha encontrado con los obstáculos que explican ese dato. A pesar de su formación en gerencia de negocios y psicología solo ha encontrado trabajo como peluquera, y ahora trabaja en la asociación ACATHI. La estética, junto a la limpieza y la prostitución, serían los únicos sectores donde, según Yoana, no se les cierra la puerta a las mujeres como ella. Además del racismo y de quienes se aprovechan de los migrantes en situación irregular, Yoana denuncia la transfobia que se ha encontrado en las entrevistas de trabajo. A veces en frases sutiles como “no te vemos trabajando aquí”, “no encajas en el perfil”; y en otras ocasiones sin ningún tapujo, “aquí no contratamos mujeres trans”.
Mata apunta que las personas trans van a las entrevistas con miedo a que encontrarse con alguien que no sea “sensible con esta situación” y afrontar situaciones como que no comprendan que el nombre con el que te presentas no coincida con tus títulos de formación. “Aunque te digan que no, sabemos cuando te niegan [un puesto] por transfobia, la percibimos a diario”, explica.
A pesar de todos los avances, parece claro que la sociedad sigue poniendo más obstáculos a las personas LGTBI para trabajar en ciertas profesiones o alcanzar ciertos puestos. Muchas veces, el orgullo se queda así a las puertas de la oficina, y el trabajo es el último espacio en el que las personas LGTBI no se muestran tal y como son. Pero antes de esperar que también ahí se atrevan a salir del armario, vale la pena preguntarse qué se encontrarían al otro lado de la puerta, en una entrevista de trabajo, en la máquina del café, detrás de la ventanilla, en la pausa del bocadillo y en la reunión donde se deciden los ascensos.