Elogio del votante incierto
En su estudio sobre el suicidio, el clásico de la sociología Emile Durkheim se encontró con la sorpresa de que en situaciones de agitación política disminuía el número de suicidios. Evidencia que explicó por el hecho de que la agitación de la crisis política reduce la incertidumbre, la duda atormentada, y fomenta la identificación, y esto puede resolver muchos problemas personales, aun cuando lo que menos se resuelva sea el conflicto político.
La identificación con ideales políticos parece permitir dejar a un lado problemas como el empleo, el futuro de las pensiones, la calidad de la enseñanza o la falta de expectativas para los jóvenes. Las banderas son más que un trozo de tela; pero como trapo para limpiar problemas de una sola pasada parecen ser muy eficaces. Y aquí estamos en Cataluña en una campaña electoral con un fuerte latido de enfrentamiento envuelto en banderas, que las distintas formaciones políticas avivan y recalientan aún más en estos primeros días de frío invernal.
Por ello, creo que si hay alguien que merezca admiración entre tanto ruido es quien simplemente reivindica su incertidumbre y, tal vez en cierta forma, su –relativa, siempre relativa- desnudez de banderas a la hora de plantear qué hacer con su voto. Tal vez no sean muchos en contextos así. Pero me parece lo más destacado de la encuesta pre-electoral del Centro de Investigaciones Sociológicas que ha dado el pistoletazo de inicio oficial a la campaña electoral.
Es muy probable que buena parte de los que han optado por categorías de respuesta, a la pregunta que va sobre la intención de voto, como: "no sé lo que voy a votar" o "no lo tengo decidido aún", lo hayan hecho como resistencia a manifestar su posición a un extraño, que es el entrevistador o la entrevistadora. Es decir, que sencillamente oculten un voto que tienen ya decidido. Pero seguro que también los hay que tienen sinceras y profundas dudas.
También puede tratarse de un sector de la sociedad catalana que, harta de la intensidad política de estos años, se ha desenganchado –si es que antes estaba enganchado- de la política. No se dispone del detalle de los datos –microdatos- que nos permita saber cuántos de éstos hunden su indecisión en la distancia de la política, ya sea por hartazgo, los que simbólicamente habrían salido de la misma, ya sea porque no han entrado nunca antes. Incluso puede darse una mezcla de ambas situaciones: el hartazgo de quienes apenas habían entrado en la conversación política. El elevado porcentaje de indecisos entre los jóvenes podría estar señalando esta última posición.
Quizá las dudas se concentren entre votar a un partido u otro. Pero esto ya es tomar cierta distancia, aun cuando sea dentro de semejantes campos ideológicos, sin dejar de sentirse implicado en el proceso político y electoral. Así visto, hay que señalar que los denominados indecisos tienen mayor proporción entre los que, en las elecciones autonómicas anteriores (2015), votaron a partidos de izquierda, como PSC-PSOE y, sobre todo, Catalunya Si que es Pot, donde alcanzan el 36,6%.
La indecisión toma mayor altura en los partidos que parece que han optado por posiciones en el conflicto más centradas, cuyas políticas han venido definiéndose por discursos que dicen ir a la búsqueda de soluciones del conflicto, que de echar más leña al mismo. Seguramente tal apertura les ha llevado también a ser percibidos con perfiles menos nítidos. Los votantes menos identificados inscriben su trayectoria electoral anterior en las fuerzas políticas menos identitarias.
Las fuerzas políticas que han tendido a situarse algo más distantes de la política de bloques aparecen bloqueadas por la indecisión de buena parte de sus anteriores votantes. Esto parecería indicar que la producción de puentes de entendimiento termina generando dudas y dudosos dentro de los seguidores. Una lectura que llevaría a añadir mayores dificultades al propio entendimiento general. Pero también cabría una lectura positiva: la apertura de estas fuerzas políticas reposa en una franca apertura de una parte de la sociedad catalana, que está dispuesta incluso a cambiar de voto.
Del total de tres mil entrevistados, hay 838 individuos que han contestado que no tienen decidido su voto, aun cuando sí que van a acudir a votar. Cuanto más joven, más dudas sobre el sentido del voto. Así, entre los que tienen entre 18 y 24 años, alcanza el 46,5% de los que han dicho que irán a votar. En principio, parece contradictorio con nuestra memoria visual más reciente, puesto que se nos han mostrado numerosas imágenes de manifestaciones encabezadas y protagonizadas (universitarios) por estos jóvenes. Y ahora parece que una parte más que sustancial de los mismos no tiene tan decidido su voto. La mitad (49,7%) de los que, teniendo ahora derecho al voto, no lo tenían en las anteriores elecciones autonómicas, no han decidido aún su voto.
A partir de ahora, con la campaña electoral oficialmente iniciada y dado lo ajustada que están las fuerzas –especialmente si se vuelve a hacer una interpretación en clave de bloques soberanista-constitucionalista- estos indecisos serán el objetivo principal de los discursos políticos. Así, un sector que tiende a estar callado, a pasar desapercibido en los días de tormenta política, con perfiles ideológicos tan difusos como variados, se convierte una vez más en el centro de la acción electoral. Habrá que ver cómo los distintos partidos enfocan a este sector social tan desenfocado por definición. ¿Lo harán con discursos sobre la identidad, lo que suele llevar en la mochila una especie de aviso contra la "traición"? ¿Lo harán elogiando su indecisión, desde la comprensión de su incertidumbre?