‘Elogio de la estupidez’, la comedia millennial para todo tipo de adultos

‘Elogio de la estupidez’, la comedia millennial para todo tipo de adultos

Los personajes no parecen ni títeres, ni ninots, y superan el estereotipo gracias a que los actores saben sacar provecho del alimento que les da Darío Facal.

Agus Ruíz y Mario Alonso en 'Elogio de la estupidez'Coral Ortiz

Hay que dejarse de tonterías. Al público le gusta reírse. Y eso lo consigue con creces con Elogio de la estupidez. Obra de Darío Facal que se puede ver en las Naves del Español del Matadero de Madrid. Por eso se lo agradece con un largo aplauso y muchos bravos cuando acaba la historia de los dos colegas de muchos veintitantos o pocos treinta y tantos: Agus y Mario. 

Dos tontos muy tontos. Dos forofos del Atlético de Madrid. Dos a los que les han dejado sus novias. Agus es guapo tipo surfero, excesivo, echao palante. Un listorro y un terror para las nenas. Mario es feucho, apocado, con pinta de Mortadelo. Ambos son algo cortos tanto intelectual como emocionalmente y van largos de ansiedad. Con las ganas siempre de comerse un colín.

Ambos se conocen. Se van a vivir juntos a la casa de Mario. Una casa que su abuela le dejo en herencia y que ha convertido en una cueva de hombres. Sucia. Desordenada. Una leonera de tíos, con la tapa del retrete siempre levantada y una consola de videojuegos siempre encendida. Una casa decorada con los muebles viejos y antiguos de la anterior propietaria.

Un lugar para fumar, beber, drogarse (sí, según la ficción parece que no hay fiesta sin alcohol ni drogas, como si fueran un comercial de dichas sustancias, como antes Hollywood vendía tabaco, alcohol y café haciendo que todo eso lo consumiesen los protagonistas). Y, claro, un lugar al que invitar a las tías. Unas tías, Bárbara y Noa, que son tan tontas como ellos.

  Agus Ruíz, Bárbara Santa-Cruz y Mario Alonso en 'Elogio de la estupidez'Coral Ortiz

Bárbara es una pija, periodista y dramaturga en ciernes que se encoña con Agus, el guaperas, que se aprovecha y lo aprovecha mientras el cuerpo le aguante. Y mientras folla con el guapo, se hace amigui de Mario, sin derecho a roce, pero con derecho a confidencias. Y Noa es una descerebrada calienta braguetas que pretende ser influencer pero que a falta de pan, con Agus, intenta unas tortillas con Bárbara, por eso de que se lleva ahora y vende. Y ante la negativa de ambos se hace unas tortas con Mario.

¿No parece una versión actualizada de las pelis de Andrés Pajares y Fernando Esteso? ¿No dan ganas de salir corriendo? Quien lo haga, se lo pierde. ¿El qué se pierde? Como se ha dicho una comedia que se podría calificar de millennial (por la edad, referencias y formas de comportarse de sus personajes) para todo tipo de público adulto. Sí, adulto, porque en la obra hay sexo, drogas, trap (a falta de rock&roll), palabras malsonantes y unos rol model poco edificantes. Con los que hay que poner distancia.

  Ana Janer y Mario Alonso en 'Elogio de la estupidez'Coral Ortiz

Sin embargo, los personajes no parecen ni títeres, ni ninots, y superan el estereotipo gracias a que los actores saben sacar provecho del alimento que les da Facal. Hay que reconocer que los cuatro están de toma pan y moja. Pero, es de justicia que se le den las dos orejas y el rabo a Mario Alonso. Otro de esos actores preparado, listo, ya para coger el relevo de los muchos y buenos cómicos españoles que pueblan Cine de Barrio.

Con ellos, esta historia y unas entradillas a modo de relato medieval en los que los títulos contaban lo que iba a pasar en el capítulo, Dario Facal monta una obra de escenas cortas. Al ritmo con el que se ven los vídeos de YouTube o los graciosos tiktoks. Esos que se dicen que solo ven los adolescentes, pero que acaba comentando (y compartiendo) todo el mundo independientemente de la edad.

Es la inteligencia de este dramaturgo y director la que convierte esta comedia en algo muy distinto de las que llenan la cartelera madrileña. Diferente de esas comedias de situación que no suelen merecer la atención de la crítica, pero que venden entradas y llenan teatros. Aunque puede competir con ellas cuerpo a cuerpo.

Una inteligencia que hace que los personajes se desarrollen dramáticamente. No salgan de escena igual que entran. De alguna manera tengan desarrollo delante del espectador. En un mundo donde conceptos como heterobásico, heteropatiarcado, autoestima, autoayuda, psicoPATAterapeuta, trap, bitcoins y otros muchos conceptos que tienen que ver con la tecnología fluyen, igual que ahora fluyen los géneros, construyendo un contexto e individuos, individuas e individues.

Poniendo de manifiesto que, aunque se piense que hemos cambiado mucho, tampoco hemos cambiado tanto. Y que se tenga la edad que se tenga, se usen los vocablos que se usen, lo que busca todo el mundo son unos colegas, una novia, novio o novie, y alguna que otra fuente de recursos más o menos estables para disfrutar con todos ellos de más de una fiesta. 

Es esa estupidez, la que se practica con fruición día a día, en cada época con su contexto lingüístico, en la que se va la vida. En la que se nace, se hace lo que se puede (en cuanto a sexo), algunos se reproducen y todos se mueren. Mostrando, más bien, poca o ninguna inteligencia. Pero ¿quién es el guapo, aunque se sea tan ansiosamente guapo como Agus, que está dispuesto a perderse esta comedia humana?

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.