El ventilador y el goretex
Antes de lanzar basura al aire, hay que comprobar la dirección del viento. Desde que los fantasmas del pasado aparecieron en la vida del PP con nombres tan extraños como Gürtel o Púnica, la estrategia de este partido ante cada nuevo caso ha sido de lo más previsible:
Primer paso: negarlo todo, no hay asunto, todo es una pura invención. O, mejor, una burda mentira propagada por periodistas irresponsables, malos profesionales que abusan del derecho a la libertad de expresión.
Segundo paso, cuando la cosa empeora y las evidencias se agolpan: todo es fruto de una burda trama. Quienes han destapado la noticia no sólo son malos periodistas, sino que actúan como lacayos de intereses oscuros. El destilado perfecto de este recurso es la fórmula, publicitada en la sede del partido y en formato coral: no es una trama del PP sino contra el PP.
Tercer paso, cuando la práctica totalidad de los medios ha hecho suya la noticia, y resulta imposible negar los hechos: que entren los basureros; en concreto un tipo especial de basurero cuya misión no es recoger inmundicias, sino propagarlas. El PP cuanta con alguno sumamente experimentado. No todo el mundo sirve para esta tarea; hay quien no soporta el hedor, carece de estómago y sufre de escrúpulos, o, simplemente, no quieren mancharse las manos.
Los basureros del PP basan su ingrata labor –aunque algunos parecen disfrutar- en una evidencia sociológica, cuya más brillante formulación se le atribuye a Einstein: es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. O, dicho de una manera menos literaria: la gente cree lo que quiere creer. En política este principio se manifiesta en la, en ocasiones, inverosímil fidelidad de los votantes de derecha a estas siglas.
Diríase que la opción del basurero es desesperada, pues quienes tienen como misión velar por el interés general deberían abstenerse de ensuciar el entorno, pero la experiencia nos dice que en el PP figura entre sus recursos más queridos. Quien esparce basura -o, mejor, quien da la orden de que se haga- no niega estar manchado –esa etapa ya ha pasado; la evidencia se lo impide-, sino que pretende nivelar contaminar al resto con el tono gris o, perdón, marrón.
La idea es sencilla: TODOS SOMOS IGUALES. Un mensaje que, a corto plazo se incorpora al argumentario de campaña para emplearse en discusiones de oficina, barras de bar y comidas familiares. Y que ha sido de gran eficacia a medio plazo, el que más importa, el de las elecciones: votad con la nariz tapada, pero como todos son iguales, seguid votándonos.
Parece evidente que el PP madrileño ha recurrido a este manual en la crisis de su presidenta. Negación vehemente, seguida de querella criminal, apelaciones a la trama y, finalmente, llamada a los basureros: Lo nuestro ya no hay quien lo limpie, ensuciemos un poco. No hubo asistencia a clase, ni examen, ni tribunal ni máster, vale; se mintió descaradamente y se presionó a otros para que hicieran lo mismo, vale. De acuerdo, hemos mentido, pero todo el mundo miente, miren el currículum de ese o aquélla.
Seguramente el PP confiaba en la eficacia de una estrategia que tan buenos resultados le había dado, pero las últimas encuestas demuestran que no, que la cosa ya no funciona. Dolorosamente, el PP está descubriendo que la dirección del viento ha cambiado, y la basura que lanza le vuelve a la cara. Que su cruzada sucia al final no ha hecho más que dar lustre a su principal enemigo: un tipo con un impermeable naranja al que todo le resbala, pues cuenta con ese goretex que da carecer de pasado y de ideología, y es un maestro en el arte de ponerse de perfil.