El valor de reformismo en la Constitución del 78
El estudio de la historia de España del siglo XIX debería ganar peso en el itinerario escolar de la enseñanza secundaria. Hace tiempo en una conversación una profesora de historia de este ciclo formativo comentó que esta era una etapa que no se estudiaba con la profundidad debida, dado que en su opinión el XIX era un siglo muy movido porque "a cada rato sucedía algo". Ahora que está tan de actualidad la Constitución del 78 no parece desproporcionado plantear la necesidad de efectuar en la escuela, de forma obligada, un repaso a los procesos constitucionales del siglo XIX para no reducir el debate a nuestro vigente marco constitucional y para poner en valor eso que algunos políticos de la izquierda han dado en denominar, despectivamente, el régimen del 78.
Durante mis ya lejanos estudios universitarios tuve la inmensa satisfacción de ser alumno de la profesora María Jesús Matilla Quiza que en su primer día de clase, con no poca solemnidad, nos dio la clave para entender el siglo XIX en España: analizar los diferentes procesos constitucionales que se habían producido durante ese periodo. Nunca estaré suficientemente agradecido a la profesora Matilla por esta orientación que me ha sido singularmente útil tanto en mi vida profesional, como en mi desarrollo personal.
La historia del constitucionalismo español está marcada más por el cambio que por la reforma. Esta circunstancia, el cambio, dio como resultado, a lo largo del siglo XIX, la imposición a los perdedores de un nuevo marco constitucional, en cada ocasión en que aquel se producía. Las constituciones de inspiración partidaria se aprobaban para que, posteriormente, otra visión partidaria de signo contrario la derogase. Una de las consecuencias principales de este comportamiento político basado en la imposición es que acumulemos en nuestro país en algo más de un siglo, más de seis décadas de convivencia sin una constitución.
La única ley fundamental de nuestra historia que ha surgido de un acuerdo político y con un texto socialmente transversal es la vigente de 1978 a la que se llegó gracias a un enorme consenso partidario y un gran apoyo popular.
Hoy nuestra norma fundamental está en cuestión, aun a pesar de los múltiples logros que nos ha permitido conseguir (ver como éramos y como somos del diario Cinco días). El cuestionamiento surgido recientemente, ha sido causado por la conjunción de dos circunstancias que son por un lado la mala gestión de la última crisis económica efectuada por la clase política del momento y otro por la nefasta administración de nuestro corpus legislativo que no pudo impedir la aparición de casos de corrupción escandalosos que hoy se encuentran, en su mayoría, en sede judicial, lo que por otra parte conviene resaltar es gracias a la legalidad derivada de la Constitución del 1978.
Uno de los primeros actores políticos que vieron en la crisis una ventana de oportunidad para la confrontación política fue el lobby de profesores de la facultad de Ciencias Políticas de Madrid que han dado el salto a la política. Estos atesoraban un pasado ideológico heredero de los críticos de la Transición, aquellos que nunca aceptaron que su posición de ruptura frente a la reformista no se impusiera. Así, comenzaron a enunciar sus posicionamientos tirando por elevación, es decir mediante una crítica global a nuestro sistema constitucional con el empleo repetitivo de consignas como "régimen del 78", "la casta política", etc., que han dejado de pronunciar en sus actuales discursos, si bien no se aprecia que renieguen de ellos, de forma expresa.
Al mismo tiempo y a falta en las respuestas a los problemas sociopolíticos consecuencia de la última crisis económica, fueron los nacionalistas catalanes los que tomaron el relevo y se adentraron en esa senda que conduce a ninguna parte de la vía unilateral hacia la independencia de Cataluña. Con ello tensionan aun más que los anteriores, nuestro marco legal y el derivado de su propio estatuto de autonomía para igualmente concluir que el problema de España es sistémico y que la solución a todos los problemas pasa por cambiar la Constitución de 1978.
Con estos ingredientes (perdónenme la simplificación) solo nos faltaba la guinda del pastel, la que simboliza Vox que, como no puede ser de otra manera, representa también a la otra parte de los nostálgicos perdedores de la Transición reclamando protagonismo político a través de ese regeneracionismo pesimista y caduco, tan español, para reivindicar los aspectos más atávicos de nuestra historia.
El debate político nacional está, en la actualidad, protagonizado por estos grupos (minoritarios en el conjunto de nuestra sociedad) más proclives al cambio que a la reforma. Mientras tanto la mayoría social de nuestro país, firmemente convencida de las ventajas que ofrece el reformismo, se siente huérfana de representación política. Los reformistas y, especialmente, el mayoritario centro izquierda (también una buena parte del centro derecha), viven la actual situación política con no poco estupor y con no menos desasosiego, observando cómo sus representantes únicamente son capaces de actuar reactivamente frente a las fuerzas del cambio en lugar de ganar el protagonismo propositivo que les corresponde como representantes de la mayoría social del país.
España tiene solución y no nos hace falta seguir demostrándonoslo día tras día. España necesita arrinconar ese regeneracionismo pesimista y trasnochado que está intentando imponer como única salida el cambio, la ruptura y echar el cierre a un modelo constitucional que tantos éxitos nos ha procurado para volver a empezar de nuevo.
La reforma -o el reformismo- será aburrida y no ayudará a incrementar las audiencias en los medios, e incluso puede llegar a provocar cierto desencanto en nuestras aspiraciones finales pero nuestra historia reciente nos confirma que es más efectivo (ver nuevamente como éramos y como somos del diario Cinco días).
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