El turismo de cruceros se moderniza: la nueva forma de viajar a destinos desconocidos
Cada vez es más común ver en los puertos de las grandes ciudades enormes cruceros. Miles de personas llegan montadas en un barco y se disponen durante unas horas a ver todo aquello que puedan, de forma libre u organizada en excursiones programadas.
Algunas ciudades españolas han intentado ponerse a la cabeza de este tipo de turismo que deja importantísimos ingresos en comercios, restaurantes, monumentos o transportes. Barcelona, Málaga o Las Palmas son algunos de los puertos más grandes. Sólo en nuestro país en 2016 pasaron más de ocho millones de cruceristas.
Los destinos son cada vez más variados, desde los que navegan por el Mediterráneo, las Islas Griegas, Caribe, fiordos de Noruega... lo que ofrece un amplio abanico de posibilidades para cualquier persona con ganas de viajar.
Una de las críticas más frecuentes por los que pagan el billete, es el marcado reloj y protocolo dentro de los barcos. Algunas compañías obligan a acudir vestido de gala a los restaurantes y no ofrecen restaurantes 24 horas, actividades para todas las edades, en conclusión, es difícil disfrutar del barco "a tu aire".
Algunas otras compañías han querido dar una vuelta completa a esto y además adentrarse en zonas poco conocidas. Por ejemplo, Norwegian Cruise Line (NCL) permite vestirse libremente dentro del crucero y no encorseta al viajero a ningún horario. Algunos de sus barcos más modernos, como el Norwegian Pearl, tienen dentro una decena de restaurantes, tiendas, zona de niños, spa o biblioteca que puedes utilizar mientras vas de un puerto a otro.
Una de las rutas que más está llamando la atención de este barco, es la que realiza por Alaska, saliendo desde Seattle (EEUU), adentrándose en algunos de los paisajes más salvajes del planeta, disfrutando de orcas, osos, águilas, glaciares, salmón ahumado, compras... en cada uno de los rincones donde desembarcas y acompañados siempre de guías especializados. Eso sí, sólo funciona en los meses de primavera y verano, cuando mejor se puede disfrutar de la zona y causando el menor impacto ambiental posible.
Algunas de localidades que reciben a los turistas son Skagway, Hoona, o Ketchikan, esta última, la quinta ciudad más grande de Alaska donde sólo viven 8.000 personas. Allí vive Peter Stanton, un profesor que lleva toda su vida afincado en la localidad y nieto de la exalcaldesa. Él mismo explica que "hace años había muchos bares y pequeñas empresas locales para los pescadores y los trabajadores de la industria maderera, pero cuando la fábrica de celulosa Ketchikan Pulp Company cerró, cientos de trabajadores se fueron a la calle y casi todo cerró sus puertas. La población disminuyó en meses".
Desde que comenzaron a llegar cruceros, muchos negocios volvieron a abrir. Stanton recuerda que "la ciudad comenzó a invertir en muelles y servicios, lo que permitió que la ciudad volviera a crecer hasta el nivel actual", su abuela apostó hace años por esa reconversión. En su opinión además tiene otro impacto positivo muy favorable para Alaska: "Los visitantes quieren ver la belleza natural de Alaska, por lo que se desincentivan actividades como la tala de árboles" y pone como ejemplo la montaña más icónica del municipio, Deer Mountain, que ahora está protegida y se pueden llegar a ver osos paseando.
Lejos han quedado ya esos cruceros que sólo llevan a ciudades históricas mientras sigues a un guía con un paraguas en alto para no perderlo de vista. Ahora se buscan nuevas experiencias, naturaleza salvaje e incluso sin importar que no te haga un día de sol radiante.
Esta ruta y este tipo de navegación a bordo, dejan disfrutar al turista que busca naturaleza pero también descanso y gastronomía. Ambas cosas no tienen por qué estar reñidas, incluso puedes disfrutar de un rato de lectura en la biblioteca por las noches mientras planeas la siguiente parada en la última frontera.