El silencio sagrado
Los griegos, que tenían dioses para todo, también tenían uno para el silencio.
Uno de los lugares más estremecedores de Berlín se encuentra en la Puerta de Brandemburgo, en uno de sus laterales, es la Raum der Stille –Sala del Silencio–. Son muchos los turistas inadvertidos que pasan junto a la puerta que reza “Silencio” sin atravesarla. Al otro lado se encontrarían una sala desnuda, con apenas unas pocas sillas y un tapiz de Ritta Hager que representa la luz penetrando en la oscuridad.
Esta sala es una metáfora de la vida, representa la tolerancia, el respeto al otro en independencia de su religión o ideología política. ¿Qué mejor sitio para ubicar esta sala geográficamente que Berlín?
A los homo sapiens nos gustan las palabras, nos desenvolvemos muy bien con las narraciones y damos poco valor al silencio, probablemente cada vez menos, a pesar de que nuestra vida se mueve entre esas dos polaridades, la palabra y el silencio. Lo opuesto al silencio son las palabras, no el ruido, por ese motivo, los animales, que no articulan palabras, desconocen lo que es el silencio.
No siempre el silencio ha tenido el escaso protagonismo que tiene ahora. Si echamos la mirada atrás y nos fijamos en los pitagóricos, por ejemplo, para ellos era señal de discreción y simbolizaba la sabiduría.
Estos filósofos consideraban que era la mejor forma para calmar la mente y percibir de una forma holística la realidad. Se cuenta que para ingresar en su escuela de Crotona había que someterse a un régimen estricto de silencio que se prolongaba durante cinco largos años –dos para aquellas personas que tenía un carácter más templado y sereno–, durante los cuales los aspirantes no podían hablar, sólo escuchaban y ni siquiera tenían contacto directo con el maestro.
Una vez pasado ese tiempo y asumiendo que su mente había alcanzado un estado de purificación, recibían el nombre de Mathematici, antes eran simplemente Acoustici. ¿Cuántos seríamos capaces de superar esa prueba actualmente?
A veces el silencio es social, comunitario. Posiblemente la primera imagen del silencio en nuestra cultura la encontramos en Antígona de Sófocles. Su historia nos narra la lucha fratricida entre los hijos de Edipo por lograr el trono. Al final, fue el tío de ambos –Creonte– el que lo ocupó y lo primero que hizo fue prohibir el entierro de su sobrino Polinices, por haber traicionado a su patria. Este castigo era terrible para los griegos, ya que consideraban que era ineludible enterrar a los muertos para evitar que las almas vagaran eternamente.
Antígona, la hermana del agraviado y sobrina del rey, se rebeló contra la autoridad, rompió el silencio de los tebetanos y cubrió el cuerpo de su hermano con arena. Una actitud que, evidentemente, tuvo fatales consecuencias, ya que Creonte ordenó que fuese encerrada viva en una tumba. Allí, al final, Antígona acabaría por suicidarse.
Antígona representa la ruptura del silencio, el contraste frente a aquellos que callan y adoptan el orden establecido por temor a las represalias. ¿Cuántas veces el silencio se convierte en cómplice del mal?
Los griegos, que tenían dioses para todo, también tenían uno para el silencio. Realmente fue una adopción, lo tomaron prestado de los egipcios, era el dios Horus y lo representaron como un niño con un dedo puesto sobre los labios, demandando silencio. Lo bautizaron con el nombre de Harpócrates –en griego significa Horus el Niño– y con sus estatuas adornaron las entradas de los templos. Era una forma de recordar que se entraba en un lugar sagrado y, en consecuencia, había que guardar silencio. Con el paso del tiempo en nuestra lengua se acuñó el término “harpócratico” –actualmente en situación moribunda– para referirnos al signo que se construye con el dedo índice y la boca.
Para finalizar, una recomendación, escuchar una obra musical compuesta por John Cage en 1952 titulada Cuatro treinta y tres. Está formada por tres movimientos y en la partitura aparece escrita una única palabra: “Tanet”, que indica que el intérprete no debe tocar ningún instrumento durante ese tiempo… cuatro minutos y treinta y tres segundos. Seguro que a más de uno este silencio le parece eterno.