El Rey Rapaz
Mis rodillas olían raro, la barba terminaba llena de caramelos o pintada de témperas. Papa Noel es el paño de lágrimas de muchos. En Sevilla es un ser algo despreciado, con poca credibilidad, desprestigiado. Usando este argumento dejé ese oficio fijo de Diciembre. Me negué a seguir recibiendo deseos secretos e inaccesibles. Me puse folklórico radical. Los Reyes Magos son más de aquí, aunque vienen del extranjero, ya son siglos, nadie dice ni "mu" con respecto a su origen.
La primera Navidad disfrazado de Gaspar, reconocí: "El ídolo es el rey Baltasar, por negro". Su fama hubiera servido de camuflaje para mis robos, la mejor forma de esconderse es haciéndose público y famoso. Nadie sospecharía de un rey tan llamativo. Pero en fin, no me animé y Gaspar acabé siendo.
Robé; mi corazón tenía todas las campanadas del planeta almacenadas en su raíz torcida a fondo. Robé, tengo niños, las ilusiones inquietan más cuando no se llegan a cumplir.
Uno se hunde por el peso mismo de los sueños postergados, con los años, acaban siendo una bomba de relojería. Química perfecta donde el odio es su carga efectiva.
Robar para los pobres es un slogan de la realidad. Los pobres más conocidos, allegados hasta la saciedad, éramos nosotros mismos. Sabíamos nuestras hambres de memoria, el camino sigiloso donde cursa el río del fracaso persistente.
Después del primer robo llegué a casa tiritando, bajo la capa del miedo recién estrenado. Mis niños se volvieron locos con tanto juguete, mi mujer accedió a creer en los milagros. Guiñó un ojo, medio coja con sus zapatillas húmedas de esperar. Riendo enloquecida, igual a la primera vez que vimos luz en la portada de la Feria.
Todo el año buscando trabajo, para acabar resignado con un número en la frente y mil escaparates bailando un baile donde tú eres el único quieto. Un personaje tramando siempre el salto, sin alas para elevarse. Cualquier pobreza es radicalmente dura, peor que un turrón añejo.
Robar no es bueno, aunque me disfrazo de Gaspar adormeciendo por unos días mi pena. Un Nolotil contra el dolor de la realidad. Un rey marcado con la carta del sino malo.
Mi padre jamás fue temerario, ponía la otra mejilla. Mi madre servía en casa de señoritos sevillanos, con suerte, nos dejaban los restos de su cena y polvorones de años anteriores. La felicidad huye espantada ante cualquier fecha de caducidad. Nosotros teníamos alma de yogurt, ojos brillantes como lata, una espera feroz tragándonos a medias.
La Navidad trae eso, pone a cada cual en su sitio. Sentir la vida pasar, acabar siendo la marioneta estrangulada por genuinos hilos.
Al principio el miedo pedía más. Cada año la televisión dispara sus flechas envenenadas, tú nadas en la nada de no traer nada, un naufragio caro en los quimeras de tus hijos. No soy delincuente, soy delineante de un mapa pintado a fuerza de soportar. Vivir es tridimensional, nunca tan plano como buscan que aprendamos a jugar.
Cuando llamaron del Ayuntamiento diciéndome que podía limpiar calles, nada más abrí la nave donde hacen la caravana de Reyes, sustraje el traje.
Un monólogo insólito hizo rogarle a Dios usar su sordera unos días más. Mis plegarias, mis promesas durante el año habían chocado contra su trajinar alborotado. Era la razón por la cual el desempleo me duraba tantos años. Sé perfectamente que mis lagrimones le conmueven, mi mirada fija al cielo raso lo pondría tenso en su cielo de verdad.
Dios no es malo pero se rodea de gente que lo hace santo. Quien te alaba acaba deformándote. Terrible tropa disfrazada prometiendo una vida mejor a otros, esperando, envueltos como capullos en la voz del silencio. Indefensos ante sus promesas partidistas, ocultando sus garras para mejor momento. No conozco a ningún político vagando por los pasillos del cielo. Incluso el buen ladrón con su labia, convenció al mundo de su fe. Ese sabía usar los medios para llegar al fin.
Cuando entré por primera vez en los grandes almacenes, me puse a recoger los juguetes fríamente. Nadie sospechó de mi primer atraco, es más, los mismos empleados ayudaron a Gaspar a llenar sus sacos, me pusieron todo en la furgoneta. Cuando llegué al primer kilómetro recorrido pude respirar, me entraron una risas espantosas, crueles conmigo mismo. Como todo placer, mitad miedo, mitad asombro.
La policía aún no ha dado conmigo. Estaría bueno revisaran a todos los Santos Reyes en estas fechas, sería vergonzoso ver a sus majestades pasar por el arco de pitar cada vez que entraran en una gran superficie.
Vivo de esto hace tres años, no me arrepiento.
Busco llevar regalos a mis hijos, a otros niños del barrio. Odio a Robín Hood, amo a Alí Babá. Oriente trae los grandes presagios, nadie imaginaría un rey robando en vez de repartir. Ahora escribiendo estos papeles, quiero que esta carta llegue a los verdaderos Reyes, disculpen si acaso en algo los ofendo. Ya sé que ellos tienen incienso, mirra, oro y plata. En estos tiempos desde su trono de Oriente suben los precios del petróleo. Ganan para comprarse varios futbolistas con una tarjeta platinada.
"Queridos Reyes hago todo esto para engañar a la verdad infligida sin haber pecado.
De tiempo en tiempo mi pobreza asoma su hocico cada vez que me acerco a diciembre. No quiero encallar la patera de mi vida. Explíquenle a Dios los motivos de mi resistencia. No quiero ser uno más, me aterra esa ciencia. Creo me volví loco cuando confundí a Lenin con Lennon. Cuando la justicia acabó siendo pretexto para coleccionar seres correctísimos.
Si me detienen, quiero al menos a mis hijos sonriendo. Lejos de la vergüenza con que se excusan los cobardes. Enterándose de mi odio cuando fui Santa Claus, cuando mis rodillas apestaban a pedos y orines... y mi barba farsante traía olor a castañas asadas".