El reino asiático que utiliza la felicidad como motor económico y sirve de ejemplo al mundo
El objetivo: hacer de su filosofía de vida un criterio de medición que prioriza lo humano y lo natural, frente a lo puramente económico.
¿Sufre insomnio por sus preocupaciones?, ¿Cómo de independientes son nuestros tribunales? o ¿En el último mes, con qué frecuencia socializó con sus vecinos? Estas son solo algunas de las preguntas que un pequeño país de Asia lleva haciendo a sus habitantes desde hace más de 40 años para evaluar el bienestar de su sociedad. Con las respuestas ha creado un modelo que sustituye al medidor económico por excelencia, el PIB. Existen alternativas y Bután lo sabe.
Este reino del sureste asiático –budista e independiente del Himalaya, receloso de su identidad, que pone trabas al turismo, y cuya población es de apenas 800.000 habitantes– estableció hace 47 años un índice de Felicidad Nacional Bruta (FNB) para hacer de su filosofía de vida un criterio de medición que prioriza lo humano y lo natural, frente a lo puramente económico.
La fórmula atiende a cuatro pilares básicos: un desarrollo socioeconómico sostenible y equitativo, la preservación y promoción de la cultura, la conservación del medio ambiente y el buen gobierno.
Hacer los cálculos supone pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo, y por ello, la evaluación se realiza a través de un cuestionario que cuenta con 180 preguntas relativas a 9 ámbitos diferentes: bienestar psicológico; uso del tiempo; vitalidad de la comunidad; cultura; salud; educación; diversidad medioambiental; nivel de vida y Gobierno. Tras la recopilación de la información, se asigna un rango de felicidad para cada hogar y posteriormente, se calcula el del país, clasificando los resultados por género, edad y ocupación.
Lo que el PIB no mide
El modelo no ha pasado desapercibido para el resto del mundo. En Nueva Zelanda han tomado nota y hace apenas unos meses proponían un sistema basado en el bienestar social. “Si bien el crecimiento económico es importante, y es algo que seguiremos buscando, por sí mismo no garantiza las mejoras de los estándares de vida de los neozelandeses”, aseguraba la primera ministra, Jacinda Ardern. La iniciativa pretende que los nuevos gastos cubran alguna de las cinco prioridades que el Gobierno se ha marcado para esta nueva etapa: salud mental, reducción de la pobreza infantil, desigualdades que sufren los indígenas maoríes, la era digital y una economía medioambiental sostenible. Jason Hickel, profesor de la London School of Economics, apuntaba entonces que este tipo de propuestas son un ejemplo que el resto del mundo puede y debe seguir.
“Toda buena medición de lo bien que nos está yendo también debe tener en cuenta la sostenibilidad. De la misma manera que una empresa necesita medir la depreciación de su capital, también nuestras cuentas nacionales deben reflejar la sobreexplotación de los recursos naturales”, afirmaba en la misma línea Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2001.
Sin embargo, es un hecho que el crecimiento económico de un país, en una gran mayoría de casos, lleva implícitos altos niveles de desigualdad social, corrupción o deterioro del medioambiente. Algo que debería ser esencial –conseguir un equilibrio entre una economía próspera y un bienestar general– pocas veces se cumple. La economista e investigadora doctoral en macroeconomía y desigualdad Lidia Brun, asegura que las políticas se evalúan en función de lo que se puede medir, y por tanto, si el éxito solo se basa en el valor de transacciones monetarias y no en el contenido de las mismas, no existe un objetivo real para desarrollar estas políticas públicas.“Es importante al menos reconocer que esta fórmula –el clásico PIB– tiene sesgos importantes: en contra del sector público, y también, en contra del medio ambiente; y que es, como mínimo, ciego a cuestiones redistributivas”, asevera.
A día de hoy, otro de los aspectos que se ha puesto encima de la mesa para buscar una alternativa a este índice, hace referencia al enfoque productivista actual que deja a un lado tareas necesarias para el sostenimiento de la vida como tener ropa limpia, cena sobre la mesa, o cuidados en casos de necesidad o dependencia, sostiene Brun. “Nada de esto cuenta para el PIB si lo hacen familiares; mientras que si nos alojamos en un hotel, lavamos la ropa en una lavandería, cenamos en un restaurante o ingresamos a nuestras abuelas en una residencia, el PIB aumentará”. David Pilling, columnista del Financial Times, señala que algunos estudios en Estados Unidos estiman que si el trabajo doméstico computara en el PIB, el tamaño de la economía americana sería hoy un 26% mayor.
¿Existen otras opciones realistas?
La esperanza de vida al nacer, el nivel de educación y el PIB per cápita –que trata de evaluar el acceso a los recursos económicos que hacen posible vivir decentemente– son las tres variables que la Agencia del PNUD de Naciones Unidas tuvo en cuenta para impulsar, hace ya más de 20 años, un índice de Desarrollo Humano con el objetivo de añadir a la perspectiva económica otros factores que influyeran en las condiciones de vida de los individuos. Sin embargo, este indicador no tuvo en cuenta la desigualdad, o el género, que son medidos por otros sistemas independientes
Brun considera que la solución pasa por establecer mediciones distribucionales por un lado, es decir propuestas que nos digan a quién se dirigen los flujos económicos, y por otro, de sostenibilidad, que permitan hacer una estimación del patrimonio natural y descontar su degradación y la pérdida de biodiversidad como pérdida de riqueza colectiva–. La experta asegura que este tipo de planteamientos son buenos para el debate público y que más allá de las iniciativas individuales lanzadas por algunos países, sería interesante un planteamiento a nivel mundial.
En España, la Plataforma 2015 –una asociación que incluye once ONG–desarrolló el Índice de Coherencia de Políticas para el Desarrollo (ICPD) con el fin de centrarse en el desarrollo humano, sostenible, cosmopolita, basado en derechos, que apuesta por la equidad de género y que busca desmarcarse del PIB.
En el informe que publicaron en el año 2016, España flaqueaba en igualdad social, situándose en el tercer puesto a la cola en esta materia, así como en huella ecológica –el indicador del impacto ambiental generado por la demanda humana que se hace de los recursos existentes en los ecosistemas del planeta, relacionada con la capacidad ecológica de la Tierra de regenerar sus recursos–.
Pero no es el único, todavía a día de hoy, la sostenibilidad y el bienestar social son tareas pendientes para la gran mayoría de Estados. Mientras tanto, Bután y Nueva Zelanda marcan la diferencia.