El Partido Republicano sigue secuestrado por Trump y QAnon
No está claro cuánta relevancia han cobrado los seguidores de QAnon en las bases del Partido Republicano, pero, por si acaso, estos ya les abren las puertas.
Los fanáticos del ya expresidente Donald Trump levantaron un andamiaje junto al Capitolio, arrancaron la bandera de Estados Unidos y, para regocijo de los demás seguidores, izaron la bandera de su héroe.
A medida que los republicanos se reagrupan tras perder la Casa Blanca, el Congreso y el Senado en apenas dos años, la imagen descrita en el párrafo anterior ilustra su problema fundamental: un gran porcentaje de los votantes del Partido Republicano sigue más leal a Trump que al propio partido. Tanto es así que estuvieron dispuestos a asaltar el Capitolio para intimidar a los legisladores e incluso amenazaron de muerte al vicepresidente, Mice Pence.
“Un acto de una secta traidora. Su alianza es con Donald Trump, no con los Estados Unidos”, señala el exdiputado Joe Walsh, que se retiró de las primarias del Partido Republicano contra Donald Trump en 2020 porque “nadie puede ganarle”.
Los vídeos demuestran que los primeros asaltantes que llegaron al segundo piso del Capitolio llevaban ropa y simbología de QAnon, una teoría de la conspiración que afirma que el expresidente Donald Trump es un semidiós cristiano que lucha contra un estado profundo dirigido por demócratas pedófilos adoradores de Satán financiados por una asociación de judíos millonarios que beben un elixir mágico elaborado con sangre de niños asesinados.
Tan arraigado y extendido está este grupo en el movimiento pro-Trump que el propio Partido Republicano ha buscado activamente incluirlos en su paraguas: “Nosotros somos la Tormenta”, declaró el partido en Texas, imitando el discurso de QAnon sobre el supuesto cataclismo simbólico que salvará al país de la amenaza de los demócratas.
Dos de los nuevos diputados republicanos, Lauren Boebert y Marjorie Taylor Greene, fueron elegidos pese (o quizás gracias a) su querencia por QAnon.
“Muchos de nosotros teníamos seres queridos cuya vida giraba en torno a la agenda de QAnon y esperábamos que después de la toma de posesión de Biden se dieran cuenta de su error”, explica Kendal Unruh, profesora cristiana y antigua activista conservadora que dirigió una campaña en 2016 contra Trump en las primarias del partido. “Como suele ser habitual con estas sectas que lavan el cerebro a sus creyentes, la fecha de la salvación, la identidad de sus enemigos y sus planes maléficos cambian cada vez que la realidad les demuestra que estaban equivocados”.
No está claro cuánta relevancia han cobrado los seguidores de QAnon en las bases del Partido Republicano. QAnon, que nació en internet en otoño de 2017, les merece una opinión favorable al 18% de los republicanos, según una encuesta reciente de Economist/YouGov, mientras que el 40% tienen una concepción negativa del grupo y un 42% no lo saben. Entre los demócratas, estos porcentajes fueron del 8%, 81% y 11%, respectivamente.
Aunque la presidenta del Comité Nacional Republicano (RNC), Ronna McDaniel, declaró en The Associated Press en una entrevista reciente que QAnon “se pasa de la raya” y es un grupo “peligroso”, el propio Trump aceptó de buen grado su apoyo y se ha negado a denunciar a sus seguidores: “Sé que les gusto mucho, y eso lo valoro”, dijo en agosto.
Los republicanos de toda la vida señalan que los héroes del partido, como Ronald Reagan, el escritor William F. Buckley y el exdiputado Jack Kemp, han sido sustituidos por Trump, el líder anónimo “Q” y la nueva diputada Marjorie Taylor Greene de cara a la campaña de 2022.
“Están tolerando la destrucción de todos los principios fundamentales del Partido Republicano”, lamenta Sally Bradshaw, asesora durante décadas de gobernadores y presidentes republicanos. “Todo esto me entristece porque he pasado 30 años de mi vida trabajando según esos principios”.
Trump sigue encandilando a los votantes del Partido Republicano, pese a que ha perdido en solo dos años la Casa Blanca, el Congreso y el Senado e intentó un golpe de Estado durante dos meses tras su derrota en noviembre. No tuvo reparos en utilizar el poder que le confería la presidencia para coaccionar a legisladores estatales y a jueces. Finalmente, incitó a una revolución con el objetivo de intimidar a su propio vicepresidente y a los demás líderes políticos que iban a permitir la certificación de la victoria electoral del actual presidente, Joe Biden.
Las fotos y los vídeos de ese 6 de enero mostraron al mundo entero la violencia que estaba dispuesto a asumir para mantenerse en el cargo como presidente no electo: un policía fue asesinado en el Capitolio y otros dos se suicidaron posteriormente. Otros cuatro alborotadores fallecieron durante el asalto.
Los fanáticos de Trump que asaltaron el Capitolio tenían planeado asesinar a varios políticos, incluidos la demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, y Mike Pence, el vicepresidente, por ser un “nenaza” que no se atrevió a ejecutar el golpe de Estado.
Los republicanos, que llevan años fomentando el contramovimiento Blue Lives Matter (las vidas de los policías importan) y atacando a los demócratas con lemas como “trabajar, no alborotar”, de repente vieron cómo una parte de sus bases mataba a un policía en una revuelta creada por su líder.
Trump, por supuesto, no condenó el ataque (“Os quiero”, les dijo a los asaltantes), pero los miembros más destacados de su partido tampoco se molestaron en criticar a Trump. Mitch McConnell, líder republicano del Senado, dijo públicamente que Trump merecía un impeachment, pero cuando se votó en el Congreso, él lo hizo en contra.
El líder de la minoría republicana del Congreso, Kevin McCarthy, dijo que Trump era el responsable del asalto al Capitolio, pero días después se retractó y repartió la responsabilidad entre todo el país. El pasado jueves, incluso viajó a Florida para reunirse con Trump en su casa y emitieron un comunicado sobre el compromiso del expresidente para recuperar el Congreso en 2022. Hasta ahora, los únicos movimientos de Trump habían sido para castigar a quienes habían votado en su contra en el impeachment, como Liz Cheney, tercera autoridad republicana en el Congreso.
Hasta la fecha, solo hay 15 republicanos que hayan votado contra Trump: 10 de 211 en el Congreso y 5 de 50 en el Senado. Esto no debería sorprender a nadie, ya que Trump ha dicho abiertamente que no se retira de la política y que pretende recuperar la presidencia en 2024.
“Donald Trump no va a desaparecer. No va a irse a Texas a pintar retratos”, asegura Ryan Williams, miembro de la campaña de Mitt Romney en 2012, haciendo referencia al retiro de George W. Bush. “Y así va a ser difícil que el Partido Republicano tome otro rumbo”.
Walsh conoce bien la devoción de las bases por Trump, pero señala que tampoco tiene claro que el Partido Republicano tenga ningún interés por separar su camino del de Trump.
“Cuando me presenté a las primarias, noté el apoyo de las bases a Trump. En febrero dejé el Partido Republicano y me preguntaron por qué, y yo les respondí: ‘porque este partido se ha convertido en una secta y yo no quiero pertenecer a una secta’”.
Normalmente, cuando un partido nacional pierde las elecciones presidenciales, hace autocrítica para ver qué ha ido mal. Cuando Romney perdió en 2012 contra Obama, los republicanos se reunieron y, como resultado, surgió el informe Growth and Opportunity Project, que urgía al partido a ampliar sus bases entre la comunidad negra, latina y las demás etnias minoritarias, ya que los republicanos habían perdido el voto popular en cinco de las últimas seis elecciones.
Trump hizo justo lo contrario en 2016 con una campaña basada en lo mucho que sufren los blancos y aun así ganó las elecciones, lo que llevó a muchos líderes del partido a pensar que había encontrado una vía directa a la Casa Blanca, pese a perder el voto popular por casi tres millones de papeletas. Cuatro años después, la brecha se agrandó a 7 millones de votos y perdió cinco estados y un distrito de Nebraska que en 2016 había ganado.
Sin embargo, los republicanos no han tomado ninguna medida para hallar y corregir los errores de la campaña de Trump, que perdió Georgia y Arizona por primera vez en una generación y perdió también el voto popular por séptima vez en las últimas ocho elecciones.
Cuando el Comité Nacional Republicano se reunió en Florida tras el asalto al Capitolio, no hubo ni una nota de autocrítica. En vez de eso, se limitaron a darles las gracias a Trump y a sus votantes. La semana pasada, McDaniel publicó un comunicado en el que catalogaba como “inconstitucional” el segundo impeachment a Trump.
Tim Miller, uno de los asesores republicanos, ha comentado que, a efectos prácticos, el Partido Republicano no necesita conseguir el voto de la mayoría de los estadounidenses, sobre todo en las elecciones de medio término.
“Con el 44% de los votos es suficiente para ganar el Senado, así que ¿para qué cambiar? El objetivo, entonces, es mantener un partido muy trumpista basado en el sufrimiento de los blancos: antiinmigración, anticomercio, antitecnología, anticiencia...”, explica Miller.
Otro famoso asesor republicano, que ha accedido a ser entrevistado desde el anonimato, asegura que todavía es demasiado pronto para saber hacia dónde camina el partido, sobre todo ahora que Trump está a punto de recibir otra ronda de atención con su juicio político en el Senado. Cuando termine el impeachment y otros candidatos presenten su candidatura para representar al partido en 2024, puede que incluso los candidatos más afines a Trump estén preparados para pasar página.
“Quien diga que sabe adónde se dirige el Partido Republicano está mintiendo. Tendrá que pasar un tiempo para empezar a intuirlo”, asegura este asesor.
Para los republicanos que querrían dejar a Trump en el pasado, su mejor aliado quizás sea el propio expresidente, que ha demostrado que no tiene ni la capacidad de concentración ni la ética de trabajo necesarias para seguir siendo relevante durante los próximos dos años.
Tras recaudar decenas de millones de dólares para su campaña legal Save America, Trump no se ha esforzado demasiado en mantener la inercia. Aunque sigue habiendo correos y mensajes solicitando dinero (ahora, el motivo es la defensa de Trump en el impeachment), todo lo recaudado va a parar al Comité Nacional Republicano, cuyos estatutos le prohíben favorecer a un candidato de cara a las elecciones de 2024.
Los millones que recaudó Trump mientras era presidente le han servido para pagarse sus gastos y su generoso salario, pero todavía está por ver cómo aprovecha los demás millones para ayudar o perjudicar a otros candidatos republicanos. Por ejemplo, de los muchos millones que recaudó, no gastó ni un dólar en apoyar a sus candidatos en la segunda vuelta en Georgia, pese a que esas elecciones eran uno de los motivos que esgrimía para pedir dinero en primer lugar.
A día de hoy, su nuevo comité no tiene una página web pública, no parece estar recaudando más dinero y apenas ha publicado un puñado de comunicados de prensa.
Si Trump desaparece del escenario en los próximos meses, los altos cargos del Partido Republicano y los candidatos de 2024 tendrán la oportunidad de recuperar el voto de las mujeres de los suburbios y de la población con estudios universitarios, que dieron la espalda al partido en 2020.
“El país está cambiando drásticamente. Para gobernar, eso lo tienes que asumir”, advierte Bradshaw, coautor del informe Growth and Opportunity Project de 2012. “Los republicanos tienen la oportunidad de tomar otro rumbo y espero que la aprovechen”.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.