El nuevo ‘corrido’ mexicano y las culpas del Imperio Romano
Cada año México bate sus propios récord de criminalidad: en 2018 se registraron 33.341 homicidios y asesinatos, aunque otras estadísticas aumentan la cifra a 34.202. De esta cantidad un 75% estaría vinculado al crimen organizado. Hay dos fuentes estadísticas: El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Sistema Nacional de Seguridad Pública. En 2017 se registraron 31.174 homicidios, y en 2016 se reportaron 24.559, según el INEGI.
Sin embargo, el índice sangriento se mantiene desde hace décadas en la zona roja. Quizás el Chapo Guzmán, a quien la cultura popular, por llamar de alguna forma al fenómeno, le dedica corridos, ha sido el causante directa (mediante crímenes por encargo) o indirectamente (por el narcotráfico) de miles de muertes. El país se ha acercado muchas veces al concepto de ‘Estado fallido’, y de hecho, los brazos del Estado no llegan a todo el territorio nacional.
Era lógico, y entraba en lo previsible, que ante la incapacidad de los gobiernos, bien sea del eterno PRI que institucionalizó la Revolución, y de ese cuento ha vivido 90 años, o del fugaz paso del Partido de Acción Nacional, centrista y humanista de raíz cristiana (PAN) con dos presidentes, Vicente Fox, 2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012), pudiera ganar un político de corte populista y de izquierdas, aunque López Obrador, con su Movimiento de Regeneración Nacional es fundamentalmente ‘lopista’. Claro que tampoco conviene ignorar que este nuevo nacional-populismo mexicano se corresponde en el tiempo con el populismo y el nacionalismo encarnado por el ‘trumpismo’ y con la reaparición de los viejos fantasmas que provocaron las dos guerras mundiales con epicentro en Europa. Al populismo de izquierdas, se llame como se llame en cualquier momento, le ‘equilibra’ casi siempre un populismo de derechas que, para simplificar, los europeos suelen llamar fascismo.
A pesar de las promesas, eso de jurar en vano ya lo previó Moisés en las Tablas de la Ley, grabadas por control remoto en la dura piedra del desierto, el nuevo presidente se ve incapaz de frenar la delincuencia, los asesinatos, el narcotráfico, el inmenso poder de los cárteles, y a mayores, de tener una política exterior que combine la neutralidad con la actividad y el liderazgo. Ahí López Obrador está como un pato mareado. Ante el gran problema americano que es la dictadura bolivariana en Venezuela, con más de tres millones de ciudadanos que han huido con lo puesto, el nuevo presidente calla y mira. Como la anécdota del hombre que enseñaba un loro que había comprado por cuatro perras en el mercadillo: “no habla –decía– pero se fija un montón”. Era un búho.
Nicolás Maduro, en uno de sus arranques, enfadado con el Gobierno español, sacó del baúl de la historia el típico recurso de los malos gobernantes: echar la culpa a otros de los males a ellos debidos. Así que el sucesor de Chávez pidió a España arrepentimiento y compensaciones por la conquista. En una situación similar –afortunadamente no idéntica– el nuevo presidente mexicano ha tenido la ocurrencia de pedir al rey Felipe VI, que exprese el arrepentimiento de España por los desmanes de los conquistadores, porque esa es una ‘herida abierta’ y un tema que genera polémica que hay que cerrar.
En realidad, López Obrador a quien le está pidiendo arrepentimiento es a los antepasados de los mexicanos actuales, como muy irónicamente contestó hace muchos años un intelectual español exiliado, a una pregunta parecida. “Sus antepasados –le dijo alguien– nos conquistaron y se portaron con crueldad”. “Mis antepasados –contestó el interpelado– ellos se quedaron en España; fueron los suyos, en todo caso”. La importancia que tiene la población indígena, y su cultura híbrida y sincrética, es el mejor y más elocuente desmentido al supuesto ‘genocidio’.
El problema es que quienes esto plantean están tratando los hechos ocurridos hace 500 años con la mentalidad del siglo XXI. Por eso la tontería de negar el carácter de Descubrimiento y hablar de Encuentro de Civilizaciones, que, vale, sí, hubo ese encuentro, pero una de las partes hizo un descubrimiento, porque descubrió para el mundo entonces conocido y comunicado entre sí, Europa, Asia y África en menor medida, un nuevo continente. Así como toda Europa estaba interconectada desde Inglaterra a Vladivostok, y desde el Báltico al Mediterráneo, los pueblos nativos de América del Norte no sólo se desconocían entre los del este y el far west sino que no sabían de los de América del Centro y del Sur.
Los desmanes de Hernán Cortés, y de los otros conquistadores y aventureros, coincidieron con los del emperador Moctezuma, de mayor entidad y crueldad. Aunque cronistas de la época cifraban los sacrificios humanos con posterior festín gastronómico proteínico en hasta 20.000 prisioneros y deformes, hecho del que han escrito tanto Hugh Thomas como el sociólogo y antropólogo Marvin Harris –este, con mucho detalle– recientes hallazgos han ratificado esta práctica masiva en la antigua Tenochtitlan. ‘El reino caníbal’, llama Harris a aquel imperio azteca en su libro Caníbales y Reyes (Alianza Editorial). Esta es una de las razones por las que los reinos sometidos por el emperador emplumado, y en especial el de Tlaxcala, se aliaron con Hernán Cortés y le azuzaron para actuar sin piedad contra el tirano. Quien acabó con el poderoso ejército de Moctezuma no fue tanto Cortés y sus quinientos hombres sino una alianza de damnificados que aprovecharon la ocasión.
Hasta que recientes excavaciones descubrieron miles de cráneos enlazados con palos, como pinchos morunos, en México se negaban los indicios y noticias recogidas en las crónicas. Había un pasado idealizado, en el que los combates eran juegos florales; y era verdad que había combates florales, pero también masivos sacrificios humanos muy sofisticados en los altares sacrificiales. Uno de ellos apareció en 2015, en los cimientos de una casa situada detrás de la catedral, donde dos empresarios querían abrir un museo del chocolate, y que a bien seguro cuando abra sus puertas venderá calaveras de cacao como producto estrella. Los lugares donde se guardaban los cráneos, los tzompantli, pudieron albergar hasta 130.000, según coinciden diversas fuentes de la época. Arqueólogos del Instituto Nacional de Arqueología han descubierto más de 650… Pero el yacimiento sigue ofreciendo nuevos hallazgos.
La exigencia de López Obrador a España es la clásica maniobra de despiste. Bucear agravios de medio milenio atrás, con visión de hoy, puede llevar a un mundo disparatado. Las pirámides de Egipto habría de derruirlas porque no contaban con una declaración de impacto ambiental; el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya tendría que enjuiciar post mortem, y muy post mortem, a Moctezuma y sus antecesores por tratamiento inhumano y canibalismo con los prisioneros. España, si pidiera perdón por los hechos de los antepasados de los mexicanos, tendría a su vez que pedir responsabilidades a Italia como heredera del Imperio Romano; y a Francia, por la invasión napoleónica, y a Europa del este y a Rusia por las oleadas bárbaras que asolaron la península ibérica. Y a África del Norte por la invasión musulmana… llevada a cabo por los almorávides que eran talibanes de la época que crearon un califato. Y ya puestos, López Obrador tendría que reclamar a Donald Trump que en vez de construir un muro pidiera perdón a México porque EE UU le robó buena parte de su territorio: California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wioming, Kansas y Oklahoma.
Un día, hace dos o tres años, en un debate en casa África, en Las Palmas de Gran Canaria, con un embajador argelino en misión internacional, un independentista isleño le preguntó si los problemas de África no eran acaso consecuencia de la era colonial. El diplomático argelino contestó con unas sabias palabras: los problemas que tiene África hoy son culpa de los africanos. Hemos tenido tiempo y medios suficientes, vino a explicar, para arreglarlos.
Como era lógico, Podemos se ha apresurado a darle la razón a López Obrador. Les une su comprensión con la revolución bolivariana, más allá de ‘minucias’ como la emigración forzada, el hambre y la represión. España, en fin, es la que es y todo el pasado está pasado. La Constitución de 1978 explica, per se, lo fundamental: España se constituye en un estado social y democrático y de derecho.
Con su reclamo, López Obrador está confesando los pecados de su pueblo y de sus antepasados, aunque pretenda resucitar un enemigo exterior para el consumo interno. Aunque en esta ocasión el enemigo exterior elegido por puro oportunismo conmemorativo sea un necesario y fraterno socio comercial, potencia industrial en la UE, en un México que solo puede salir del pozo aprovechando la globalización.
Ah, y lo del PNV es de traca. Dolerse con cara compungida, como Aitor Esteban, porque la conquista acabó con culturas locales –la más importante era la caníbal y las ofrendas de cadáveres a los dioses– es una muestra más del cínico oportunismo peneuvista.