El método Alcaraz frente a las Williams y los 'padres-verja'
Los expertos a pie de pista avisan de los peligros de presionar a niños y adolescentes para que se conviertan en tenistas profesionales.
“Mantén la posición abierta”, “eso es por la pronación”. Un padre interrumpe varias veces el entrenamiento de tenis de su hija con frases como estas, contradiciendo las indicaciones del preparador —uno de los mejores del mundo— que él mismo ha contratado. Es una escena de la película El método Williams, pero seguro que las dijo más de una vez en la vida real el padre de Venus y Serena, y de un modo más sutil cada día miles de padres y madres en el mundo hacen cosas así.
“No, ellos no paran el entrenamiento, se ponen en una esquina y les intentan corregir con disimulo”, comenta una entrenadora de una importante escuela de Levante que prefiere hablar desde el anonimato. Son las madres, y sobre todo los padres-verja, a la que se agarran cuando siguen cada entrenamiento y partido de sus pequeños. Les dan consejos tácticos, cuestionan el calendario de los torneos con sus entrenadores, y suelen tener la expectativa de tener en casa al próximo Rafa Nadal, o ahora ya a la nueva Paula Badosa o Carlos Alcaraz.
¿Qué es lo peor que hacen estos padres? En unos pocos casos extremos, se les ha visto golpear a sus hijos tras perder un partido. Pero, según esta reconocida entrenadora, lo que sí está mucho más extendido es el chantaje emocional tras una derrota, con frases como “me has defraudado” o “me has hecho sentir vergüenza”. Otros no les echan una bronca, pero simplemente no les hablan durante ese día. Los reproches pueden ser tan sutiles como ponerse de perfil la foto del hijo que ha ganado y quitar la del que ha perdido.
Padres pegados a la valla en cada entrenamiento proponiendo cambios de empuñadura sin haber jugado un set en su vida. Madres que se convierten de un día para otro en taxista, manager, fisioterapeuta y psicóloga... Planes de entrenamiento para peques de ocho años con el único objetivo de que se conviertan en profesionales antes de los 18. Familias endeudadas hasta el cuello. Adolescentes que no solo dejan la raqueta, sino que sienten que han
decepcionado a sus familias para siempre.
De esta ‘cara b’ del tenis de competición hay pocos datos y no suele hablarse mucho. No hay películas sobre los padres que idearon un plan para que sus hijas llegaran a estrellas y abandonaron el deporte apenas pudieron decidir por sí mismas. Ninguna autobiografía de una promesa del tenis que acabó viviendo de dar clases a principiantes ha sido un best seller como la de Agassi. Y desde luego, no sabemos cuántas infancias y relaciones entre padres e hijos se han viciado en las pistas.
Según la Federación Española de Tenis, el pasado año se cerró con 43.698 licencias en categorías inferiores a 18 años. La mayoría lo hace, claro, sin ninguna expectativa de que se ganará la vida con ello. Pero varios cientos de ellos, o más bien sus padres, confían en que van a vivir del tenis.
La frustración de “no llegar”
Cualquier deportista, de todas las edades y niveles, recibe mensajes del tipo “nada es imposible”, “no te rindas nunca” o el clásico “si quieres, puedes”. Es decir, si no triunfas es porque no te has esforzado lo suficiente… Pero si el objetivo es ser profesional, en el caso del tenis ese triunfo solo se consigue si superas la barrera del top 100. Es como si solo valieran de verdad las mejores 100 abogadas, o los 100 mejores electricistas del mundo.
Entre la cuota de las escuelas de cierto nivel, los gastos de transporte, alojamiento e inscripciones, el gasto para fabricar un tenista profesional suele rondar los 3.000 euros al mes. Calculen cuantas mensualidades caben entre los 13 y los 20 años. A veces los patrocinadores alivian la situación, a veces se tira de préstamos… Con suerte, a uno de cada mil cuyas familias hacen ese esfuerzo le veremos jugando un partido por la tele. Es decir, como inversión se acerca bastante a echar la Primitiva.
No acabar jugando las rondas finales de los Grand Slam se suele resumir en el mundillo con un crudo “no llegó”. Fran Bosch conoce bien esta expresión. A finales de los 80 acumulaba triunfos en los torneos juveniles a nivel nacional y era, por tanto, “una firme promesa” del tenis español. “Lo viví como una frustración que no supe gestionar bien”, reconoce años después cuando le preguntan por ese no llegar. Reconvertido ahora en entrenador y psicólogo deportivo, parte de su trabajo se centra ahora en evitar nuevas frustraciones, y que “cada derrota —y en el tenis cada semana pierden todos menos uno y una— no se convierta en un drama” para los jugadores, entrenadores y familiares.
Según su experiencia, la mayoría de padres y madres entienden la importancia de la salud mental de los jugadores y no presionan a sus hijos. Pero una minoría sí, y avisa del daño que pueden hacer ejemplos como el de las hermanas Williams y los métodos de entrenamiento que les impuso su padre. “Es verdad que alguno de estos casos sale bien, pero es contraproducente. No solo es que no les ayuda a ganar, es que no vuelven a tocar una raqueta y acaban peleados con los padres”.
Las contradicciones de los padres-verja y el ejemplo de los Alcaraz
Bosch apunta cómo algunas tendencias sociales como la sobreprotección o la necesidad de satisfacción inmediata perjudica la formación de tenistas. Le han llegado a pedir que entrene en horario de mañana y tarde a niños de siete años. Él no lo acepta por ética, pero también sabe que en esos casos si no se consiguen los resultados inmediatamente, la decisión será cambiar de preparador.
“Admiran la resistencia y la fuerza mental de Nadal, pero les llevan el agua y hasta el raquetero”. La entrenadora levantina muestra la contradicción de esos padres-verja, que esperan que niños y adolescentes muestren entereza en la pista para ganar los puntos clave, pero cuando salen de ella nada de lo que ha pasado es su responsabilidad y muchas veces optan por evitarles cualquier crítica. Sin embargo, ellos sí que hablan durante los partidos. “Se quedan con frases hechas de los comentaristas de la tele y las dicen en momentos que no tienen nada que ver”, cuenta con una mezcla de resignación y burla.
Por su parte, el padre del joven Alcaraz sí que compitió a nivel nacional y dirigía una escuela, así que seguro que estuvo muchas veces tentado de hacerle indicaciones durante los partidos. “Vi por primera vez a Alcaraz con 13 años, iba perdiendo contra un niño que yo llevaba. Su padre no le dijo ni mu. Al final acabó ganando Carlos”, nos cuenta otro entrenador.
En Equelite, la escuela donde entrena Alcaraz desde los 14 años, el gerente Iñaki Etxegia lo tiene claro. “El jugador necesita un padre y un entrenador, y el padre tiene que ser solo padre”. Desde Equelite alaban que el mayor de los Alcaraz por supuesto que le ha enseñado mucho a su hijo, pero llegado el momento “ha sabido mantenerse al margen de la parte técnica”. Si tiene algo que decir lo habla únicamente con el entrenador, Juan Carlos Ferrero.
Esa quizás sea la mayor contradicción de los padres y madres verja, confían en que “el próximo Alcaraz” lleve su apellido, pero hacen justo lo contrario que sus padres o los de Nadal, que también delegaron todos los aspectos de la preparación en su tío. Si no siguen esos ejemplos, no solo parece más difícil que cualquier niño o niña llegue a algo, sino que además será imposible que al terminar un partido, gane o pierda, pueda decir la frase con la que Carlos Alcaraz resumió su reciente victoria en el Open de Madrid. “Me lo paso bien en la pista, me lo paso bien jugando al tenis”.