El incendio que arrasó Orión

El incendio que arrasó Orión

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Así es como sucede todo. Alguien, en algún lugar de este mundo, se parte el pecho trabajando por un trozo de pan, de forma inesperada, y avanza cruzando la materia, trazando insomne la curvatura del día aquel, sobre su piel escrita entre los labios, a través de los páramos del hombre, con su fatiga a cuestas, con su dolor al hombro, con su padecimiento continuo. Y al llegar a casa, observa que la vida es tan sólo un edificio en ruinas, donde un huésped ha intentado en vano habitar una de sus estancias. Derribar sus tabiques, sus ventanas, sus puertas. Mantenerla en pie, imposible. Huir de sus estancias. Someterse a la dictadura de sus días y de sus noches, entre su sombra, saltando desde su azotea hacia el vacío -no me invento nada. Buscando alguna respuesta entre sus pasillos, mientras que sus muros se derrumban a su paso. Así es la vida, se repite. Una casa en llamas que nos espera. El incendio de las ciudades que arrasó Orión. El éxodo de los asirios sobre las últimas regiones perdidas de unos labios.

Así es la vida, se repite. Mientras espera en el exterior de una oficina para cobrar los restos de su pensión, el cobro de una vida esquilmada por los mercaderes, por los mismos hombres en los que un día confió.

Así es la vida, se repite, una y otra vez. Mientras el frío cala sus huesos y los relojes, sin cuartel, avanzan sobre los tejados. Este es el parte de guerra que proclama sesenta y cinco años de lucha, sesenta y cinco años de esclavitud, sesenta y cinco años de servidumbre y que ahora, cuando apenas los huesos mantienen al cuerpo, le proclaman que ya es tarde para las revoluciones, que ya no es hora para mantener las plazas del 15 de mayo en pie.

Sesenta y cinco años que como siglos, de golpe, caen sobre los párpados.

Así es la vida, se repite. Mientras mira el extracto de su cuenta bancaria. Sesenta y cinco años que como siglos, de golpe, caen sobre los párpados. Sesenta y cinco años de zozobra con la que poder pagar las prejubilaciones anticipadas de cada uno de los treinta y cinco del IBEX. Así es la vida, piensa. Plazas derribadas al borde del abismo. Anuncios luminosos dominando las alturas. Edificios, como hombres de metal, que se alzan invictos sobre el centro del dolor de la humanidad.

Así es como nos tapan la boca. Cuando los años nos arrebatan hasta el último resquicio de nuestra vida. Cuando sus perros llevan entre las mandíbulas nuestras almas y apenas la luz brilla ya sobre nosotros. Así es como nos tapan la boca. Cuando apenas la luz brilla ya sobre nuestros cuerpos y nos abandonan sobre los muelles últimos que azules tiritan sobre el mar. Este es el parte de guerra que proclama sesenta y cinco años de lucha, sesenta y cinco años de esclavitud, sesenta y cinco años de servidumbre. Y nosotros somos su único imperio.

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