El género de la violencia
El impacto de la pandemia es completamente diferente en la violencia que sufren las mujeres.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) recoge en su informe sobre 2020 que los casos denunciados de violencia de género han descendido durante la pandemia, mientras que los de violencia doméstica han aumentado.
La vida da muchas vueltas, pero siempre acaba en el mismo lugar, de lo contrario hablaríamos de otra vida y siempre lo hacemos de la misma, de la que amanece por el este androcéntrico y anochece por el oeste patriarcal.
Eso es lo que ocurre con la violencia contra las mujeres. Primero no existía, después, cuando se hizo un seguimiento estadístico y se demostró su dimensión, se reconoció su existencia, pero como violencia doméstica o familiar y, más adelante, al identificar la construcción cultural sobre la base del género que hay en su origen y se definió como violencia de género, la respuesta ha sido el negacionismo para devolverla al lugar de origen, o sea, a la inexistencia.
El objetivo de esta estrategia es desvincular la violencia de la cultura para evitar la relación que lleva a identificar que el problema no se reduce a los casos que se producen, y que todo forma parte de una estrategia para mantener el orden dado basado en la desigualdad y en la injusticia. Un orden que tiene como resultado práctico que todo lo que las mujeres tienen de menos en cuanto a derechos, los hombres lo tengan de más como privilegios.
Por eso, niegan el género que hay detrás de la violencia, porque ya no pueden negar el resultado de la misma, especialmente los homicidios. Y para que no generen ningún tipo de amenaza a su construcción cultural, intentan situarlos en el contexto de la violencia doméstica o familiar para que se confundan con los de otras violencias.
Pero la realidad es persistente, casi recalcitrante, frente a sus manipuladores, de ahí que quienes niegan la violencia de género como una violencia interpersonal diferente se encuentren con el “pequeño detalle” de una realidad que revela su manipulación.
El ejemplo más cercano lo tenemos en el escenario levantado por la pandemia. A principios de mayo el INE ha publicado su estadística sobre violencia de género y violencia doméstica en 2020. El informe refleja diferencias tan significativas como el hecho de que las denuncias por violencia de género hayan descendido un 8,4%, mientras que las de violencia doméstica han subido un 8,2%. Esta distinta evolución demuestra que las circunstancias, las motivaciones y los objetivos que definen ambos tipos de violencia, a pesar de compartir los mismos escenarios, son diferentes y se afectan de manera distinta ante una situación social cambiante.
Por otra parte, al comparar los homicidios por violencia de género con los homicidios generales cometidos a lo largo de ese mismo año (2020), según los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad (Ministerio del Interior), comprobamos también que las circunstancias de la violencia de género son específicas y cómo cuando el contexto social se modifica la repercusión sobre los distintos tipos de violencia varía también, puesto que sus elementos giran alrededor de distintos factores. Así, mientras que los homicidios por violencia de género disminuyeron un 18,2%, los homicidios generales descendieron solo un 7,4%.
Un ejemplo del distinto impacto de la pandemia lo vemos durante los meses de la restricción de la movilidad. El control de las víctimas de violencia de género proporcionado por el confinamiento durante el segundo trimestre de 2020 hizo que los homicidios por este tipo de violencia descendiera un 73,3% respecto al mismo periodo de 2019. Sin embargo, a pesar de encontrarnos en las mismas circunstancias sociales, la violencia ejercida en otros contextos produjo 55 homicidios, lo cual supuso un descenso en ese trimestre de solo el 1,2%.
Como se puede ver, el impacto de la pandemia es completamente diferente en la violencia que sufren las mujeres, y lo es porque se trata de una violencia distinta a otras violencias, también a la violencia doméstica o familiar. El elemento que la diferencia está en su construcción cultural sobre las referencias androcéntricas que llevan a utilizar la violencia como acción y amenaza para mantener el control de las mujeres.
Cuando ese control viene dado por el contexto social o por la situación vivida, el agresor no necesita recurrir a tanta violencia explícita para imponerlo. Del mismo modo, cuando percibe que no puede controlar a la mujer el riesgo se dispara y puede dar el paso hacia una agresión más grave o el homicidio.
Pero las diferencias no se limitan a las agresiones, también vemos como la pandemia ha hecho que en 2020 haya disminuido el número de sentencias condenatorias en un 85%, y que las absoluciones hayan aumentado un 13,5%, todo ello a pesar de que la violencia de género ha aumentado entre las paredes de esos infiernos que algunos llaman hogar.
Otro dato interesante y muy propio de la violencia que sufren las mujeres es la disminución en 2020 del número de agresores que maltratan a más de una mujer, que ha bajado un 24,5% como consecuencia de la limitación de la movilidad por la pandemia.
Quien no quiere aceptar el género de la violencia y la construcción sociocultural que lleva a los hombres que así lo deciden a ejercer esa violencia contra las mujeres, utilizan cualquier argumento para negarla.
Unas veces dicen que no existe, otras que no tiene importancia, también hay quien echa la culpa a la mujer agredida y algunos la mezclan con otras violencias que se producen en las relaciones familiares para confundir… pero a pesar de sus estrategias “escapistas”, siempre quedan en evidencia ante una realidad que demuestra que su “invidencia” es interesada.
La violencia no tiene género, pero el género masculino sí tiene violencia contra las mujeres, y se llama violencia de género.