El feminismo excluyente y la cultura del esfuerzo
La diputada de Vox podrá usar todas las palabras biensonantes que le parezca, pero no hay mayor vulgaridad que la ignorancia y la prepotencia.
Esta semana, la diputada de Vox Macarena Olona ha creído que el Congreso era el plató de Telecinco y ella una de las concursantes de La casa fuerte y se ha despachado a gusto dedicándole toda clase de ataques verbales a la ministra de Igualdad, Irene Montero: “su inconsistencia”, “voy a centrarla”, “su profunda ignorancia”, “usted es como los malos periodistas”, “obsesiones patológicas e ideológicas”, “está muy perdida”, “despierta lástima”… Todo con palabras biensonantes y tono de estar declamando un poema, ya que también se ha burlado de la forma de hablar de la ministra metiendo en cada frase un “jo tía, qué contenta tía”. Sólo le ha faltado meterse con su aspecto físico para, además del diploma de clasista, obtener el de machista de libro.
Resulta que la diputada del partido de ultraderecha está muy pero que muy ofendida porque el Gobierno pretende impulsar una Ley de Tiempo Corresponsable para garantizar el derecho a la conciliación y al trabajo en condiciones de igualdad. Olona y sus compañeras no se sienten representadas por el “feminismo excluyente”, ese que deja fuera a todas las mujeres que no sufren discriminación, porque las mujeres de su partido son “libres y empoderadas con una igualdad real ante los hombres” y “no necesitan protección”. Está claro que todas ellas están ciegas ante desigualdad que soportan (camuflada quizás por una situación económica holgada), pero es que también lo están ante el resto de mujeres del planeta. Las mujeres invisibles para Vox somos las que no tenemos servicio de limpieza en casa, ni a quien cuide de nuestros hijas e hijos, quienes no podemos dejar a nuestros mayores a cargo de cuidadores, a quienes ignoran los medios, quienes no recibimos igual salario que los hombres o a quienes no nos dicen “piropos bonitos” sino “te voy a comer to lo negro”.
También ha asegurado que no creen en el feminismo de cuota sino en la “cultura del esfuerzo”. Lo que viene a decir Olona es que las mujeres no sufrimos ninguna discriminación, sino que somos vagas de nacimiento. Nada tiene que ver que hasta prácticamente ayer las mujeres no tuviésemos derecho a trabajar y no se confíe en nuestra profesionalidad ni se nos den aún las mismas oportunidades. Tampoco tiene nada que ver la doble/triple jornada ni lo difícil que es conciliar, que también es otro invento. Nuestra ministra ha recordado que existe una violencia estructural y que el papel de las instituciones es fundamental para erradicarla. Hablarle a una diputada de Vox de “violencia estructural” es como hablarle en el idioma taushiro. Ni lo habla, ni lo entiende, ni sabe lo que significa el término.
La violencia estructural se refiere al lugar de inferioridad que se otorga a las mujeres en la sociedad y tiene que ver con la jerarquía y con la distribución del poder. Que exista mayor pobreza femenina, que las mujeres desempeñen las profesiones menos cualificadas, que cobren menos salario que sus compañeros, que se cuente menos con ellas como voces expertas, que la medicina esté basada en el cuerpo masculino o que la justicia no tenga en cuenta la perspectiva de género son sólo algunos ejemplos.
La diputada de Vox podrá usar todas las palabras biensonantes que le parezca, pero no hay mayor vulgaridad que la ignorancia y la prepotencia. Puede que ella y el resto de sus compañeras no vean la desigualdad porque no hayan leído un solo libro, ni vean las noticias, ni vivan en el planeta Tierra. Lo que no se entiende es que quieran gobernar para una sociedad de la que, jo tía, osea tía, son completamente ajenas.