El espantoso relato de la hija de una víctima de violencia machista en 'El Objetivo' impacta en redes
Patricia Fernández habla del horror por la complicidad de las instituciones con el maltratador.
Patricia Fernández tenía seis años y su hermano cuatro cuando su madre decidió separarse por las palizas y vejaciones que sufría a manos de su pareja. Era el 20 de febrero de 2005. Las autoridades les obligaron a visitar a su padre durante 10 años más, hasta que ella se rebeló contra el sistema.
Antes del divorcio, para ella el maltrato era normal, según revela a Ana Pastor en El Objetivo. "Las mujeres son adultos, tienen un bagaje vital que les permite distinguir. Pero cuando eres un niño y tu padre te maltrata, tiendes a normalizar ese miedo y esa situación", asegura.
Patricia llama al que hizo de su infancia un infierno "progenitor biológico" porque no lo reconoce como padre. "Las palabras tienen mucha relevancia y depende de cómo las utilicemos pueden hacer mucho bien o mucho mal. Un padre tiene una serie de atribuciones que un maltratador no tiene", sentencia.
Tras el divorcio de sus padres comenzó otro infierno debido a lo que Patricia califica como "maltrato institucional: la "criminalización de la víctima". El sistema, que debería protegerla, no lo hace, y a sus hijos tampoco.
"Él campaba a sus anchas por los juzgados. Tenía un manejo y un estatus de superioridad que el sistema judicial le permitió en el momento en que le entregó nuestra custodia pese a una doble condena por maltrato", acusa a los poderes públicos.
Lo que se alegó en defensa de esa decisión fue que a los hijos no los había maltratado. Ella no está de acuerdo y tiene un argumento de peso: "Si un niño crece viendo cómo a su madre la machacan en un clima de miedo en el que solo ver a tu padre te provoca malestar... Es inconcebible que se piense que todo eso no le daña".
"Horror en su máximo estado": los puntos de encuentro
Su padre fue condenado en dos ocasiones y tenía una orden de alejamiento de su madre, pero a su hermano y a ello los obligaron a ir a verle. Primero en puntos de encuentro, que ella califica de "horror en su máximo estado" y "artilugio legal sustentado en una falsedad".
Patricia recuerda que, cuando se negaban a subir a verle, acababa llegando la policía y los psicólogos del punto de encuentro para hacerles ir, alegando que era el derecho de aquel hombre sólo por el hecho de ser su padre.
"Bajo esa categoría de 'es tu padre' se quitan vidas. Luchábamos contra el sistema que le ayudaba a él para no verle. Empecé a tener ataques de ansiedad y ni por esas creían que mi miedo era real. Y se suponía que era mi ayuda. Ya no sabía a quién acudir", recuerda.
Posteriormente, ambos niños tuvieron que convivir con el maltratador en una casa. Hasta casi la mayoría de edad tuvo que ir a ver al hombre que había maltratado a su madre.
"El maltrato se transforma, no cesa. Cuando pides ayuda y lo que te da el sistema es que tienes que irte con él, te encuentras indefenso y no entiendes nada. Ten. Se produce algo que sería impensable en cualquier otro delito: la víctima tiene que estar constantemente demostrando que lo que dice es verdad.
El día que Patricia se plantó
En 2014, una década después de que las autoridades supieran que su madre había sido víctima de violencia machista, su progenitor dejó caer en sus manos una foto en la que admitía de su puño y letra que las acusaciones eran ciertas.
"Creo que no fue casualidad. Y no sé si fue valentía o inconsciencia, pero dije: 'Hasta aquí'. Teníamos un régimen de visitas cada 15 días y cuando vino a por nosotros le dije que no volviera. Tenía 16 años. Mi vida hasta ese momento no había sido lo que tenía que ser", lamenta Patricia.
Llamó por teléfono a la Policía y les explicó que no quería irse con él. "Y por primera vez, me dijeron que no tenía por qué hacerlo", recuerda.
Patricia es durísima con las instituciones por el horror que les hicieron pasar a su hermano y a ella, y todas sus buenas palabras son para la familia que les apoyaron.
"La violencia de género es expansiva, no sólo se lleva por delante a la mujer y los niños, hay un montón de familiares que están ahí dando el callo. Es un acto de bondad tremendo. La vida me ha enseñado lo que es el amor. He estado rodeada de cosas muy buenas, como mis abuelos", asegura.
"La violencia machista no empieza con una bofetada sino con algo muy pequeñito"
Gracias a que su madre se volvió a casar, la joven cree que aprendió "lo que es un padre y una relación de pareja".
"Mi madre lo hizo todo bien. Nunca me habló mal de él y me marcó cuando me dijo a los seis años, cuando estaba llena de rabia: 'Si yo le he perdonado'. Me ha enseñado a no odiar a nadie", asegura. Eso no evitó que los psicólogos la acusaran de manipularles contra el maltratador.
Patricia considera que en su generación "se están dando unos patrones de conducta basados en el control, que es el germen".
"La violencia de género no empieza con una bofetada, nadie te empieza pegando. Empieza con algo muy pequeñito. Y cuando veo hombres que controlan cómo vas vestida o a dónde vas, me alerto enseguida y pienso: 'Corta, corta ya'. Me da mucha pena este repunte en conductas machistas", lamenta.