El doble drama de quedarse viuda y no ser reconocida como tal
El marido de Luisa se fue a pescar una tarde y no volvió. Un vídeo muestra cómo cayó al mar, pero al estar desaparecido su cuerpo, no lo dan por fallecido, ni a ella por viuda.
Luisa López atesora muchas fechas en su memoria. Cuando terminó de pagar la hipoteca, en mayo del año pasado, cuando se casó su hijo pequeño, el 25 de julio de 2020, cuando ella cumplió 36 años de casada, en agosto de ese mismo año, cuando su marido cumplió 59, el pasado 9 de septiembre, cuando dejó de contar, el 20 de septiembre de 2020.
Aquel domingo de finales de verano, Manuel Alfonso Díaz, el hombre con el que Luisa había pasado “toda una vida”, se fue a pescar y nunca volvió. El hombre condujo desde Narón, donde vivía con su mujer y donde ella reside todavía, hasta Cobas, ambos en la provincia de A Coruña. “Mi marido era súuuuper aficionado a la pesca; ese era su hobby, su pasión, todo”, explica Luisa. “Ese domingo, después de comer hizo aquí una pequeña obra en casa y sobre las tres y pico de la tarde, se fue a pescar. Me dijo que vendría pronto, que el lunes había que ir a trabajar”, cuenta.
Pasaron las horas y su marido no llegaba. “Como era muy parlanchín y se ponía a hablar con cualquier señor de pesca, de si picaban o no, pensé que se había entretenido, que qué despreocupado, y mira la hora…”, recuerda ahora Luisa. La mujer le escribió entonces por WhatsApp y, al ver que “ni siquiera lo leía”, ya se preocupó. “Eso era raro, porque él contestaba al momento, en cuanto sonaba el teléfono, y a los demás nos pedía lo mismo”, dice.
“Estaba el coche, el chaleco, su documentación... Todo, menos él”
Lo cierto es que Manuel sostuvo su teléfono hasta el final. Con él grabó cómo lanzaba el sedal, cómo se enganchaba con una gaviota, cómo trataba de liberar al animal y cómo este tiraba de él hasta hacerlo caer por el acantilado. “A él se le oye gritar, según dice mi hijo, y luego el silencio”, cuenta Luisa. Su móvil y ese último vídeo sí se salvaron, aunque Luisa no ha querido verlo. Manuel, en cambio, no apareció. Esa misma tarde, la familia denunció su desaparición a la Guardia Civil, se desplazaron hasta el lugar donde él estaba pescando y la Policía localizó el vehículo de Manuel en la zona de la cetárea, un vivero en el marr. “Allí estaba el coche, estaba el chaleco, estaba la cartera con su documentación, el paquete de tabaco… todo. Todo, menos él”, cuenta Luisa.
Varias lanchas y un helicóptero de Salvamento Marítimo buscaron durante varios días a Manuel. “El primer día, el bombero ya nos dijo que esto era buscar una aguja en un pajar, que él llevaba veintipico años haciéndolo y no había encontrado ninguno, que las corrientes lo podían haber llevado hasta Francia, o a saber”, recuerda la mujer. “Y así fue. No apareció”.
Luisa tiene 56 años recién cumplidos y no tiene un empleo remunerado. Hasta hace ocho meses, su marido y ella vivían del sueldo de él, que trabajaba “en un taller de coches, de pintor, y además hacía servicio de grúas”. Desde el pasado septiembre, no ha habido más ingresos en su cuenta.
“Si no hay cuerpo, no hay parte de defunción, señora”
La mujer solicitó, con la ayuda de un abogado, la pensión de viudedad que le correspondería después de los 40 años de trabajo de su marido. En enero le vino denegada. “Si no hay cuerpo, no hay parte de defunción, señora”, cuenta que le dijeron en el Juzgado. Y si no hay parte de defunción, Luisa no es, técnicamente, viuda. “A esperar tres años, que es lo que marca la ley”, dice.
La ley a la que se refiere es, en realidad, el Código Civil, que en sus artículos 193 y 194 enumera los plazos necesarios para la declaración del fallecimiento en caso de desaparición. Estos artículos no mencionan el plazo de tres años que comenta Luisa —que podría referirse a la declaración de ausencia y no de fallecimiento—, y fuentes conocedoras de este tema explican que la declaración o no del fallecimiento depende en gran medida de la interpretación de los jueces según los detalles de cada desaparición.
Los artículos 193 y 194 del Código Civil fueron enmendados en los años 2000 y 2015 precisamente para reducir a unos días el tiempo de espera en caso de naufragio o siniestro en el mar. El ‘problema’ es que el texto menciona el supuesto de que el desaparecido fuera “a bordo de una nave”, y el marido de Luisa no naufragó. Él estaba solo, pescando con su caña.
“Esto se cambió porque había un montón de viudas de pescadores que se quedaban sin pensión”, señala una abogada que conoce el tema y prefiere no dar su nombre. “El caso de quienes van en los barcos de pesca ya está solventado. Lo que no lo está es la cuestión de ‘qué pasa cuando tú caes al mar mientras pescabas solo’”, dice.
La familia ahora se aferra a las pruebas audiovisuales de que Manuel cayó al mar. Está, por un lado, el vídeo que él mismo grabó, en el que se escucha su grito y, por otro, el vídeo que grabaron las cámaras de seguridad de la cetárea, que también captaron cómo el hombre aparcó el coche, se puso a pescar y cayó por el acantilado.
A día de hoy, a Luisa le importa poco si lo que le pasó a su marido se considera o no un siniestro. Ella sólo sabe lo “perdida” y “desamparada” que se ha sentido en este tiempo. “Nunca pensé llegar a esta edad así, siempre pensé que íbamos a llegar viejecitos juntos, y que iba a faltar yo antes que él, no sé por qué”, dice.
En estos ocho meses, nadie ha sabido explicarle bien qué hacer en su situación, y ella ha ido tirando como ha podido. Primero recurrió a un abogado que, en su opinión, le hizo “más mal que bien”, pues le aseguró que en 90 días cobraría la pensión de viudedad. Luego cambió a otra abogada que sí la está ayudando, dice.
“Oficialmente, mi marido está desaparecido, no fallecido”
Mientras tanto, Luisa sigue sin tener ingresos y sus pocos ahorros van menguando, ya no sólo porque la mujer tiene “la fea costumbre de comer todos los días”, dice ella, sino porque toda la maraña burocrática en la que está metida también cuesta dinero. El mero trámite de dar de baja el teléfono de Manuel le costó “un horror” y “40 llamadas”, cuenta Luisa. Pero al menos lo consiguió. En la Jefatura de Tráfico no tuvo tanta suerte para dar de baja el coche de su marido, y Luisa tiene que seguir pagando el garaje y el seguro.
La mujer tampoco puede acceder al plan de pensiones que compartía con su marido, porque está a nombre de él y no hay parte de defunción que acredite su ausencia. “Oficialmente, mi marido está desaparecido, no fallecido”, repite Luisa.
En estos meses ha ido tirando de ahorros —de los que le queda “muy, muy poco”— y de la ayuda de su madre, una mujer invidente de 76 años a la que Luisa cuida. “Para la comida, o si se me rompen unos zapatos, es mi madre la que me ayuda”, cuenta. Los dos hijos de Luisa, de 36 y 30 años, ya están casados e independizados, y la mujer no quiere ser una carga para ellos. “El día que me vino denegada la pensión, me costó mucho seguir en este mundo”, afirma Luisa. “Pensé: ¿qué voy a ser? ¿Una carga para mis hijos?, ¿una carga para mi madre? No. Y entonces vino mi yerno y me dijo: ‘Párate ahí’. Pero te aseguro que llegas a un momento de locura”, reconoce.
Psicológicamente, a la mujer le está costando salir adelante. Al principio se negó a ir al psicólogo y a medicarse, pero luego cedió. “No comía, no dormía... Ahora estoy tomando pastillas para dormir y consigo dormir un poco, y luego una por la mañana para la ansiedad”, cuenta. El psicólogo le pidió que tratara de mantener su rutina. “¿Y qué rutina hago yo?”, se pregunta Luisa. “Hasta que [Manuel] se fue, yo me levantaba todos los días y le calentaba el desayuno. Ahora a las 8 de la tarde, que era cuando llegaba, me acerco a la nevera y pienso: ¿Qué le voy a hacer hoy de cena? Y me quedo como una mona, mirando a la casa y diciendo: ‘Si no va a volver’”, lamenta. “El no poderlo enterrar para mí es un tormento. Si lo hubiésemos podido enterrar, yo habría descansado, o habría podido empezar algo, pero si no, te encuentras en un círculo sin fin”, reflexiona la mujer.
“Si mañana falta mi madre, ¿qué hago? ¿Me voy a vivir a la calle?”
Los pensamientos y los trámites la tienen tan ocupada que no le da “tiempo ni a llorar”. “Ya no es sólo una lucha, es la otra”, dice. Ya no es sólo el duelo por la desaparición de su marido, es la “lucha” por comer y por sobrevivir cada día. “Antes mi vida estaba llena de planes, de futuro, de jubilación, yo qué sé… Ahora si mañana me falta mi madre, ¿qué hago yo? ¿Me voy a vivir a la calle?”, se pregunta Luisa.
Sus abogados tratan ahora de presentar su caso por lo penal, para solicitar por esta vía la declaración de defunción. “Y ahí estamos, esperando”, dice Luisa. “Pero como dice el refrán, las cosas de palacio van despacio”.
La familia también ha iniciado una petición en Change.org “por el derecho a la pensión de viudedad” de Luisa, que ya han firmado más de 80.000 personas. Pero, siendo sincera, Luisa no tiene esperanzas en que su caso se resuelva a tiempo; si insiste en seguir adelante con ello es por las personas —principalmente mujeres— que puedan venir detrás de ella. “Yo ya perdí toda la fe en Dios, pero ahora sólo espero ser yo la última que pasa por esto”, asegura.
De momento Luisa no se ve con fuerzas suficientes, pero más adelante sí le gustaría montar una asociación o una plataforma “para que la próxima mujer que se vea así no pase lo que yo he pasado”. “Me gustaría decirle que tiene derecho a no ser fuerte, a llorar si quiere llorar, a no hablar si no le apetece hablar”, reivindica la mujer. “No quiero que ninguna mujer ni ningún hombre se vuelva a ver en esta circunstancia, porque esto es un tormento”, dice. “Ojalá ser yo la última”.