Por qué quiere comprar Trump Groenlandia
El presidente de EEUU está tan encaprichado con el tema que no le importa tensar la cuerda diplomática.
Es casi imposible que el presidente de EEUU, Donald Trump, haya escuchado una de las canciones clave de la movida madrileña: Groenlandia, de Los Zombies. Su estribillo decía:
Atravesaré el mundo y volando llegaré
hasta el espacio exterior
Y yo te buscaré en Groenlandia (...)
Cruzando amplios mares, escalando las montañas
descendiendo los glaciares
A través de desiertos,
las junglas y los bosques
En la Casa Blanca, seguro, sonará música muy diferente, pero esa melodía es la que podría estar tatareando el mandatario estos días. Su obsesión es, ahora, Groenlandia. Sacando su perfil más emprendedor, quiere extender un gran cheque para hacerse con un territorio de hielo de 2,1 millones de kilómetros cuadrados.
Es una excentricidad más del político que, en dos años y medio, ha defendido levantar un muro con México para frenar la entrada de “criminales”, “drogadictos” y “violadores”. Que considera lícito acercarse a las mujeres y directamente “besarlas, sin esperar, porque cuando eres una estrella se te permite todo”. Que retira a EEUU del acuerdo de París “porque el cambio climático no existe”. O que tilda a la ONU de “hipócrita” y “egoísta”.
Ese es Donald Trump. Y ahora también quiere comprar un país entero.
“Groenlandia no está en venta (...) Espero de verdad que no lo haya dicho en serio”, explicaba atónita la presidenta de Dinamarca.
“Groenlandia no está en venta, esta discusión es absurda. Y punto final”, añadía el primer ministro groenlandés, Kim Kielsen.
“Debe ser una broma del 1 de abril [Día de los Santos Inocentes en EEUU] completamente fuera de temporada”, concluía en Twitter el actual líder de la oposición, Lars Løkke Rasmussen, provocando las risas entre sus colegas.
“Si es cierto que está pensando en eso, es una muestra definitiva de que se ha vuelto loco. Tengo que decirlo como es: la idea de que Dinamarca venda 50.000 ciudadanos a Estados Unidos es una completa locura”, criticaba por su parte Søren Espersen, portavoz en Asuntos Exteriores del Partido Popular Danés, tercera fuerza parlamentaria.
La negativa danesa a escuchar siquiera una oferta de EEUU es algo que, como podía imaginarse, no ha sentado bien a Trump. El presidente tenía previsto visitar Dinamarca en dos semanas, pero dada la desidia con la que ha sido recibida su propuesta, y las mofas generadas, ha cancelado el viaje: si no hay negociación, no hay visita.
La intención de comprar la isla surgió como un deseo dicho con la boca pequeña que, con el paso de los días, ha ido ganando peso hasta convertirse en una propuesta formal. Según reveló el periódico The Wall Street Journal, el caso Groenladia nació de una conversación en petit comité del líder estadounidense con sus asesores en la que planteó varias veces la posibilidad de hacerse con el territorio.
“Solo decimos que el presidente, que sabe un par de cosas sobre terrenos” —en una clara alusión al pasado inmobiliario de Trump— “quiere echar un vistazo a esta posible compra”, aseguró el asesor económico de la Casa Blanca, Larry Kudlow.
Al magnate —que según Forbes amasa una fortuna superior a los 4.500 millones de euros, y según él mismo, el doble— el imperio formado por más de 44 viviendas a su nombre, le sabe a poco. De los edificios quiere pasar directamente a la compra de países.
¿Por qué le interesa tanto esta isla?
Groenlandia tiene más de una ventaja para EEUU: está cerca, es grande y cuenta con recursos que, bien explotados, pueden generar una fortuna. Está ubicada en América del Norte, al noreste de Canadá, y su superficie es un 75% hielo. Sus 2,1 millones de kilómetros cuadrados la llevan a posicionarse como la isla más extensa del mundo —aproximadamente cuatro veces España— aunque en ella apenas habiten 56.000 personas, en su mayoría de etnia inuit, lo que supone prácticamente la misma población que la de Segovia.
Pese a ser autónoma, está políticamente constituida como una región perteneciente a Dinamarca, quien dirige todas las competencias en materia de política exterior y monetaria, así como defensa.
Este vasto territorio situado entre los océanos Ártico y Atlántico posee una serie de atractivos que han sido ya motivo de interés por diversos políticos a lo largo de la historia. Su riqueza en recursos naturales —cinc, cobre y mineral de hierro— y su claro valor geoestratégico llevaron al presidente de EEUU, Harry S. Truman, a intentar su adquisición en 1946: ofreció 100 millones de dólares a Dinamarca, unos 90 millones en euros al cambio actual.
EEUU es un país que lleva en su ADN la ambición de expandirse, bien por conquista, bien por intercambios, bien por compra. No en vano, Alaska fue adquirida en 1907 a Rusia como vía de acceso a las aguas del Ártico y a sus considerables reservas de petróleo. Sin embargo, la más rentable fue la de Luisiana, que costó unos 225 millones de euros actuales.
Además, se ha hecho a lo largo de la historia con el sur de Arizona, Nuevo México y un sinfín de islas, entre ellas las Vírgenes, que fueron compradas precisamente a Dinamarca en 1917 por 450 millones de euros. Por eso, entre otras cosas, EEUU es la tercera nación más grande del mundo.
Estados Unidos no es el único
La compra de un país no es, con todo, algo exclusivamente estadounidense. La iniciativa Land Matrix Partnership, formada por un grupo de académicos, investigadores y ONG, señala que desde el año 2011, Gobiernos de países en vías de desarrollo habrían arrendado, vendido o negociado la cesión de 40 millones de hectáreas. En total 1.100 compraventas de este tipo.
Las firmas de los adquisidores suelen ser casi en su totalidad extranjeras (además de EEUU, Singapur, Emiratos Árabes o Reino Unido) y en la mayoría de casos, buscan la explotación de los recursos autóctonos, sin importar el “daño colateral” que pueda suponer la expulsión de las comunidades que viven en ellas. Según un informe del Banco Mundial, más del 70% de los contratos de este tipo han perjudicado al África subsahariana.
China también lo intentó con Australia: ofreció 325 millones euros por el 1% del territorio con vista a la explotación alimenticia del país, pero finalmente, el Gobierno australiano se negó.
Naciones Unidas ya destacó el fenómeno del “neocolonialismo alimentario” con objetivos puramente financieros en el año 2008, advirtiendo del sometimiento que sufren las sociedades nativas.
¿Cuestión de posibilidad o legitimidad? ¿Qué tienen que decir los groenlandeses?
Esta reflexión de la ONU es justamente la que se la ha escapado desde el principio al líder estadounidense. La población groenlandesa es particularmente pequeña teniendo en cuenta la extensión del territorio en el que habita. Y las condiciones de vida no son fáciles.
Una tasa de 83 suicidios anuales por 100.000 habitantes posiciona a la isla a la cabeza mundial en este problema -por delante de Corea del Sur o Lituania- a lo que se suma un elevado índice de violencia y abuso sexual.
“Muchos niños son víctimas de abusos sexuales y experimentan violencia en sus hogares. Muchos de ellos tienen después una vida llena de problemas y ansiedades lo que explica que algunos jóvenes opten por el suicidio”, explica Mme Ketwa, de Save the Children.
Pero no es el único conflicto al que se enfrentan. La crisis climática además, está afectando de manera alarmante a la isla, que siendo su superficie mayoritariamente hielo, está viendo cómo la temperatura de sus aguas ha subido tan solo este año 5 grados. Según un estudio reciente del National Geographic este cambio supone volver a la época vikinga.
Sin embargo, ninguno de estos aspectos quebrantan la voluntad de Trump, a quien le basta con cuatro palabras para tumbar las 1.656 páginas de un informe elaborado en el mismo seno de la Casa Blanca sobre los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y el medio ambiente: “no-me-lo-creo”.
Tal vez el día que visite Groenlandia y la encuentre líquida, se lo termine de creer. Hasta entonces, tira de lo que mejor saber hacer: tuitear.