El deporte te cuida, cuidemos el deporte
Desde pequeño mi vida ha estado ligada al deporte y, por consiguiente, también a los valores que representa. Sin embargo, hay ocasiones en las que unos pocos se empeñan en traicionar todos esos valores mediante el uso de cualquier tipo de violencia. La lamentable batalla campal que el pasado domingo protagonizó un grupo de padres en Mallorca, en el partido que enfrentaba a los equipos infantiles del Alaró y el Collerense, fue un claro ejemplo de esa traición que no debería volver a repetirse. Una lluvia de insultos y golpes rompió en mil pedazos las razones y el objetivo que habían dado sentido a ese partido de fútbol. El comportamiento de aquellos padres hizo evidente que todavía queda mucho camino por recorrer, porque cuando la violencia se impone sobre la razón desde el ejemplo que da un padre, el hijo ve naturales comportamientos que de ninguna manera lo son.
Esos puñetazos y empujones se produjeron ante el llanto desconsolado de unos niños que no comprendían el caos que sus padres estaban generando sobre un campo de fútbol pensado para que ellos se divirtieran, no para que sus padres se pegaran. Ahora deberá ser la ley la que castigue ese comportamiento. Sin embargo, la cicatriz que supone para un hijo ver a un padre resolviendo una disputa a golpes no se cura con una sentencia salida de un juzgado.
Este tipo de comportamientos agresivos tan sólo pueden ser combatidos desde la educación, desde los hogares y escuelas, desde la concienciación de que el respecto es la única vía para poder disfrutar del deporte y de la vida en general; una regla básica que todos los adultos deberíamos tener grabada a fuego, y más ante la mirada de un hijo.
De nuevo, los más perjudicados por ese lamentable incidente, volvieron a ser los niños. Los del Alaró han sido retirados de la competición, mientras que dos de los infantiles de Collerense han sido expulsados, junto a dos padres, por un suceso que ahora está en manos de la Comisión Antiviolencia de la Federación de Fútbol de las Islas Baleares. No obstante, estoy convencido de que el peor de los castigos para estos chavales fue la experiencia que tuvieron que vivir aquella mañana, en la que –por cierto– se celebraba el Día del Padre.
La violencia jamás debería llegar al mundo del deporte ni a ningún otro lugar. Debería mantenerse alejada tanto de los grandes estadios en los que los ídolos de los niños son los jugadores, como de los pequeños terrenos de juego en los que los padres son el espejo en el que sus hijos se reflejarán en el futuro.