El concierto de Raphael no debió celebrarse, no tanto por lo que es como por lo que significa
Juntar a 5.000 personas en un espacio cerrado, aunque sea con mascarilla, no fue una buena idea, ni en fondo ni en forma.
Reunir a 5.000 personas, dos días consecutivos, en un espacio cerrado y a pocos días de unas navidades en las que no podrán juntarse más de seis personas no es una buena idea. No lo es desde el punto de vista epidemiológico, pero, sobre todo, no lo es desde el punto de vista de la comunicación.
Hace unas semanas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó una guía en la que daba constancia de un fenómeno social surgido durante la crisis del coronavirus, al que bautizó como ‘fatiga’ o ‘hartazgo pandémico’. En ese documento, la OMS pedía a los gobernantes que, a la hora de tomar decisiones, se basaran en cinco principios clave con el fin de rebajar al máximo esa fatiga pandémica en los ciudadanos.
La OMS recomendaba ser transparentes; aspirar al máximo nivel de equidad en las recomendaciones y restricciones; ser lo más coherente posible en los mensajes y las acciones, y evitar medidas conflictivas; coordinarse y evitar mensajes cruzados entre expertos y portavoces; y aspirar a la máxima predictibilidad teniendo en cuenta que las circunstancias son impredecibles.
Los dos conciertos de Raphael, que reunieron a 5.000 personas el sábado y el domingo respectivamente, cumplieron con todas las medidas de seguridad, sostienen desde la organización, pero no cumplieron en absoluto con el principio de coherencia. Empezando porque el mismo WiZink Center no admitirá público para el partido entre el Real Madrid y el Barcelona de la liga ACB que se celebrará el próximo domingo 27; pero, sobre todo, porque este jueves, en Nochebuena, no podrán juntarse más de seis personas a cenar dentro de la Comunidad de Madrid.
“Las autoridades deberían evitar las respuestas incoherentes, como levantar restricciones en un sector (por ejemplo, en el número de espectadores permitidos en eventos deportivos) mientras se endurecen en otro (por ejemplo, imponiendo nuevas restricciones en restaurantes), sin dar una explicación clara y racional”, señala la OMS en su guía.
Para Javier Padilla, médico de familia formado en el ámbito de la salud pública, permitir el concierto de Raphael ha sido “un tiro en el pie”. “No creo que sea un evento de tanto riesgo, pero sí creo que es problemático”, sostiene.
A la hora de evaluar riesgos, Padilla distingue varios aspectos medianamente positivos y otros claramente negativos sobre el polémico concierto. Por un lado, el acto en sí no supone, en teoría, “tanto riesgo” si se tiene en cuenta que hubo restricción de aforo al 30%, que la gente debía llevar mascarilla todo el tiempo y que el recinto tiene techos altos con recambio de aire.
Por otro, el nivel de riesgo aumenta por el hecho de que la gente pudiera tomar bebidas durante el concierto (con la consiguiente retirada de mascarilla) y de que los asistentes estuvieran cantando, “con lo cual la efectividad de las mascarillas es menor por ser una actividad de alta emisión de aerosoles”, razona Padilla.
Y, sin embargo, no es esto lo más peligroso del concierto, opina el experto. “Lo más peligroso es la incoherencia, pero, después, también lo es el incentivo a la socialización antes y después del concierto por la movilización de tantas personas”, afirma.
“Los conciertos no son cosas aisladas. El concierto supuso la movilización de 5.000 personas hasta el Palacio de los Deportes, para un acto de socialización que seguramente significó un aumento de la ocupación de los bares de la zona antes y después, y por lo tanto un incremento de la posibilidad de contagio”, explica Padilla.
“Pero, además, esto ocurre unos días después de decirle a la gente que por la situación epidemiológica de Madrid las celebraciones de Navidad pasan de tener 10 comensales a tener seis, como máximo, y ocurre en un contexto en el que media Europa se lleva las manos a la cabeza por una nueva variante del virus y por una posible tercera ola”, recuerda.
Epidemiólogos y sociólogos han incidido una y otra vez durante la pandemia en la importancia de la comunicación y de los mensajes que mandan los personajes públicos, sean políticos o celebridades. A finales de octubre, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, se vio en la necesidad de pedir disculpas por asistir a una entrega de premios que reunía a 150 personas, en la que aparentemente también se cumplieron todas las normas sanitarias.
“Sólo estuve en representación institucional. Tras la entrega del premio, me fui, no me quedé a cenar. Muchos ciudadanos no lo han entendido. Y tienen razón”, reconoció el ministro en el Congreso tras las críticas. “Es verdad que se cumplían las reglas y las distancias pero tienen razón; fíjense que hasta en los actos que se cumplen requisitos, hasta en esos casos, es mejor evitarlos. El camino es tan sólo uno, la mejor distancia es no estar, y todos debemos guiarnos por ese camino”, dijo.
Tras la polémica por el concierto de Raphael, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también dijo entender el malestar de la ciudadanía ante las imágenes de la celebración, pero al mismo pronunció una frase inquietante. “Si la incidencia acumulada en Madrid fuera preocupante, de aquí en adelante se suspenderían todos estos eventos. Porque es lo que queda. Los aforos son tan bajos que lo siguiente es la suspensión”, señaló Ayuso el domingo.
Efectivamente, en el concierto ‘sólo’ se permitió un aforo del 30%, pero sugerir que la incidencia de Madrid no es “preocupante” es dar el mensaje equivocado, además de mostrar una imagen que no se corresponde con la realidad.
Según los últimos datos del Ministerio de Sanidad, la Comunidad de Madrid tiene una incidencia acumulada a 14 días de 276,99 casos por 100.000 habitantes, 62 puntos por encima de la media nacional y superando los 250 que indican ‘riesgo extremo’, de acuerdo con la guía de Sanidad.
Dar a entender lo contrario y permitir eventos como los de este fin de semana “es un disparate”, sostiene Javier Padilla, coautor de Epidemiocracia (Capitán Swing). “Se están transmitiendo unos mensajes completamente incoherentes, cuando en salud pública se necesitan mensajes lo más coherentes posibles para que la gente tenga incentivos para cumplirlos, para que no recurran al ‘¿por qué si Raphael pudo, yo no puedo quedarme a cenar en casa de la abuela si somos ocho personas?’”, ilustra. Para Padilla, “es muy difícil justificar este tipo de eventos en términos de políticas de salud pública”. “Si se quiere que la gente tome decisiones racionales, esto es un tiro en el pie”, zanja.
De poco sirve que las autoridades recomienden evitar aglomeraciones si después ellas mismas permiten un evento con 5.000 personas cantando en un espacio cerrado.