"El cambio climático es un potenciador del extremismo islámico y de otros extremismos"
Entrevista con la coordinadora del Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía del PSOE.
Teresa Ribera es una pionera. Directora de la Oficina española de Cambio Climático y secretaria de Estado de Cambio Climático en el primer y segundo mandato de José Luis Rodríguez Zapatero, respectivamente, lleva el adjetivo de precursora cosido a su nombre.
Trabaja en el país vecino, donde dirige el IDDRI (el Instituto para el Desarrollo Sostenible y las Relaciones Internacionales, por sus siglas en inglés), un puesto que compaginará con la coordinación del Consejo Asesor del PSOE para la Transición Ecológica de la Economía, del que acaba de coger las riendas.
El cónclave de sabios -doce expertos: varios ambientalistas, naturalistas y catedráticos, una exministra, dos exalcaldesas, un periodista, economistas y sociólogos- dará forma al proyecto personal de Pedro Sánchez, secretario general de los socialistas, de diseñar una estrategia de cambio de modelo económico.
¿El mandato del Consejo pasa por diseñar un modelo de país?
El Consejo se convierte en una centro de conversación, lo más abierta posible, sobre transición ecológica de la economía.
¿Y qué significa "transición ecológica de la economía"?
Integrar la ecología como un límite de la economía. Es decir: cómo lograr emisiones cero, cómo conciliar sistemas económicos y ambientales, qué pasa con la economía del agua, la del océano, con el suelo, cómo pensamos el territorio tanto urbano como rural, qué sentido le damos, cómo financiamos ese proceso de cambio, qué sistema financiero, fiscal, incentivos y qué coherencia, de qué manera incide en las políticas exteriores, la geopolítica, el sistema supranacional, el sistema global... No se trata solo de pensar qué hacemos en nuestro pueblo, sino de tener una mirada global: qué ocurre en el Ártico, por qué se olvidan los principios con terceros países. Vamos a ir abordando conversaciones concretas con cada tema. Sobre todo, con la cuestión energética.
Una cuestión dura, la energética, porque además está enquistada empresarialmente.
Enquistada hoy, pero el futuro es distinto y hay empresas que quieren políticas que les acompañen en el proceso de cambio, otras compañías que quieren amortizar lo que ya tienen el máximo tiempo posible y quieres optan por hacer borrón y cuenta nueva. Eso en lo que compete a la eléctrica, pero energía es mucho más, también repensar la cuestión térmica de nuestros edificios, es pensar en movilidad, en infraestructuras y por qué tenemos que estar subvencionando fuentes de destrucción. Al trabajador le dará igual ensamblar un motor de gasolina, híbrido o uno eléctrico.No vamos a resolver todos los problemas del mundo, nuestro interés es ayudar a desencriptar la información. Llegar a terminar este puzzle progresivo de la transición ecológica. La gente está demandando más y no se da suficientes. La idea es que el Consejo vaya sacando recomendaciones.
Cataluña es la gran pregunta. Se hable de política, de economía, ecología o de las tres. Y en esta cuestión parece que lleva buen paso.
En Cataluña y el País Vasco los debates de sostenibilidad, en el plano académico pero también en el industrial y social, son muy interesantes y están muy avanzados. Cataluña cuenta ya con una estrategia de desarrollo sostenible aprobada, con unos sistemas de participación productivos y con cierto recorrido.
Es una región especialmente interesante y relevante en este debate, precisamente quizá por haber sido una de las primeras en acometer las revoluciones industrial y agraria. Está mejor preparada para resolver estas cuestiones.
¿Cuáles son los déficit españoles? ¿No vamos un poco por detrás de nuestros vecinos? Francia tiene hasta un ministro de la Transición Energética.
Un ministro de la Transición Energética y de la Transición Justa. Este fue un gran invento semántico de los sindicatos en relación con la minería del carbón. Hay que mirar y medir la incidencia en el suelo, en la capacidad de producción de alimentos, el uso de fertilizantes, la agricultura con poca agua, qué modelos industriales abrazamos y cuáles rechazamos.
Pero en qué aspectos tendrá España que picar más piedra.
España ha tenido vaivenes que le permiten estar relativamente bien preparada para abordar con seriedad muchas de estas cuestiones. En la parte de sistema eléctrico debería poder avanzar muy deprisa, porque es un tema que hemos machacado mucho, por un lado, y por otro porque tenemos una sobrecapacidad instalada que debería poder facilitar el cambio en condiciones de seguridad.
También hay una fuerte demanda social en movilidad e infraestructuras sostenibles. Urge repensar cuáles son las necesarias en esta nueva sociedad interconectada. Y este es un campo fundamental en un país cuyo PIB está tan ligado al turismo, un actividad clave en movilidad. Hasta ahora, el debate en cuanto al turismo ha sido frívolo y simplista. Esto supone un derroche de recursos y un envejecimiento de infraestructuras.
Es verdad que vamos con retraso respecto a otros países y, evidentemente, el primer referente son los nórdicos. Pero aquí hemos estado obsesionados con las autopistas, el ladrillo, los aeropuertos... Para transportar ¿qué? El 50 % de las mercancías que llegan a los puertos son carbón, petróleo y gas... ¿Cuánto más va de estos cargamentos va a entrar en los puertos?
Hemos ido generando un modelo económico y productivo que ha tocado techo. No retroalimenta para bien las cualidades y demandas de la economía hoy y de lo que seguirá siendo, que viene y vendrá acompañada de una demanda de mucho menor impacto ambiental. Deberíamos estar escarmentados. Aquello que era una panacea fantástica que generaba empleo y PIB se ha convertido en una hipoteca para todos los españoles.
No es que la economía verde sea el único camino es que además parece el mejor.
Con la economía verde, la foto final de a dónde queremos llegar es más solvente y segura y la distribución de beneficios y costes es mucho más próspera que esta en la que estamos. El gran debate hoy es cómo vas de un sitio a otro: cómo vas alineando las señales, la inversión, la regulación y la fiscalidad para integrar ese proceso de cambio sin dañar a los colectivos más vulnerables, probablemente procedentes de las industrias que van a cerrar.
La productividad, o la capacidad de producir más, será menos intensiva por la acumulación de economía digital. Son debates complejos. La respuesta quizá haya que buscarla en el pasado, en los coches de caballos, tendremos que acompañar a los fabricantes para reubicarlos igual que se hizo entonces con aquel medio de trasnporte.
Esto de acompañar se nos ha dado fatal con el carbón.
Se nos está dando fatal con casi todo, porque no hay políticas activas de empleo, porque en el debate del carbón hemos perdido seis años en que se ha preferido no abordarlo frontalmente... En este asunto hay dos o tres cuestiones importantes: un debate emocional importantísimo, que lo ha sido durante generaciones, y que representa símbolos muy importantes sobre lucha de clases, solidaridad, arraigo e identidad en las localidades productoras. Es un debate emocional, que es importante observar y conservar, pero abordando la búsqueda de soluciones de continuidad que generen cierta expectativas, porque genera vulnerabilidades cerca y lejos, también respecto de las condiciones de trabajo de países terceros. A nadie le cabe duda.
Habla como si tuviéramos una tarea importantísima por delante.
La gran transformación de la minería y del carbón en gran medida se ha hecho, hemos pasado de tener 45.000 mineros a tener 3.000, y ese número de trabajadores directos del carbón, en un país en que vamos a 5.000 trabajadores menos por día, es llamativo. Pero no es algo exclusivo de España, Alemania tiene una situación no tan diferente.
¿Y qué queda por hacer en España para descarbonizar y descarbonizar bien?
No se ha hecho nada durante seis años, solo engañar a la gente. Mientras que las empresas del sector han absorbido los recursos, no ha habido un aprovechamiento de esos seis años de transición para ir trabajando sobre el sistema. Por eso, este tipo de cuentas, las que se refieren a la transición ecológica, es importante hacerlas bien y no solo fijarnos en el PIB, que tiene sus limitaciones, y hay otras muchas cosas que no mide. Por esto, importa tanto prestar atención a otros indicadores de progreso más inclusivos.
Un país que parece estar en el buen camino es Alemania.
La Administración alemana lleva diez importantes años de debate y todavía le queda camino por andar. Los alemanes lo tienen, también, complicado. Además, han intentado hacer dos cosas a la vez: sustituir el carbón y abandonar la nuclear. Con todas las dudas sobre esto último: nuclear sí, nuclear no. Y van con ligero retraso respecto a sus plazos. Acompañar esos procesos en las zonas más afectadas por el cambio implica mantener los objetivos de solidaridad regional y local. Nadie ha completado hasta la fecha esos procesos.
Pero en minigeneración y autoconsumo sí nos llevan una importante delantera. Los alemanes han legislado fenomenal en cuanto a autoconsumo. Ese es nuestro gran reto.
Sí, y esa ha sido otra gran torpeza aquí. Los alemanes han aprovechado una de las grandes revoluciones energéticas de la historia, que ha democratizado la producción y acceso a la energía. Cuando el modelo anterior y mayoritario facilitaba la concentración en manos de unos pocos, un modelo enormemente intensivo en capital y tecnología. Cuando aparecen las energías renovables, ya no son necesarias grandes complejidades técnicas ni financieras. Cualquiera puede tener, llave en mano, una pequeña instalación técnica que le suministre lo que necesita.
Pero en España, como es bien sabido, está costando mucho más hacer comprensibles las bondades de esa necesidad. Como tenemos un sistema sobredimensionado y se consume menos de lo que se espera, las empresas quieren asegurar la amortización de las instalaciones y ese coste pasa al consumidor. En este caso, el Gobierno hace política empresarial, no política energética. Esto es una distorsión que no se explica ni por razones técnicas ni por razones de convivencia con la gran generación y la gran distribución, sino que se explica por una decisión de respaldo y apoyo a grandes grupos empresariales.
España pierde el partido. ¿Tan mal juega?
Básicamente, jugamos poco. Nos dejamos llevar por las circunstancias. Agenda económica, política industrial, problemas de prosperidad... Pasamos de puntillas. No estamos contribuyendo de forma decisiva y clara a la construcción de esa agenda desde la perspectiva europea. Perdemos oportunidades.
Francia está entrando con mucha fuerza en América Latina, lleva años haciéndolo en África. España nunca ha tenido un papel relevante en el continente africano cuando solo nos separan 14 kilómetros y tiene una incidencia grande en una agenda global y de interdependencia. Deberíamos ir desarrollando ya esa política hacia África que hace diez años empezamos pero que ahora parece que se nos ha olvidado
Luego hay una serie de elementos en que España podría hacer una gran diferencia. Por ejemplo, en islas. Pocos países cuentan con dos escaparates como Canarias y Baleares para ensayar y practicar cómo conciliar actividades económicas con protección medioambiental, para valorar cómo asumir los retos de movilidad de manera sostenible. Tenemos joyas como Menorca y La Palma que podrían inspirar muchosd e esos cambios, y eso que ninguna de las dos tiene todavía conseguido todo lo que se plantea. Y contamos con fondos comunitarios para acompañar ese proceso de cambio en islas.
España cuenta con una capacidad técnica, industrial y empresarial que hay que aprovechar con la voluntad de construir. Este espacio lo hemos perdido y lo están ocupando otros. La palabra más característica es abandono, abandono del escenario internacional.
Un escenario internacional copado, por otro lado, por cuestiones de seguridad.
Ninguna de las grandes amenazas que sentimos como tales puede ser resuelta sin una especie de prosperidad compartida y, sin embargo, se ha perdido el espíritu de fraternidad y solidaridad.
Lo más significativo en este sentido serán quizá los informes del Pentágono que dicen que la guerra de Siria es el primer conflicto del cambio climático tras años de sequía. A partir de ahí, el país se convierte en un infierno, y eso a las puertas de Europa.
La mayor parte de los conflictos están a las puertas de Europa. La distancia con África es de solo 14 kilómetros. Oriente Medio está ahí, zona donde se ha producido un progreso espectacular gracias al gas y al petróleo pero que afronta grandes desafíos sin estas producciones. Pongámonos en casos de mayor estrés hídrico y crisis alimentaria. Al final, el cambio climático es un potenciador de extremismo islámico y de otros extremismos violentos. Tenemos que tomarnos estas cuestiones muy en serio, nuestra generación y la inmediatamente siguiente, no para la que venga dentro de 50 años. Y esta agenda la marcan los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Hemos comprobado que vamos todos en el mismo barco, así es que pongámonos de acuerdo en cómo integrar la tripulación.
Es verdad que el sistema climático tiene su inercia y, aunque paremos hoy todas las emisiones de gases efecto invernadero, seguiríamos sufriendo su impacto.