Donald Trump, o Felipe II redivivo
"El duque de Alba sabía que don Juan de Austria había recibido «consejo de acá» (es decir, de Madrid) para regresar a España «sin esperar licencia de Su Magestad» a gobernar «los negocios de Su Magestad» -exactamente la situación que Pérez más tarde afirmaría que Escobedo le había comunicado. El breve billete de Alba confirma, en consecuencia, que don Juan y Escobedo «vendrían a ganar a España y a echar a Su Magestad de ella»"
Geoffrey Parker se atrevió a comparar a George W. Bush con Felipe II por dejarse conducir en sus decisiones políticas ciegamente por el providencialismo. En la entrada anterior de este blog hice la comparación entre Donald Trump y el mal llamado "rey prudente", por la similitud entre diez características de sus estilos de gobierno. Pero los análisis más recientes de las relaciones del presidente norteamericano con la Rusia de Vladimir Putin permiten ahondar en aquella comparación fijando el foco de atención en algo mucho más palpable: la existencia de "material comprometedor" en manos de sus adversarios que, de salir a la luz, podría echar a perder la posición de un personaje político considerado todopoderoso (como le sucedió a Felipe II con Antonio Pérez).
El punto de partida para esta comparación es el análisis de Adam Davidson en The New Yorker (19-07-2018) acerca de la subordinación que muestra el presidente americano hacia su oponente ruso solo explicable, a juicio de este y otros analistas, por la existencia de "material comprometedor" (Kompromat, en ruso) en manos de este último. La recolección compartida y el empleo masivo de Kompromat es la práctica habitual en el sistema postsoviético de relaciones de poder entre las nuevas oligarquías y el principal mecanismo para mantener coactivamente la cohesión entre ellas, bajo una forma de gobierno que Keith Darden ha descrito como un "Estado de chantaje". En el caso de Trump esto explicaría que las relaciones con Rusia y Putin sean el único ámbito en que el presidente norteamericano se somete a un ejercicio de autocontrol que no practica con nadie más.
A juicio de los principales analistas consultados por Davidson el Kompromat que permite a los rusos mantener aherrojado a Trump no es principalmente la injerencia rusa en su favor durante la campaña presidencial —algo que ya está siendo investigado por el fiscal especial Robert Mueller, sin que haya aparecido hasta ahora material explosivo que involucre a Trump personalmente — ni siquiera su bochornosa conducta sexual en Moscú —bien conocida también en Norteamérica, sin que eso le haya restado popularidad, tras comprar el silencio de las acusadoras a buen precio—, sino sus prácticas financieras delictivas y la evidencia que parece existir sobre blanqueo masivo de dinero negro en sus negocios con los oligarcas de la antigua Unión Soviética durante la etapa previa a su entrada en política, cuando su imperio se vio amenazado de quiebra reiteradamente y acudió a esa forma de recapitalización irregular, para tapar agujeros, al menos, en Toronto, Panamá, Nueva York, y Miami.
Los mejores especialistas en el análisis del sistema postsoviético concluyen que esencialmente este se basa en distribuir poder y riqueza entre una red perfectamente definida de políticos y hombres de negocios afines al poder central (Putin), bajo el compromiso implícito de no ponerlo nunca en cuestión ni desafiar a este, controlándose todos ellos mutuamente a través del Kompromat, y compartiéndolo.
De este modo, Trump habría entrado a formar parte del sistema postsoviético desde mucho antes de llegar a la presidencia (de donde provendrían los apoyos para acceder a ella). Y no es que Trump haya venido tratando con Putin. No. Sus tratos se habrían realizado siempre con la periferia del sistema, como los Mammadof de Azerbayán, los Emin Agalarov, de Moscu y un buen número de emigrados postsoviéticos, encargados de transferir y lavar el dinero del capitalismo de amiguetes (crony) en Occidente. No importa que el Kompromat se encuentre en manos de sus socios georgianos y acerbayanos en el negocio de las telecomunicaciones o en las de sus rivales diseminados por las redes clientelares de Asia Central (y hasta iraníes de la guardia revolucionaria).
El sistema consiste precisamente en que todo el material comprometedor se comparte de alguna manera y mantiene indisolublemente unidos a sus componentes, en una forma de disuasión por la que nadie se encuentra nunca seguro de su posición dentro de él, por lo que el Kompromat es especialmente útil cuando el material comprometedor no se usa y su amenaza se mantiene en estado latente. Si bien se mira, esto es algo similar a lo que ya ocurriera con la familia Bush como gestores occidentales del capital de la familia Bin Laden. Pero en este caso no se trata de gestión delegada. Es muy posible que buena parte del capital que maneja Trump no sea suyo sino de la oligarquía postsoviética de Asia central, y si esto se supiera todo su edificio presidencial y financiero caería como un castillo de naipes. Lo que sucede es que a quienes menos conviene que esto se sepa es a sus socios... y a Putin, mientras Trump no se les enfrente. Unos y otros se encontrarían indisolublemente unidos en una red de corrupción que condiciona la política presidencial.
¿Y qué tiene esto que ver con Felipe II? Todo. En su ascenso al poder Felipe se apoyó en lo que los historiadores denominan "partido ebolista", o papista, que le sirvió de palanca para sustituir el sistema de poder de su padre, el emperador, oponiéndolo al "partido castellanista", o belicista. Pero tras el annus horribilis de 1568 Felipe decidió prescindir de él y emprender un nuevo camino orientado exclusivamente por su política de fanatismo providencialista, basado en el aislamiento, la búsqueda de la hegemonía a cualquier precio y la imposición de una ortodoxia católica a sangre y fuego dirigida por él a través de una interpretación sui generis del concilio de Trento. Por el camino quedaron su hijo, su mujer, su hermana Juana, Diego de Espinosa, Éboli, el marqués de los Vélez, Juan de Escobedo, su medio hermano Juan de Austria, y otros muchos no tan cercanos. Algunos de ellos, dentro y fuera de España, seguramente probaron el veneno que fabricaba para Felipe desde 1564 su destilador Hollebecque.
La supervivencia de Antonio Pérez al lado del rey hasta mucho después de haberse deshecho Felipe de los otros Ebolistas, y el trato deferente que le dio después de su caída —hasta que se desataron las hostilidades entre ellos— ha sido considerado siempre como prueba de que Pérez estaba en posesión de verdadero Kompromat, del que, como sucede en Rusia, nunca hizo un uso explicito —pese a difundir un retrato tiránico de él, calcado del que Tácito había hecho de Tiberio—, sencillamente porque Felipe había tomado como rehenes a la mujer y los hijos de Antonio, y a la princesa de Éboli. Felipe no podía permitir que sus prácticas vesánicas se conocieran porque eso habría acabado con su sistema, apoyado sobe la idea beatífica del príncipe cristiano.
El tira y afloja entre Felipe y Antonio duró casi veinte años. Tras la pretensión maximalista inicial de que Pérez se sacrificara por su monarca y asumiera sobre sí la culpa de la muerte de Escobedo —abandonando la dirección de la facción ebolista y poniéndose a las órdenes de Mateo Vázquez—, tras la huida de Pérez a Aragón se pasó a la negociación para que entregase el Kompromat y más tarde a la amenaza con ejecutar a sus seres queridos si Pérez lo entregaba a los adversarios del rey, cosa que no hizo pero tampoco se lo entregó a él. Los historiadores oficialistas han dicho siempre que el Kompromat era un bluf ("las intrigas de Pérez"). Los papeles descubiertos por Parker demuestran que no lo era, lo que cambia toda la perspectiva. Y aquel tira y afloja permitió a la facción ebolista mantenerse en la sombra —cobijada en las casas de María de Austria, hermana mayor de Felipe, y del príncipe y futuro rey Felipe III—, hasta que la política pacifista triunfó durante la privanza de Lerma.
¿Adónde conducirá el Kompromat con que la mirada de Putin atenaza a Trump?