Don Pablo de Azcárate y los palacios de la Castellana
En Babelia del 18 de marzo, se publicó un espeluznante artículo, Peligro de demolición, sobre la amenaza de demolición de edificios modernos o no tan modernos de Madrid, de Anatxu Zabalbeascoa. Al comienzo, se citan unas palabras del arquitecto Alberto Tellería: "Al final sucederá como con los palacios de la Castellana madrileña: se protegieron cuando los más relevantes habían sido destruidos". Así ha sido: creo haber leído hace un par de años en El País, que de los 37 que había al final de la Guerra Civil, sólo quedan unos 12. Pues bien: en 1963, vine a Madrid desde Ginebra, donde residía entonces. En Madrid coincidí con D. Pablo de Azcárate y mi paisano y amigo José Ángel Valente, residentes ambos en Ginebra. Era la primera vez que D. Pablo regresaba a Madrid desde su exilio después de ser embajador de la II República en Londres.
En Madrid estuvo con su esposa, Dña. Frida, en un piso que les dejó José Entrecanales. Allí asistí a una merienda-copa invitado por D. Pablo. Terminada su estancia en Madrid, los Azcárate regresaron a Ginebra en el coche de Valente, y yo con ellos más Emilia, la primera esposa del poeta orensano. Paramos a comer en Burgos, en Casa Ojeda. Recuerdo como anécdota que D. Pablo decidió tomar una sopa castellana, con la objeción de Dña. Frida, una suiza alemana un tanto estricta que velaba por la buena salud de D. Pablo, pero éste dijo que se la tomaba porque desde que había salido de España en la Guerra Civil no había vuelto a comer tal plato, y así fue. En el transcurso de la comida, D. Pablo dijo que le había impresionado ver el centro de Madrid tal como lo había dejado, amén de los nuevos edificios de La Castellana. Pero se quejó de que ya no existían muchos de los palacetes que él había conocido, y nos dijo: "Cómo un país que se precia de su historia ha dejado derribar nada menos que el Palacio del Conde de Romanones con la importancia que tuvo para España en las primeras décadas del S.XX. No se entiende".
Creo que el Palacio de Romanones se derribó y en su solar se erige la actual embajada estadounidense. La anterior estuvo desde 1931 hasta después de la II Guerra Mundial en Castellana 33, en el antiguo Palacio del Duque de Montellano, que se demolió en 1966, en cuyo solar se construyó la sede la Unión y el Fénix. ¿Seguirá Madrid permitiendo que se derriben edificios antiguos para construir en sus solares otros modernos que a veces son verdaderos adefesios, como el que hay en la Calle de la Montera, bajando a Sol?
Recientemente falleció un ilustre arquitecto: Antonio Lamela. En el artículo La huella de Antonio Lamela, de Rafael Fraguas, hay un llamativo apartado titulado Autocrítica, en el que se citan unas declaraciones a ese diario hechas en 1980. En ellas, Lamela reconocía la responsabilidad de algunos arquitectos, "empezando por mí mismo", en el derribo de buena parte de los palacetes del paseo de la Castellana. "Éramos jóvenes falangistas, rebeldes, y asociábamos esos palacios a la aristocracia... No nos dimos cuenta del mal que hicimos a esta ciudad". Para mí, esta última frase merecería que le retiraran a Lamela los posibles honores que le hayan otorgado en esta ciudad. Un ejemplo: el horrendo edificio pegado al Cuartel General del Ejército, y sede de Uralita muchos años y ahora de un banco chino en el Paseo de Recoletos. A Pablo de Azcárate le habría cabreado ese tardío reconocimiento de culpa del arquitecto Lamela, pero falleció en Ginebra años antes.
P.D. : Recomiendo leer Construyendo Imperio, del historiador David Pallol, por su excelente inventario de la arquitectura franquista en el Madrid de la posguerra (Ediciones La Librería, 2016)