"Don Juan" o la actualidad del romanticismo
Ya es una tradición, tanto que ha sido declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, el Don Juan que todos los años se representa al aire libre aprovechando el marco del recinto cerrado del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares coincidiendo con el Día de Todos los Santos. Una obra a la que hay que mirar porque suele ser un termómetro de la popularidad y de la calidad de los que participan en el montaje cada año.
Esta vez ha sido convocada la compañía Ron Lalá. Una compañía que tiene el favor de las masas teatrales y de la crítica. De tal manera que todos sus estrenos son un acontecimiento. Como este, que a pesar del frío y del suelo embarrado y las deficiencias técnicas que provocan las adversidades climatológicas, atrae público y crítica hasta Alcalá sabedores de que pasar un buen rato no está reñido con la calidad teatral.
Por eso no sorprende que la obra empiece con un canción al estilo del pop italiano de los ochenta y que no desentone con los versos de Zorrilla (¡qué oído tienen para musicar a los Clásicos). Habida cuenta de que Don Juan llega de Italia de batirse con todo hombre que se precie y conquistar toda aquella mujer que se le ponga por delante. En ambas cosas le van la fama, la honra que se diría en aquellos tiempos, y el dinero, pues tiene que ganar a su eterno rival y, sin embargo, amigo. Si es que puede tener amigos quien vive de estos lances.
No son las únicas referencias contemporáneas. Difícil era pensar que una música jazzy tocada con un bajo podrían acompañar los versos de esta obra. O que un coro vestido con el típico disfraz de Halloween de careta blanca y mono negro podría funcionar para construir sentido y significado. Referencia que seguramente los más jóvenes entenderán mejor y les permite contextualizar el panteón en el que están enterrados todos los perjudicados por Don Juan. Al que este vuelve contrito y arrepentido.
Circunstancias sobre la que esta compañía crea imágenes con no muchos elementos excepto lo esencial, aunque parezca lo contrario. Y lo esencial son los actores. Un acierto con esa realidad teatral que es Fran Perea, que gracias a su actividad teatral ha dejado atrás ese carácter de rostro televisivo. Un acierto con Luz Valdenebro, una vez superada la incredulidad de que pudiera ser la novicia Doña Inés, prometida y mujer a la que Don Juan debía burlar. Y así se podría seguir viendo la claridad con la que los actores dicen el verso y como el ripio, con el que siempre se asocia a esta obra, desaparece. No porque se elimine sino porque se dice y se actúa con verdad. La verdad a la que aspira toda convención teatral sincera.
Una verdad que en este caso es una verdad machista. Una sociedad en la que se decidía por las mujeres con quién se casaban y para quién tenían que guardar su honra. Honra que era el objetivo de la burla, es decir, de quitársela. A la que ellas poca resistencia podían poner como objetos de deseo antes que sujetos deseantes y, por tanto, activos en el lance amoroso.
El que viendo esta representación y siendo consciente de lo que se dice en el párrafo anterior la obra se disfrute, son responsables los Ron Lalá. Compañía que ha sabido sacarle a este Don Juan, Fran Perea mediante, la brillantez del verbo barroco y florido. Un juego que, como ellos, hay que jugar en serio si se quiere divertir a la audiencia. Si se quiere, hablando del pasado, dar luz con una noche de muertos a nuestro vivo presente que también tiene sus cadáveres. Frente al que no solo vale el arrepentimiento sino el propósito de enmienda y enmendarse. Si Don Juan pudo, con lo que él era, es que ahora también se puede. Solo se necesita voluntad y ver al otro o la otra antes que con los ojos del juego y el deseo, con los ojos del amor.