Disfruta de grandes nevadas con Tólstoi, Joyce, Pasternak, Kawabata y Morrison
Por Winston Manrique Sabogal
La nieve que cubre España estos días es un buen momento para recordar libros imprescindibles donde el invierno y las nevadas son protagonistas
Frío, nieve, invierno, lluvia, tormenta, viento... La literatura tiene obras memorables en las que el invierno es el protagonista. Con pasajes bellos y minuciosamente descriptivos o sin él, pero donde el frío lo ocupa todo, como aliado, cómplice o enemigo. Donde el frío y sus consecuencias blancas sirven de metáfora a conflictos políticos y sentimentales. Donde las tormentas de nieve son más inclementes en el corazón del ser humano que en la naturaleza. Desde Guerra y paz, de Leon Tólstoi, y Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, pasando por capítulos de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, hasta Seda, de Alessandro Baricco.
La ola de frío que recorre España es un buen momento para vivir esos episodios invernales resguardados en la literatura. Hoy les recomiendo cinco novelas y cuentos donde el invierno y la nieve son personajes clave. He seleccionado pasajes esenciales de esas cinco obras para viajar a esos hermosos inviernos literarios donde naturaleza, vida y sentimientos son uno solo.
La tormenta de nieve, de Leon Tólstoi
La borrasca se intensificaba por momentos y caía una nieve menudita. Probablemente había empezado a helar. Sentí frío en la nariz y en las mejillas. La corriente de aire que penetraba cada vez con más frecuencia bajo mi pelliza me obligó a arrebujarme bien. A ratos, el trineo se deslizaba por una capa de hielo de la que el viento había barrido la nieve. Como había recorrido seiscientas verstas sin haber parado en ningún sitio para pernoctar, involuntariamente cerraba a los ojos y me quedaba adormilado, a pesar del deseo que tenía por salir de aquel atolladero. Una de las veces en que abrí los ojos, me hirió una luz muy viva, que, según creí en el primer momento iluminaba la blanca estepa. El horizonte, que antes pareciera estar bajo y negro, había desaparecido. Por doquier, veíanse blancas líneas oblicuas que formaba la nieve al caer. (...)
En cuanto nos parábamos, se oía más el aullido del viento y se apreciaba mejor la enorme cantidad de nieve que revoloteaba por el aire. A la luz de la luna, velada por el torbellino, distinguíase la silueta del cochero, el cual avanzaba y retrocedía, hundiendo el mango del látigo en la nieve. Luego, volvía y montaba al pescante de un salto. En medio del monótono aullar del viento, se destacaban sus gritos y el tintineo de los cascabeles. Cada vez que el cochero bajaba, con la esperanza de encontrar algunas huellas o haces de heno, desde el segundo trineo, resonaba la voz firme y potente de uno de los hombres que le gritaba: "¡Ignashka, nos hemos metido demasiado a la izquierda! ¡Tira hacia la derecha! ¡Hacia la derecha!". "¿Qué haces, hombre? Desengancha el pío y suéltalos. El te llevará al camino. Es mejor que lo sueltes...".
La tormenta de nieve. Leon Tólstoi. Acantilado
Trailer de 'Los muertos', de John Huston
Los muertos, de James Joyce
Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos.
Los muertos, relato incluido enDublineses. James Joyce. Alianza.
Fotograma de 'Doctor Zhivago'
Doctor Zhivago, de Borís Pasternak
Llegó el invierno tal como se esperaba. Fue menos espantoso que los dos inviernos que vinieron después, pero resultó de la misma especie, oscuro, de hambre y frío, quebrantando toda costumbre, rehaciendo todos los fundamentos de la existencia y obligando a los hombres a toda clase de esfuerzos sobrehumanos para sujetarse a una vida que se escapaba. Aquellos inviernos terribles fueron tres, que se sucedieron uno tras otro.
Pero no todo lo que parece haber ocurrido entre 1917 y 1918 acaeció realmente entonces, sino más tarde. Los tres inviernos se fusionaron entre sí y resultaba difícil distinguir uno de los otros. Todavía no coincidían la antigua vida y el orden nuevo. Entre una y otro no existía la furibunda hostilidad que hubo un año más tarde, cuando la guerra civil, pero faltaba una vinculación. Eran dos planos distintos, separados, uno frente a otro, que no lograban encontrarse. Por todas partes se procedía a nuevas elecciones administrativas: en los inmuebles, organizaciones, despachos y servicios públicos. Sus dirigentes cambiaban. Por doquier se nombraron comisarios con poderes ilimitados, hombres de voluntad de hierro, con negras chaquetas de cuero, armados con revólveres y puñales, que raramente se afeitaban y más raramente dormían. Conocían perfectamente a los pequeños poseedores de títulos del Estado, producto de la pequeña burguesía, pequeños burgueses serviles, y sin ninguna piedad, con una ironía diabólica, los trataban como ladronzuelos pillados en flagrante delito. Lo removían todo, como ordenaba el programa, y las empresas y asociaciones, una tras otra, se hicieron bolcheviques.
Doctor Zhivago. Borís Pasternak. Galaxia Gutenberg.
País de nieve, de Yasunari Kawabata
Al final del largo túnel entre las dos regiones se accedía al País de Nieve. El horizonte había palidecido bajo las tinieblas de la noche. El tren disminuyó su marcha y se detuvo en las agujas.
La muchacha que se hallaba sentada al otro lado del paisaje central se levantó y se fue a abrir la ventana, delante de Shimamura. El frío de la nieve invadió el coche. Asomándose tanto como le era posible, la muchacha llamó al guardagujas a voz en grito, como quienn se dirige a una persona muy lejana. (...)
En lo alto de la montaña, ensombrecida ya por el crepúsculo, más arriba del puente, la nieve blanqueaba.
En cuanto caen las hojas, arrancadas por los vientos fríos y duros, el País de Nieve se colma de días grises, nublados y glaciales. La nieve se siente en el aire. El círculo de las montañas de los alrededores aparece blanco bajo la primera nieve, que la gente del país llama 'el sombrero de las cumbres'. En toda la costa norte el mar de otoño muge y gruñe; y aquí, en el corazón del país, las montañas hacen lo mismo, dejando oír un enorme suspiro parecido al rugido lejano del trueno. Las gentes lo llaman 'el rumor de fondo'. El sombrero de las cumbres y el rumor de fondo, según había leído Shimamura en el viejo libro, anuncian y preceden inmediatamente la estación de las grandes nieves.
País de nieve. Yasunari Kawabata. Espasa.
Jazz, de Toni Morrison
Sssst... yo conozco a esa mujer. Vivía rodeada de pájaros en la avenida Lenox. También conozco a su marido. Se encaprichó de una chiquilla de dieciocho años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro solo para que aquel sentimiento no acabara nunca. Cuando la mujer, que se llama Violet, fue al entierro para ver a la chica y acuchillarle la cara sin vida, la derribaron al suelo y la expulsaron de la iglesia. Entonces echó a correr, en medio de toda aquella nieve, y en cuanto estuvo de vuelta en su apartamento sacó a los pájaros de las jaulas y les abrió las ventanas para que emprendiesen el vuelo o para que se helaran, incluido el loro, que decía: "Te quiero".