¿Dinamitar la Transición como vía de escape?
Ojalá no se caigan tantos velos que pensemos que todo fue una mentira, porque un sueño no fue.
La noticia era una quinta o sexta línea en ABC, a pesar de que el titular era una carga de profundidad: “El Rey Juan Carlos dio un millón de dólares a Adolfo Suárez después de su dimisión”. Sí, ha leído bien, esto se publicó el jueves.
El artículo no daba demasiada información más allá del hecho de que el dinero venía de los famosos 36 millones de dólares que el rey saudí habría dado a don Juan Carlos para la democratización del país. Este dato provenía, según el artículo firmado por Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote de “del archivo personal de Emilio Alonso Manglano, director del Cesid desde el 23-F y hasta junio de 1995”.
El 30 de mayo de 1989, el anterior rey contó este hecho a Manglano, pero es ahora cuando aflora la noticia y enlazamos datos. A nadie escapará que uno de ellos, director adjunto del periódico, comparte apellidos con el ex presidente de las Cortes durante la Transición, ya que es sobrino nieto del que fuese, además, profesor de Derecho Político del Emérito.
En las películas de “Kung Fú Panda” el protagonista se inventa palabras como “alucinancia”. Pues bien, ese artículo está lleno de “interesancia” lo miremos por donde lo miremos y se presta a un ejercicio de adivinación arriesgado, pero en estos tiempos tan extraños vivir peligrosamente es un acicate frente a la monotonía de las consignas políticas y la manipulación histórica.
Lo primero que llama la atención es que Suárez era intocable y este artículo rompe ese respeto. Los de mi edad y mayores recordarán el silencio que cubría todo lo malo que pudiese tener el rey emérito, incapaz de nada que no fuese en pos de sus súbditos y su amada España. Desde ahí hasta su fuga a Abu Dabi hay una época de España en la que todos sabíamos de sus amores extramaritales pero la infidelidad (negativo) se contrastaba con la campechanía (positivo) retomando el argumento con el que se defendió a Isabel II y Alfonso XIII.
Todos sabíamos de chicas lanzadas por la borda del barco, era vox pópuli, pero nadie lo publicaba. Había un consenso por mantener su imagen inmaculada. No podíamos imaginar que cobraba comisiones, evadía impuestos, regalaba fortunas a amigas especiales, cazaba elefantes en secreto… Es como el día en que los niños van al cuarto de los padres y los sorprenden consumando el matrimonio y, horrorizados, descubren que el padre es otro señor o la madre otra señora o que hay cuatro en la cama. Ese tipo de shock supuso la pérdida de la inocencia de la sociedad española ante lo que los telediarios y periódicos se iban atreviendo a contar.
Viví todo esto con pena, porque yo fui un niño de la Transición. Todos aquellos señores fumando en una rancia Moncloa antes de la redecoración moderna de Zapatero eran héroes en alegre blanco y negro que nos alejaban del otro blanco y negro, triste y ensangrentado, el de la dictadura. Eran padres de la patria de todo tipo, del comunista Carrillo al ex franquista Fraga, del socialista Felipe al nacionalista Pujol, pero entre todos ellos había uno que, como el pelícano que simboliza a Cristo, estaba dispuesto a arrancar su carne para dar a sus polluelos.
Si hubo un héroe de la transición fue Adolfo Suárez. Se fue, traicionado, con la frente alta para vivir sus años postreros escondido por la familia en su enfermedad. El legado para la posteridad sería el Suárez en americana, el que no se tumbó cuando los guardias civiles borrachos de Tejero dispararon en el Congreso. Suárez es la dignidad que le queda a un país a la deriva.
No quiero ver cómo se cae también su velo. No quiero repetir cosas que he vivido con el Rey. Tal vez mi ingenuidad me hace pensar que la gente es buena y no lo es, que los políticos son estadistas y no lo son, que la historia de mi país da un mensaje de futuro y redención. Y no parece serlo.
Tal vez he visto tanto cine que, cuando tengo que citar a alguien, cito a Kung Fu Panda, pero es que mientras escribo pienso en la historia que contaré a mis hijos. Quiero contarles mi infancia en tiempos heroicos en los que los demócratas lucharon contra el aparato franquista, contra ETA, el GRAPO, los grupos fascistas como la Triple A y todos los peligros que nos alejaban de Europa. No quiero hablarles de cómo acabó el rey, el príncipe soñado, como lo llamaba un furibundamente enamorado Dalí. No quiero ver cómo alguien, por salvarse o salvar cierta dignidad en su paso a la historia, hunde la memoria de un país, sea esta tal y como nos contaron o no. En España hay más de un caso de hombre que deja sucumbir el país para salvarse él. Fernando VII no es el único.
Alguien puede pensar que estoy pidiendo que me engañen y tal vez tenga razón. Creo que no quiero seguir sabiendo a partir del millón de dólares de Suárez. No quiero tener más información porque no podré negarla ni rechazarla. Ojalá la Transición sea como la pensé y como creí vivirla, que todo esto se quede en un Rey devorado por la codicia que echa por la borda su legado. Ojalá no se caigan tantos velos que pensemos que todo fue una mentira, porque un sueño no fue.