Dilemas filosóficos en tiempos de pandemias
¿A qué pacientes dedicaremos los limitados recursos que disponemos? ¿Cómo debemos priorizar, por ejemplo, ante la escasez de respiradores?
Durante siglos el juramento hipocrático ha sido el eje vertebrador de todos los actos médicos. Los homo sapiens somos, como dijo Carl Sagan, polvo de estrellas, y la diferencia entre cada uno de nosotros estriba en la forma en la que se combinan las moléculas. Esto significa que no podemos dejar al libre albedrío el ejercicio de nuestra profesión y es preciso encontrar unas leyes universales.
En 1960 se abrió el primer centro de diálisis renal en Seatle (Washington) y un comité compuesto por siete personas (dos médicos y cinco legos) –el llamado comité de Dios– fue el encargado de seleccionar a los diez primeros pacientes. En la selección no sólo se emplearon parámetros biológicos (edad, estatura, sexo…) sino que también se recurrió a aspectos sociales y éticos (implicación de los pacientes en las actividades de la comunidad, ser buenas personas…).
Actos como este demuestra que el homo sapiens ha avanzado en la peligrosa senda que nos conduce hacia el homo deus y que los médicos hemos asumido las complicadas decisiones de priorizar en determinados pacientes cuál debe ser la limitación del esfuerzo terapéutico y en qué casos practicar la abstención terapéutica.
La pandemia de la Covid-19 ha saturado los sistemas sanitarios de muchos países y ha introducido un tercer elemento en la escena sanitaria: la disponibilidad. Este cambio de paradigma ha situado a los profesionales ante un terrible dilema: ¿A qué pacientes dedicaremos los limitados recursos que disponemos? ¿Cómo debemos priorizar, por ejemplo, ante la escasez de respiradores?
La filosofía no es una ciencia exacta y no da respuesta a los profesionales sanitarios, pero nos ayuda a pensar. En algunos sectores se abogó por usar la ética utilitarista como el sistema válido de triaje: años de vida por vivir o años con calidad de vida por disfrutar.
Los filósofos utilitarios, con Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873) a la cabeza, defienden una visión a largo plazo. Para ellos el fin sí justifica los medios, al menos en ciertas ocasiones.
Bentham se propuso edificar una filosofía práctica, que pudiera delimitar la responsabilidad de nuestros actos. Para ello partía de la premisa que todo ser humano actúa tratando de encontrar la mayor felicidad posible y el deber de la sociedad es asegurar el mayor bienestar a la mayoría de las personas (los “pocos” se deben sacrificar por el bien de los “muchos”).
Si aplicamos la ética utilitarista podríamos legitimar el sacrificio de una persona para poder trasplantar algunos de sus órganos a cinco enfermas y salvarles la vida.
En el otro extremo nos encontramos con el filósofo alemán Inmanuel Kant (1724-1804) que defiende que percibimos las cosas no como son, sino como somos nosotros. Nuestras acciones no se vehiculizan desde la objetividad sino desde nuestros propios intereses.
Kant aboga por la moral universal, aquella que está inscrita en nuestro propio código genético y que busca las máximas que puedan ser consideradas como leyes morales. Para Kant la moral se tiene que sustentar en la dignidad y debe huir del sentimentalismo, emotivismo y utilitarismo moral.