Desolador
Estos asesinos no sienten culpabilidad; es más: culpan a la víctima por sus conductas, por haberles herido a ellos.
La conducta de algunos hombres, matando a quienes consideran sus mujeres resulta devastador para la confianza en el ser humano, o al menos en algunos varones.
Cuesta creer que una persona se haga con un arma para matar a aquella a la que inicialmente quiso y con la que tuvo hijos.
Horroriza saber que mata desde el odio, desde el rencor, y lo hace ante los ojos atónitos de sus hijos.
Acaba con su conducta con la vida de una persona, de un ser que tenía todo el derecho a la vida, y también acaba con la ingenuidad, con la esperanza de unos niños que nacieron para vivir en el amor y la seguridad.
Mi experiencia me indica que estos asesinos no sienten culpabilidad; así lo he comprobado ocasionalmente en la cárcel. Es más, culpan a la víctima por sus conductas, por haberles herido a ellos, por haberles quebrado las expectativas.
Un tercio de quienes matan a las mujeres, a las que creen suyas, se suicidan, pero pienso que no es la culpabilidad lo que les lleva a ese acto, que en este caso sí es cobarde. La razón de quitarse de en medio es no afrontar lo que han anticipado y van a realizar. No enfrentarse a la justicia.
Téngase presente que el ser humano tiende a valorar mucho su yo y cuando cree que este es dañado intencionalmente da una respuesta violenta.
La falta de respeto, de autocontrol, de capacidad para perdonar, para resolver un conflicto, les aboca a un hecho que es elegido racionalmente.
Tenemos un problema gravísimo con el descontrol emocional de algunas personas, que se sienten paranoicamente atacadas, que no aceptan un no, que no soportan un distanciamiento, que creen que se les roba sus pertenencias, entre ellas sus hijos.
Hay quien se deja nublar su conciencia y en un ardiente odio de desafección, o de celos, o de otras mal argumentadas razones.
Sí, es desolador que las mujeres sientan miedo fuera del hogar ante posibles violadores, a veces en manada. Y aterrador que puedan pensar y aún sentir que con quien convive un día pueda matarlas.
Por otro lado están los niños: son ya 30 los que han muerto a manos de sus progenitores, primordialmente varones, para lapidar en vida a una persona, a un ser humano al que se amó y ahora se repudia, se desprecia.
Pero además son muchos los niños huérfanos de esta lacra terrible que es la violencia de género.
El diagnóstico está hecho. La forma de combatirlo no. Hay quien pone el foco en dotar de más medios personales y de otro tipo a jueces, a fiscales, a miembros de las Fuerzas de Seguridad. Y bien está, pero no es, no será suficiente.
Hemos de educar todos y desde la más corta edad a los niños, y especialmente a los varones, para una posible ruptura, para un sentimiento de quebranto. Hay que dotarles de herramientas para saber restañar la herida narcisista y la percepción de ataque a su entidad personal.
Hay que hacer mucho más en favor de la interiorización del respeto, de la aceptación del otro, como distinto.
Hay que promover la mediación en los procesos de separación y ruptura.
Hay que hacerlo todo, porque no hay nada hecho. Y por eso el pronóstico no es nada bueno.
Sí, autocontrol, respeto, aceptación de la frustración, búsqueda de resolución de problemas… no son palabras, no son conceptos, son aspectos esenciales que los niños, que los adolescentes, que los jóvenes han de interiorizar en todos los ámbitos y circunstancias.
Somos los adultos los que hemos de esforzarnos en esta titánica labor para conseguir que los varones no sigan siendo un arma peligrosa para las mujeres, dentro y fuera del hogar.
Quiero también para terminar salvar a tantos y tantos hombres que no saben cómo expresar su dolor e indignación ante las conductas de los de su mismo género.